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Nicolás Hernández: notas de “lo nuestro”

Foto: De la Cruz.
M.J. Tabar 1 COMENTARIOS 14/08/2015 - 09:28

No vive de la música pero la vive a diario. Nicolás Hernández (Arrecife, 1966) tocó folías, pop, rock, electrónica; tocó en hoteles y en la calle. Luego trabajó durante catorce años en el Patronato de Turismo de su isla. Hoy con un equipo informático bien surtido de software y varios “juguetes” explora nuevos sonidos en Lanzarote Notebook —su proyecto en solitario— y Hissop —un mano a mano con Juanje Jorganes—. Sondeamos su visión de la música como expresión artística y motor turístico.

Creció rodeado de instrumentos de cuerda y a los once años tocaba el timple lo suficientemente bien como para acompañar a una rondalla que amenizaba las noches de Jameos del Agua y el Hotel Salinas. Su trayectoria con aquella agrupación folklórica se torció cuando se sintió mangoneado: “Para cumplir con sus compromisos de pasta sí me querían, pero cuando les invitaban a un viaje a Venezuela al niño no le llevaban”.

Lo cuenta en la ribera del Charco de San Ginés, donde recolectó las primeras ronchas de su infancia y hoy flota un pantalán para una producción de la Orquesta Clásica de Lanzarote que programa obras de Falla, Rossini, Mendelssohn y Cohen (Leonard). ¿Podríamos escuchar aquí una sesión de música electrónica? “No, no le interesa a nadie”, responde de inmediato.

En Lanzarote “nunca se ha percibido el rock como cultura”. Tampoco otros lenguajes creativos. “Falta cultura de base”, apunta Nicolás. “Tú puedes traer aquí a los más vanguardistas de la escena rock y quedarte sólo”, dice. “Algo no va bien” cuando Basically no llena Jameos del Agua o sobra la mitad de las entradas para un concierto de música clásica en la Cueva de los Verdes. Tampoco ayuda que la normativa sea tan restrictiva con la música en directo y la música callejera, ni que los ayuntamientos “traigan siempre a Los Lola y Los Salvapantallas”. Aclara: “No es que sean malos, es que aquí hay recursos y variedad, y no se molestan en buscar”.

En Lanzarote “nunca se ha percibido el rock como cultura. Tampoco otros lenguajes creativos”

Hoy no hay excusa para programadores ni para músicos. “Creo que los grupos que se lo toman en serio tienen todo para moverse: tienen la Red, la posibilidad de grabar sus vídeos y sus maquetas; estamos súper bien conectados con el planeta. Si lo quieres hacer en serio, lo puedes hacer”, analiza. Hace treinta años, un ocho pistas era un lujo. Ahora tiene un ordenador portátil, Protools, Ableton Life, Logic… Todo lo necesario para grabar una maqueta profesional que luego puede compartir en Souncloud, Bandcamp o Beatport. “Si es realmente buena, se va a mover. Y puede que alguien te llame —continúa— coges un Ryanair, te vas a Madrid con los cacharros y te pones a tocar, que seguro que hay bolos”.

Adiós folías, hola Bob Dylan

En los años ochenta grabó con Maraballas Band el primer single de la historia del pop conejero. “Molaba un hueco tocar, ¡me encantaba tocar!”, recuerda riendo. El proyecto se pergeñó en el instituto. Allí conoció a Nacho Béjar, que años más tarde fue guitarra de Antonio Vega. Empezó a tocar con él y Víctor Hernández, que ya emulaba el jazz fusión de Weather Report. Nico cambió su Yamaha acústica por una eléctrica para unirse a aquellos ensayos en una azotea en El Reducto, enchufados a una radio descacharrada que hacía las veces de amplificador. “Los progresos fueron espectaculares: de tocar folías a hacer pinitos con Bob Dylan, Gong…”.

Sintonizar Radio 3 era una odisea, pero sí llegaba la revista Rockdeluxe, una guía imprescindible. Nicolás se atiborró de música grabada de las cintas que compraban otros amigos. “Conocí de todo, sobre todo garaje, mucho garaje; por eso no me sorprende nada de lo que ocurre ahora en el indie español, porque ya lo he oído”.

Se matriculó en Derecho en la universidad de La Laguna pero en las navidades del primer curso lo vio cuesta arriba. “Gracias por todo pero esto no va a salir bien”, le dijo a sus padres. Se diplomó en Turismo mientras tocaba en Moral Femenina y compartía piso con el guitarra de la banda. En aquella casa sonaba constantemente Lou Reed, The Doors, Velvet Underground, The Cult… Allá conoció a Juanjo Jorganes, un punto de inflexión en su vida.

“Falta cultura de base. Puedes traer a los más vanguardistas de la escena rock y quedarte sólo”

El año del Nevermind de Nirvana lo vivió en Oldham, trabajando en el Periquito´s Hotel, a nueve kilómetros de un efervescente meollo musical llamado Manchester. Corrían los años noventa: los grupos de la zona eran Inspiral Carpets, Primal Scream y los Smiths.

De regreso a Lanzarote, participó en el Festival de Música Visual con Delfuego, un proyecto pionero en fusionar la electrónica con lo acústico. Estaba formado por Juanje Luzardo —“siempre puntero en tecnología y un gran pianista”—, Miguel Ángel Martín y Víctor Hernández. En 1993, El País reconoció su trabajo como uno de los mejores editados aquel año en España.

Su última incursión en el rock fue en el año 2000 con Mame Spínola. El lenguaje de los defi nes consiguió un sonido muy potente pero fue “un despropósito”. Tardaron en dar con los músicos adecuados y los conciertos no funcionaron. En unas fi estas de San Bartolomé, bajo una tremenda solajera, sin saber si cobrarían o no, dijo basta. “No vuelvo a tocar”. En realidad sí volvió a hacerlo: en el Costa de Músicas, en el equipo PARA (antiguo Generador), el Numa Circuit, el festival de Músicas Alternativas de Canarias y el Dis-Play. Todos tienen (o tuvieron) en común la idea de compartir lenguajes creativos contemporáneos, que desde hace años también forman parte de eso que llaman “lo nuestro”.

“Con su aforo, Jameos no amortiza nada”

“Piensa en cualquier festival. Benicàssim por ejemplo: un sitio remoto a treinta y pico grados que vive de la música. Lanzarote tiene picos de baja ocupación, sería un planazo organizar una marca (festival de teatro, danza, música…) en mayo y junio, los meses en los que baja la ocupación por los flujos turísticos”. ¿Como el Festival de Música Visual? “Como concepto era algo más que genial, era vanguardista y posmoderno, muy, muy avanzado. La calidad de la gente que vino es indudable: Andreas Vollenweider, Brian Eno, Jon Hassell…”.

Cuando la marca se consolidó y la gente “llamaba preguntando por fechas y programa”, el festival se canceló. “Con un aforo de 550 plazas, Jameos del Agua no amortiza nada. Tienes que vender la entrada a más de cien euros para pagar un caché decente. El sitio es increíble pero no es nada rentable para conciertos”.

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