Son ellas, las olas
Amanezco en medio de un océano, estoy rodeada de mar, su fuerza se manifiesta en un sin fin de movimientos, las olas sacuden el barco y mi mente. Son ellas, las que me traen a ellas, mujeres que agitan la conciencia, que me recuerdan lo difícil que fue nacer mujer en otra época.
Una primera ola embiste la parte izquierda de mi cerebro, lleva por nombre Isabel Santaló, supe de ella recientemente viendo un documental sobre su olvidada pintura. La segunda ola me toca de frente, se llama Alice Guy. Fue mi prima Alicia quien me la presentó a través de un pequeño libro sobre su cinematografía. La tercera ola viene con fuerza, me atraviesa entera, nació en Chile, tiene los ojos del color del mar, se llama Teresa Wilms Montt.
Se lamenta Teresa: “Lástima que en nuestro país sean tan mal miradas las mujeres que siguen la carrera teatral”. Esta frase, que podría ser firmada por cualquiera de las tres artistas, fue escrita en el diario de Teresa el 1 de febrero de 1916. Ella, que fue criada sin mucho amor en una familia de la alta alcurnia, tuvo la mala suerte de nacer en una época en la que las niñas, por ejemplo, no debían leer. Su madre, cuando la encontraba leyendo, le hacía daño en los brazos hasta arrancarle el libro de sus manos, para luego hacerlo pedazos. Magna violencia esa de quitar de las manos un libro a cualquiera.
No tuvo suerte Teresa en su corta vida. Se casó a los 17 años, dio a luz a dos hijas que le fueron arrebatadas. Su marido, acusándola de adulterio, la encerró en un convento. En aquella época los conventos eran cárceles para las mujeres locas, o de comportamiento “amoral”. Una parte de sus diarios fueron escritos durante su desdichado encierro. Son sus diarios íntimos, entre 1912 y 1920, los que leo movida por el oleaje en este viaje en barco que me lleva a Cádiz.
Teresa tenía cualidades extraordinarias para vivir de su arte, escribía, pintaba, cantaba… Tuvo éxito en los círculos intelectuales de Chile, Argentina, París, Madrid… pero fue la mujer de un marido celoso y maltratador, la hija de un padre impasible, la hija de una madre distante. Teresa Wilms Montt añoraba a sus hijas, añoraba el infinito, añoraba el amor de su amante. Sacrificó a este con el fin de recuperar a sus hijas, así y todo no lo logró. Y se fue, se fue dejando publicados cinco libros, además de sus diarios.
Pagó con su vida el haber nacido en una época de códigos sociales miserables. Ella escribió, “cuando pienso en la vida y en la muerte, veo la tierra y el mar”. Creía que el alma era inmortal, que una vez desatada de los lazos corpóreos, esta encontraría la perfecta inteligencia. Teresa es también esa ola que embiste en busca del abrazo materno. Yo la acojo. Tengo hambre y sed de hija. Querida Teresa: siento el peso de tu vida en mi corazón, siento tu alma mortificada y me remuevo cuando escribes: “…llamé a la muerte. Se me apareció sacando los brazos de las refulgentes escamas del océano y la oí llamarme con su voz desmayada”. Teresa se suicidó un 24 de diciembre en París de 1921. Tenía 28 años.
Teresa me embiste un 30 de julio de 2023, cuando aún me embarga la tensión de la noche electoral del pasado fin de semana. No perdamos nuestros derechos, reclamó una gran mayoría de mujeres el 23 de julio, ni un paso atrás, me interpela el alma inteligente de Teresa cuando la leo. Ni un paso atrás, le digo. Ni un paso atrás en honor a todas aquellas mujeres que como tú pagaron muy caro haber nacido en la época equivocada.
Termino sus diarios íntimos, y me precipito en un sueño extraño, a las seis de la mañana el barco apenas se mueve, señal de que hemos alcanzado la bahía de Cádiz. Pronto desembarcaremos. Otra mujer extraordinaria me espera, mi amiga Amalia.
Comentarios
1 A. Serrano Mié, 02/08/2023 - 22:37
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