Tomás Pérez-Esaú

Lanzarote, el perverso anagrama del universo

Universo y souvenir comparten exactamente las mismas letras, pero no podrían significar cosas más distintas. La primera evoca lo inabarcable; la segunda, lo encapsulado. Una sugiere totalidad, origen, expansión. La otra, fragmento, empaquetado, réplica. Esta extraña coincidencia no es solo un anagrama: es, en realidad, un perverso anagrama. Una reorganización de lo inmenso en forma de objeto trivial. Una inversión simbólica que, en Lanzarote, cobra una inquietante vigencia.

Porque la isla ha aprendido a resumirse. A caber en una postal, en una piedra volcánica barnizada, en un llavero con forma de dromedario. Como si pudiera comprimirse el tiempo geológico, el mar arisco y la memoria colectiva en una etiqueta que diga: Recuerdo de Lanzarote”.

Desde que el turismo se convirtió en motor económico, la isla ha sido empujada a transformarse en imagen, en marca, en experiencia empaquetada. El visitante ya no viene tanto a descubrir como a confirmar. Quiere ver lo que ya ha visto antes. El paisaje se convierte en fondo de pantalla; la cultura, en producto; la autenticidad, en estética.

El souvenir, en este contexto, es algo más que un objeto: es un síntoma. El signo de una relación extractiva con el territorio, en la que lo que importa no es lo que se vive, sino lo que se puede llevar: lo que cabe en la maleta, lo que se puede subir a Instagram, lo que se resume en treinta segundos.

Pero Lanzarote no cabe en un souvenir. Es un territorio que exige tiempo, silencio, escucha. Que no se deja atrapar en una postal ni replicar en una tienda de aeropuerto. La paradoja es esta: cuanto más intentamos hacerla vendible, menos accesible se vuelve su verdadera esencia.

Entre lo vasto y lo trivial, un perverso anagrama nos obliga a repensar el modo en que mostramos y vendemos la isla

Y, sin embargo, resistimos. Lo hacen sus artistas, lo hacen quienes apuestan por otro modelo, lo hacen quienes aún viven la isla como un lugar que se habita y no solo se visita. Frente al turismo veloz, necesitamos miradas lentas. Frente a la reproducción infinita de lo mismo, hacen falta experiencias que no se puedan empaquetar.

El verdadero recuerdo —el que importa— no cabe en una bolsa de plástico. Es el que se lleva dentro: sin formato, sin logotipo, sin precio.

Estamos a tiempo. Podemos seguir siendo un souvenir más en la estantería del turismo global o volver a ser un universo. Elijamos bien.

 

* Filólogo, editor y gestor cultural. Coordina proyectos de fomento de la lectura y reflexión crítica sobre el territorio. Forma parte del equipo organizador de la Fiera del Libro de Lanzarote y colabora con distintas iniciativas culturales en la isla

 

Comentarios

Muy bonito texto
Perdemos nuestra esencia para convertirnos en algo meramente comercial, un souvenir. Nos hemos plegado a exigencias foráneas, buscando el beneficio rápido, y en el futuro lo pagaremos. Corremos el riesgo de convertirnos en zombis sin alma.
la nostalgia es una droga peligrosa. Te hace ver zombis donde hay emprendedores, y souvenirs donde hay reinvención. La cultura no se muere por venderse, se muere por no evolucionar.
Sí, lo sabemos. Continuaremos haciendo lo mismo porque es una crítica que se queda en el nivel intelectual.

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