“En ‘Pandemia a corazón abierto’ está mi vida, arrojada en la página en blanco”
Alexis de la Cruz Otero, poeta y librero
Licenciado en Filosofía por la Universidad de La Laguna y alma mater de la librería de segunda mano La Madriguera de Arrecife, Alexis de la Cruz es autor de los poemarios Eclipse de girasol y del recentísimo Pandemia a corazón abierto (Editorial Ediciones Remotas, 2025), que se presenta el 13 de marzo en la Casa de la Cultura Agustín de la Hoz y el próximo mes de mayo, en la III Fiera del Libro, en San Bartolomé.
-‘Pandemia a corazón abierto’ se distribuye en tres capítulos, a modo de diario, con las fechas de escritura de los poemas, que profundizan en los hitos noticiosos de la alarma sanitaria o desnudan lo más hondo de sus emociones personales. ¿Hay construcción literaria en la estructura del poemario, o los versos brotaron en ese orden y manera?
-No hubo planificación, aunque es una selección de una producción poética mucho más extensa, inviable para ser publicada al completo. Es un libro que nace así, cuando se decreta el estado de alarma y apenas llevaba ocho meses con la librería abierta, el sueño que siempre tuve y que se podía ver truncado. Como tantos, me vi en casa encerrado, sin nada que hacer, y de manera muy natural escribí los versos del 14 de marzo, que abren el poemario. Y a partir de ahí, pensé en llevar un diario relacionado con la pandemia, convencido de que estábamos viviendo un momento histórico y sin afán entonces de publicarlo. Estábamos en la cuerda floja en todos los sentidos, sin saber qué iba a pasar, cuándo iba a terminar, si tendríamos una vacuna... El texto fue saliendo solo, día a día, mes a mes, hasta cubrir los tres meses del confinamiento. Cuando pude reincorporarme al trabajo decidí ponerle punto final, estaba emocionalmente exhausto a nivel personal por todo lo que vuelco ahí. Luego incorporé el epílogo desconfinado, cuando el 2 de noviembre falleció mi abuela Manola por Covid. Solo un tío mío pudo acompañarla hasta el hospital, donde murió sola. La persona de mi familia a la que estaba más unida, a cuya memoria dedico el último poema.
-Sus textos huelen a medicina contra el dolor, contra la separación y la extrañeza ante aquel tiempo raro. ¿Tuvo la poesía fines terapéuticos?
-Sí, aunque en principio no iba buscando eso; simplemente quería testimoniar aquella época extraña, de encierro, que propiciaba el recogimiento, el estar con uno mismo. Y de ahí empezaron a salir muchas cosas, muchos duelos pendientes como la pérdida de mi madre, a la que no recuerdo. Hay un verso de Miguel Hernández, de la Elegía a Ramón Sijé, que dice: No hay extensión más grande que mi herida. Y es verdad, mi herida es un duelo que afronto, a través de la escritura, 33 años después. La persona más importante de mi vida es la única a la que no tengo acceso porque, ante el hecho traumático de su muerte, cuando yo tenía cuatro años, la mente levantó una barrera de olvido. Es una espina clavada, la herida primal, digamos. Hay unos poemas, de los días 3 y 4 de mayo, en los que intento dialogar con ella. En realidad, en Pandemia a corazón abierto está toda mi vida, arrojada en la página en blanco. Fue una catarsis para mí. Si ahora se me empañan los ojos, cuando escribí los poemas me harté a llorar. Y cuando terminé el libro fue un alivio muy grande.
“Hubiera sido más fácil si todo fuese ficción, pero no, es la realidad cruda y dura”
-¿Qué hay detrás de las citas iniciales de Nikos Kazantzakis, José María Millares Sall y Joan Salvat-Papasseit?
-Todas tienen en común la palabra corazón. La de Nikos Kazantzakis, el autor de Zorba el griego, la encontré en otra de sus novelas y tiene estructura de haiku. Las tres cuerdas rotas son un símbolo de mis pérdidas, mi madre, mi abuela y mi tío. La de José María Millares Sall está en un poema de corte social, y habla de un corazón que sangra, como el mío. Y la de la Papasseit, el poeta vanguardista catalán, es un homenaje al año que pasé en Blanes, en 5.° de EGB. La palabra esbatanat significa abierto de par en par pero temeroso, con dudas y recelos. En su caso, alude a la sinceridad del poeta frente a la hipocresía de la sociedad, y en el mío, a la exposición que supone publicar un poemario tan íntimo en lo personal. Me alegra que salga ahora, porque siento que estoy preparado para compartir mis emociones.
-Ha escrito un largo poema con mucha información referida a la cotidianeidad de la pandemia, y versos que asaltan a traición, con imágenes poderosas y una carga emocional muy intensa. ¿Buscó la fusión de lenguajes o su creatividad lo hizo por usted?
-No hubo premeditación. Mi idea inicial era contar la pandemia desde Arrecife, donde vivo y por donde me podía mover gracias a Duna, mi perrita. Pero se convirtió en un viaje hacia fuera y hacia adentro. En un momento dado empezaron a aflorar todas esas emociones, sin buscarlas. El poema se va volviendo más personal a medida que avanza, tras la muerte de mi tío, y cuando mi pareja, Yurima, que es sanitaria, se incorpora al trabajo en el Centro de Salud. Y pese a todo, busqué el equilibrio para no olvidarme de lo que estaba pasando a nivel mundial. Nunca he estado más pendiente de la prensa, pasaba el día enganchado al teléfono buscando noticias y material sobre el que escribir. Precisamente, la particularidad de Pandemia a corazón abierto es que lo escribí en las notas del móvil. Ese fue mi límite estructural, que el verso nunca se rompiera. Al principio los versos son más cortos, hasta que llega un momento en el que me siento cómodo dentro de ese límite y la escritura fluye sin cortapisas.
-La nostalgia anticipada por un viaje a Japón cancelado por la pandemia empapa todo el relato, casi como un hilo conductor que engarza los tres capítulos.
-Sí, nos íbamos a Japón, teníamos previsto volar el 14 de marzo a Madrid, y el 15, cuando se decretó el estado de alarma, hubiéramos salido hacia Tokio. Había estado leyendo a los poetas japoneses porque quería escribir haikus, preparándome para condensar mis versos en 17 sílabas, empapándome de los grandes maestros como Matsuo Basho, que escribió Este camino ya nadie lo recorre, salvo el crepúsculo, o Taneda Santoka, el último monje errante, autor del haiku Mi cuenco de mendigar acepta hojas caídas, que resume mi vida en La Madriguera... Pero no pudo ser. Y el poemario recoge los hitos de aquel viaje que nunca fue.
-‘El amor y el coronavirus, en el fondo, no son tan distintos’, asegura. Y relata romances antiguos de extraordinaria belleza o pérdidas terriblemente dolorosas, muestra sus valores feministas o su traducción poética de la naturaleza.
-Esa parte es la que me da verdadero pánico, porque hay mucha exposición personal; hubiera sido mucho más fácil si todo fuera ficción, pero no, es la realidad cruda y dura. Hay un canto a la familia, a la que me ha tocado y a la que he elegido, como mi sobrino, que ya cumple nueve años y sabe leer, y me gustaría que leyera mis poemas. También hay referencia a antiguos amores, a relaciones sin terminar de cerrar, que pertenecen al pasado. Y a mi amor verdadero y espero que el último, Yurima, mi compañera de vida, que me lo ha dado todo; como esta isla, que me ha devuelto la fe, me ha dado un trabajo que me encanta, que me llena, a pesar del maldito turno partido. No puedo estar más agradecido.
“Como tantos, me vi en casa sin nada que hacer y de manera natural escribí los versos”
-La ciudad de Arrecife, a raíz de sus paseos perrunos que eran pasaporte al aire libre, se convierte también en protagonista de sus versos.
-Era una ciudad de fantasmas, un mundo vacío. La ciudad nos habitó y descubrimos rincones y momentos inolvidables, inmortalizados en ocasiones con la cámara del móvil. Llevaba solo ocho meses viviendo aquí, aunque estuve viniendo a trabajar cinco años, a la cocina del bar La Bulla, en el Charco; pero fue cuando me instalé definitivamente cuando me enamoré de Arrecife, que a pesar de todo lo que hagan con ella sigue teniendo un encanto y una magia increíbles. En pandemia, con Duna, hacíamos el recorrido desde Manolo Millares a la plaza de El Almacén, la marina, el callejón del Aguaresío, el Charco, por supuesto. Recuerdo un momento sobrecogedor, el 21 de marzo, que entraba la primavera y era también el día mundial de la poesía: me vi completamente solo, a plena luz del día, en el Charco de San Ginés. Se oía alguna sirena a lo lejos, los pájaros cantando, y tuve una nítida sensación de solipsismo cartesiano, la impresión de estar solo en el mundo. En mi entrada de ese día, termino con el verso: ¿Seré yo otro fantasma oteando el horizonte?
-¿Qué ha pasado en su escritura entre ‘Eclipse de girasol’ y ‘Pandemia a corazón abierto’?
-Este es un libro que no podría repetir, aunque viniera otro confinamiento. Tanto Eclipse de girasol como El arco iris de tus pupilas, que está inédito, son muy diferentes a este. El primero está dividido en tres partes, que son las tres fases de un eclipse, la umbra, la penumbra y la antumbra, y los poemas están ordenados en función de la cantidad de luz o de sombra que arrojan. Y el segundo es un intento de poesía cromática, basado en la teoría de los colores de Goethe y en la óptica newtoniana. Son poemarios gemelos o complementarios, que se podrían unir. En mi escritura actual noto que hay un cambio de registro en la búsqueda de prescindir incluso del lirismo para ir a la médula, al hueso, por mucho que me cueste, aunque sea duro. En los otros hay más símbolos, más ficción, más juego; son poemarios que se van construyendo poco a poco, mientras que Pandemia a corazón abierto brota como la sangre de una herida, como el agua de un río, como una presa que se desborda o un volcán en erupción. Digo en un verso que mi corazón es uno de los volcanes de Timanfaya porque siento que es así. En definitiva, quiero pensar que he crecido como lector y espero que como poeta.
-‘Pandemia a corazón abierto’ se presenta al público en Arrecife el 13 de marzo, en la víspera del aniversario de la declaración del estado de alarma, y después en la III Fiera del Libro de Lanzarote. ¿Tienes expectativas comerciales o la poesía sigue siendo un reducto para unas contadas sensibilidades?
-Yo, expectativas, no sé. Ojalá que se vendiese y por lo menos pudiera ir a Japón, que es lo que me debe el Covid... Hablando más en serio, creo que la poesía es un género que está muy en alza. Se escribe mucha poesía, no sé si toda buena, pero es cierto que ahora mismo hay muchos poetas jóvenes, tanto en la Isla como fuera, que están publicando con una calidad extraordinaria. Y en todo caso, sigue siendo necesaria. Puede no haber poetas, pero siempre habrá poesía. Lo natural es querer vender libros, también por la confianza que ha depositado en mí la editorial (Ediciones Remotas) pero no está en mis manos pasar desapercibido o que, de repente, la obra guste. Más allá de eso, como decía Bolaño: “Dentro de mil años no quedará nada de cuanto se ha escrito en este siglo”. Así que dejemos los sueños de posteridad y mejor nos quedamos con lo que somos ahora.
Mi corazón es uno de los volcanes de Timanfaya.
Hay millones de litros de magma latiendo en él.
Y aquí estoy, haciendo la colada. Escupiendo,
por el cráter de la boca, estos versos de lava.
El coronavirus lo ha hecho entrar en erupción.
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