CULTURA

‘Cuentos canarios’ o la maestría de Benito Pérez Armas con los relatos

Un nuevo libro reúne por primera vez los cuentos del autor lanzaroteño, quien manifestó esta voluntad, pero no la pudo ver hecha en vida

Mario Ferrer 0 COMENTARIOS 11/09/2022 - 08:20

Poco antes de morir, Benito Pérez Armas (Yaiza, 1871 - Santa Cruz de Tenerife, 1937) comentó en una conversación con el periodista Leoncio Rodríguez que “aspiraba a reunir y completar sus Cuentos canarios, para legárselos a sus hijos, como recuerdo de todas sus devociones por la tierra”. Ochenta y cinco años después de hacer afirmación, el deseo del escritor lanzaroteño se ha hecho realidad.

Este mes de septiembre se presentaba en la Casa de la Cultura de Yaiza que lleva su nombre el libro Benito Pérez Armas. Cuentos canarios, una coedición nueva que reúne todos los cuentos localizados hasta la fecha de este autor (incluyendo nueve inéditos en formato libro), en una obra que ha sido editada de forma conjunta entre el Ayuntamiento de Yaiza y la editorial canaria Ediciones Remotas.

Cuando el equipo de Ediciones Remotas, el Ayuntamiento de Yaiza y Alexis de la Cruz Otero (librero bibliófilo que ha estado al cuidado de la edición) se plantearon publicar algo sobre Benito Pérez Armas para conmemorar el 150 aniversario de su nacimiento, la idea expresada por el autor a Leoncio Rodríguez en las postrimerías de su vida fue ganando fuerza.

Del literato nacido en Yaiza se habían reeditado varias de sus novelas en las últimas décadas, pero muchos de sus relatos, a pesar de ser una parte clave de su obra, habían quedado numerosas ocasiones en segundo plano en los estudios posteriores a su muerte.

Ese punto, junto al hecho de que durante la investigación Alexis de la Cruz encontró nueve nuevos textos en diversos periódicos antiguos que se han ido digitalizando estos años, animaron la salida de esta nueva publicación.

Además, esta edición aporta un estudio introductorio a la obra literaria de Pérez Armas realizado por Alexis de la Cruz Otero y un completo glosario de canarismos, tema donde este autor ha dejado también un importante legado.

Desde muy joven, el lanzaroteño comenzó a publicar en prensa escrita

Nacer hace 150 años en el sur de Lanzarote no auguraba mucho futuro en el mundo de las letras, pero, sin embargo, Benito Pérez Armas, que se formó entre Las Palmas, Salamanca y Sevilla, donde terminó los estudios de Derecho, destacó en la literatura, escribiendo relatos, novelas y teatro. Todavía hoy, uno de los premios literarios más prestigiosos de Canarias lleva su nombre.

Desde muy joven, el lanzaroteño comenzó a colaborar en prensa canaria y peninsular, para finalmente desarrollar una larga carrera de periodista en Tenerife, isla en la que fue director de las cabeceras La Opinión y Gente Nueva, así como asiduo colaborador de multitud de periódicos.

Desde Tenerife también desarrolló una larga carrera política (el historiador Marcos Guimerá Peraza lo llamaba ilustre tinerfeño de Lanzarote), en los partidos de corte liberal, abogando por la unidad regional y la autonomía de la islas.

Entre otros muchos cargos, Pérez Armas fue presidente de la Diputación Provincial cuando se aprobó la Ley de Cabildos de 1912 y el de presidente del Ateneo de La Laguna durante sus años de mayor esplendor cultural.

Fragmento de ‘La Gaviota’

Uno de los relatos en donde se aprecia más la calidad narrativa de Pérez Armas es La Gaviota, que está inspirado en Arrecife. Extraemos un fragmento:

“Efectivamente, por Felipa, como suele decirse, no pasaban los años. Era siempre la misma vieja alta, de constitución hombruna, nariz rojiza y piel tostada por los soleros de las playas. Sus hijas parecían más viejas que ella y sobre todo más destrozadas por el vicio, al que se entregaron como su madre, cuando eran niñas, niñas calvas, en que la juventud aún no había hecho sonar los clarines del amanecer. Su naturaleza lo resistía todo. De muchacha había sido una morena provocativa de formas espléndidas, torneadas sin delicadezas artísticas, pero sólidas, firmes a las caricias del vicio que a ella llegaban como las olas a un peñasco.

Durante treinta años había sido Felipa la sacerdotisa que mantuvo el fuego del amor en todos los marinos jóvenes de Arrecife. Aquellos muchachotes fuertes, de una rudeza casi salvaje, cuando regresaban de las costas africanas después de un mes de ausencia, no pensaban sino en Felipa; en la hembra cuyo recuerdo les incendiaba la sangre, durante las faenas de la pesca y salazón; en la hembra garrida de pulpa lozana y ojos agresivos.

Felipa, como las cortesanas de Alejandría, vivía en los muelles y gustaba del amor en las playas. En verano dormía oculta entre las rocas; detrás del viejo castillo de San Gabriel; dondequiera que la arena fina y apelmazada de las riberas brindaba un lecho fresco y agradable. Todavía, a pesar de sus años y sus borracheras, solía verse solicitada por jovenzuelos de quienes podría ser abuela.

Muchas tardes, cuando las mareas eran grandes y los mariscos de las costas quedaban descubiertos, luciendo sus extrañas vegetaciones, Felipa, armada de un arpón de verga, se dedicaba a pulpear. Arremangada, con el agua hasta las rodillas, recorría hurgando covachas, revolviendo piedras, atisbando escrupulosamente en todos sentidos las playas de los islotes próximos al puerto. Cuando cerraba la noche encendía el hachón de tea, y como un fantasma entre resplandores, que iluminaban las aguas del océano de modo variado y caprichoso, Felipa continuaba cogiendo pulpos, ensartando morenas y cangrejos... Entonces era cuando los jovenzuelos la buscaban, temblando de emoción. Felipa dejaba de pulpear; los resplandores se extinguían...”.

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