Martín Cardenal

Un margen mayor para el estupor. De Ábalos a Yonathan

El juez Leopoldo Puente, dejó constancia, en un auto sobre el exministro, exsecretario de organización del partido y, todavía,  diputado Ábalos, del estupor que le causaba que, con semejantes evidencias de su mal proceder, siguiera, precisamente, de diputado en la Casa donde se hacen las leyes, y lo dijo cuando aún estaba en la calle.

Realmente, le alabo el gusto a Puente, pero, en estos tiempos en los que cada cual dice todo lo que se le ocurre, creo que el juez se ha quedado corto y ha sido hasta prudente.

Todo el Congreso puede ser declarado como la casa del estupor, aunque, antes, a mucha de la ciudadanía que vota lo que vota, habría que echarle de comer aparte. Es cierto que el voto se da con unas expectativas y los elegidos para el cargo suelen hacer lo que conviene a otros intereses,  pero dudo mucho de que una mayoría de ciudadanos encuadrados  en uno u otro color político se sientan bien representados. Puede que los vascos, los catalanes y la izquierda de la izquierda, estén en el papel que se espera de ellos, esto es, medrando ante quien, en minoría —y por ese motivo— no tiene otra que hacerles el gusto para poder estar en el poder y los privilegios.

La estupefacción la produce todo el espectro político, y ya sabemos que esto no es como la belleza, que no se pega. Lo que se pega es el mal proceder, que sirve de escuela y resulta lo más democrático del mundo. Si Trump es un maestro en la nueva forma de estar en política, algunos años antes nuestro Congreso ya había demudado en algo similar, aunque algo más contenido y menos histriónico, aunque fue el estilo Berlusconi el que ejerció el primer magisterio.

Pasmo y desconcierto producen, también, las acciones del Gobierno de Canarias con las islas menores orientales, que nos están obligando a que las volvamos a denominar así, al menos, hasta que dejen de tratarnos como esos incapaces que creen que somos y que parece que vivimos de ocupas en lo que consideran su propiedad. Perpetran —o lo intentan—  toda suerte de desmanes en nuestro territorio y quieren que traguemos con su cascada de barbaridades. Cuando los pillan, hablan de errores, pero no son más que arbitrariedades, y estas no surgen de un desliz en una conversación, sino que se hacen presentes en todos los planes y proyectos que presentan. Es tal  su soberbia que hasta lo ponen por escrito.

Otro nivel de estupefacción es el que causa la política municipal del PP y CC en Arrecife, por la que el primero hace y el segundo deja hacer para conservar el poder. No es que hayan pactado una acción de gobierno, sino que se reparten las áreas, como la tarta que  consideran que es.

Yonathan de León, el alcalde, parece contar, de partida,  con buenas condiciones para la alcaldía;  es resolutivo y echao p'alante, pero no parece suficiente, porque nadie, en su sano juicio, debería gastar en su casa como si no hubiera un mañana, ni estar de fiesta continua cuando las cañerías del edificio hay que cambiarlas, el techo necesita una impermeabilización y las paredes se caen a trozos. Esto es lo que parece que pasa en Arrecife aunque él persista en gastárselo en bombillas.

Estoy por preguntarle si el pago de la iluminación de Navidad es en concepto de alquiler o si lo es en propiedad. Si es alquiler, es un soberano disparate, y si es en propiedad, debemos estar comprando cada año lo que ya es nuestro. Un asalto, vamos. 

Se han ventilado millones de euros en festejos pagados con dinero municipal al que asiste la isla entera. La casa está sin barrer y la ciudadanía sin los servicios que demanda. Somos la sala de fiestas de Lanzarote, y eso tiene un coste que pagamos nosotros mientras los otros seis municipios acometen sus obras de mejora sin gastar un euro en el ocio de sus vecinos. Total, ya se lo pagamos nosotros en la capital, y les sale gratis.

De aquí a la próxima cita electoral, para lo que queda el canto de un duro, Yonathan debería ir  pensando en su futuro político. Por estar en el ejercicio del cargo parte con un margen de ventaja, que es la de ser alcalde. Necesita varias cosas más: cabeza para gobernar, un buen equipo, asesores atinados, una política de mejoras urbanas de calado que se traduzcan en mejor percepción de la ciudad, y, lo que es muy importante, ir el primero de la lista. Aquí entra en juego Ástrid Pérez, que no parece tragar con determinados niveles de popularidad del alcalde. Ya está intentando, con poca fortuna, que no la olviden y por ello está metida de lleno en aparecer en los medios desde la presidencia del Parlamento, en una campaña de visibilización con toda suerte de justificaciones. Algo inédito en el cargo que representa, y todo porque se resiste a que despunte nadie en el PP local. El éxito en su cortijo debe ser sólo el suyo.

Si Yonathan es defenestrado con algún pacto conveniente —lo cual no se descarta en el horizonte cercano— le queda poco juego. ¿A dónde va a ir?, con lo cual, ya debe ir pensando en una alternativa para las próximas elecciones. Le apunto que puede presentarse ante la Junta Electoral de Zona como parte de una agrupación de electores. En este caso, necesitaría la firma de, al menos, 1.500 vecinos censados en el municipio. Ahora bien, no puede iniciar la recogida de firmas antes de la convocatoria electoral, por cuanto la validez de las actuaciones electorales requiere que las mismas se realicen dentro del período electoral. Para el éxito de tal empresa cuenta con la  innegable ventaja de tener la llave de la caja del municipio para demostrar si es capaz de hacer algo más allá de festejos, llave que, por cierto, no tienen sus oponentes.

Como representante de artistas ya lo conocemos, ahora toca que reparta su mirada por otras áreas y que hasta 2027 nos muestre qué tal gestor es y cómo anda de luces —no las de las fiestas sino de las otras— antes de pedirnos la firma. Le queda eso, o la nada pública más absoluta. Siempre puede volver a su negocio, pero no conozco a nadie que le guste esa idea cuando tiene que ponerse en  casa a la vuelta de la política.

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