PERFILES

Ramón Medina y aquellos bares de Arrecife

Foto: Felipe de la Cruz.
Saúl García 1 COMENTARIOS 23/12/2017 - 09:32

Ramón Medina Quintero (Tinajo, 1933) dice que siempre ha estado trabajando. Empezó en el campo y sigue en el campo, aunque su profesión fue la de camarero. En los años cuarenta, en Tinajo, el campo era el tabaco: “Noche y día -dice-, era rentable y se plantaba mucho”. Había que deshijar, “quitar los hijos” que nacen en la planta, recolectar las hojas una a una y colocarlas en los cujes, que eran palos largos que a su vez se colocaban en otros palos de acebiño que se colgaban para que se secara el tabaco. “Luego quitas las hojas del tallo y se hacía una manilla”, cuenta.

El tabaco se vendía a tratantes como Pedro López o Beltrán Tejera. Pero el precio se desplomó y se dejó de vender, y por tanto, de cultivar. Así que se pasaron a la cebolla, que se vendía bien y se pagaba a 2,50, o a 3 pesetas. Dice Ramón que era buen precio porque un año arenó él sólo una tierra de siete almudes (500 metros cuadrados) y ese mismo año la “desquitó”. Es decir, que pudo pagar lo que había invertido.

Ahora, aunque tiene varios naranjeros detrás de su casa de Mancha Blanca, y también planta otras cosas, se dedica sobre todo a la viña. Recoge unas diez toneladas al año, vende a tres bodegas y hace su propio vino, tinto, dulce y seco. Los tanques, las barricas y los premios que acumula en su bodega, dan fe de su trabajo.

Pero su relación con el vino, y con otros licores, fue más estrecha en el pasado. En 1945, cuando aún no había dejado de ser un niño, comenzó a trabajar en el Bar América, en Arrecife, que estaba donde hoy está el Bar Guanapay. El bar era de Bartolo Martín y “por allí pasaba de todo”, aunque la clientela femenina era muy escasa. Se despachaba café de caldero, ron y coñac y no había cocina. “¡Cómo se bebía coñac!”, recuerda. “Había un peninsular, el señor Guisado, que se tomaba uno doble por la mañana” y antes de que terminara la misma mañana ya se había bebido tres. El bar cerraba más tarde que la fábrica de la luz porque cuando ya no había servicio eléctrico se encendía el petroman.

Allí estuvo diez años, y después pasó al Bar La Marina, en la marina junto a la Calle Real, un bar “de más categoría”, que llevaba Mariano Perdomo, abría a las cinco de la mañana y cerraba a la una. Así que cerraba poco. “Iban los armadores a oír la radio, a coger la nota de pesca, lo que se había capturado”, cuenta Ramón. También tenía televisor, y sobre todo calamares y morena frita. Trabajó allí doce años más y después se fue al Molino, en Puerto Naos, o Casa Luciano. “Era la época de la sardina y había muchos armadores peninsulares”. Se abría a las 4.30 y también eran típicos los calamares, las gambas al ajillo y el sancocho de cherne. Tenía mesas en la parte de arriba, que ahora está cerrada.

Comenzó en el campo, cultivando tabaco y después cebollas, y trabajó en el Bar América, en el Bar La Marina y en el Molino durante cuatro décadas 

Y en Arrecife había más bares: el Janubio, con vocalistas como Marisa Artiles o Doña Luz, El Manco, Brasilia, El Guanche, el Costa Brava, el Triana o el Ginory. Todos los bares se llenaban de marineros, andaluces principalmente, que no bebían sifón ni refresco California. “Había muchos”. Muchos marineros y muchos pleitos, “hasta con cuchillo y con navajas abiertas”. Iban en grupo, subían y bajaban de las rapaduras, se emborrachaban y muchas veces buscaban bronca. Había veces que tenía que trancar la puerta con una silla para que no entraran y otras que tenía que sacarlos por la fuerza. En uno de esos pleitos, su hermano Enrique le dio un golpe a uno, que cayó hacia atrás y dio con la cabeza en el bordillo. “Llegó el cabo Parrilla, preguntó y le dijimos que se había caído solo pero pensamos que le habíamos matado”, dice Ramón. Pero el hombre se levantó poco después.

Otra vez, esta vez un pendenciero local, rompió una botella y se fue a por los camareros, pero estaba en una mesa Jesús López, el médico, que le dobló el brazo y se acabó el pleito. Y no sólo había que aguantar pleitos, sino a todos los que contaban su vida al otro lado de la barra.

“Lo bueno de ser camarero -asegura- es que tratas con todo el mundo”. Pero un día se cansó. El Molino cambió de dueño y él ya tenía 58 años, así que no siguió. Dos años después se jubiló. Nunca había abandonado el campo porque lo trabajaba entre turno y turno del bar o los días libres. De hecho embarcaba productos para un supermercado que tenía Benito Luzardo en El Aaiún. Le llegó a enviar 200 sacos de coles y calabazas “como ruedas de camión”, de hasta cincuenta kilos. Y hoy, el campo que nunca abandonó, sigue siendo su ocupación. “Si hubiera comprado apartamentos en lugar de tierras, a lo mejor me iría mejor”, dice. Pero lo dice bajito...

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1 almud en la isla de Lanzarote, corresponde a: 1.141 m2.

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