Miguel González

¿Era Liam Neeson?

II

Bryant Park es un remanso verde de paz situado en las inmediaciones de la Sexta Avenida o “Avenida de las Américas”. Cuenta la leyenda popular que en esta zona de Nueva York, en alguno de los gigantescos edificios que albergan oficinas de bancos de inversión y empresas multinacionales, la CIA esconde una especie de cárcel secreta donde lleva a cabo sus siniestras operaciones encubiertas. Mejor no pensarlo. En la Quinta Avenida, una suerte de “milla de oro” de la ciudad, se alza el edificio imponente de la Biblioteca Pública, con dos grandes estatuas de leones flanqueando sus escalinatas y con más de 140 kilómetros de estanterías repletas de siete millones de volúmenes. Aquí se alberga la copia manuscrita de la Declaración de Independencia de Jefferson. Historia pura de EE.UU., que se contrapone con la aparición fantasmal, a escasa distancia, de la Trump Tower. Así es. La sede hortera de los turbios negocios del magnate racista que años después se convertirá en presidente del país convive con el lujo de la cercana joyería Tiffany´s o con el inmenso Rockefeller Center, un complejo privado de edificios altísimos donde se ubica el Radio City Music Hall y la sede de la cadena de televisión NBC. Donde la gente patina sobre hielo en Navidad, para situarnos.

Y hacia el sur, el icono. O, mejor aún, uno de los muchos iconos de esta ciudad. El Empire State Building, tras el desplome de las Torres Gemelas, es el edificio más alto de Nueva York. Mide 449 metros de altura, tiene 1.575 escalones desde el vestíbulo, construido en mármol, hasta el piso 86, y su estilo arquitectónico remite al art déco. Subimos hasta el mirador en un ascensor repleto de excitados turistas de incontables nacionalidades y varios niños gritones a una velocidad de 305 metros por minuto. La vista desde lo alto es espectacular. Se domina todo Manhattan, Brooklyn, Coney Island y el vecino estado de Nueva Jersey. No hay rastro de King Kong ametrallado por aviones militares ni de Tom Hanks y Meg Ryan en su cita pastelosa, pero una vez más tenemos la extraña sensación de “haber estado allí antes”. El cine y la televisión han retratado este escenario miles de veces. Así y todo, decido quedarme como icono neoyorkino con el Flatiron Building, más al sur por la Quinta Avenida. Es un edificio triangular, en forma de cuña, que semeja la proa de un barco. Me parece muy original.

Todo paleto proveniente de las más ignotas profundidades de este país-continente de visita en Nueva York tiene una parada de obligado cumplimiento: la Estatua de la Libertad. Reconvertidos en norteamericanos de pro, encaminamos nuestros pasos hacia el sur de Manhattan, hacia el embarcadero de Battery Park donde se toma el pequeño transbordador que traslada diariamente hordas de turistas hasta Liberty Island y su vecina Ellis Island, el islote donde desembarcaron los miles y miles de inmigrantes que construyeron esta nación y de los cuales hoy reniega el sujeto color zanahoria que vive en la Casa Blanca. El buen recuerdo del hot-dog inaugural en el carrito callejero de Times Square nos empuja a repetir la experiencia: perrito caliente de salchicha gigante con mucha mostaza y una salsa especial pringosa, picante y deliciosa. Colesterol por un tubo. No obstante, el deleite de la comida basura asquerosamente apetitosa y la vista espectacular de la cercana Staten Island y del río Hudson provoca el peligroso relajamiento en las imprescindibles medidas de seguridad a adoptar: percibo una suerte de brusco tirón en el brazo que sostiene mi hot-dog y, cuando quiero percatarme de lo que ha pasado, una puta gaviota de Nueva York se ha llevado volando entre las garras la mitad de mi perrito caliente. ¿Será posible? Entre la cara de tolete estupefacto que se me ha quedado y los rostros burleteros no disimulados del resto de pasajeros hay motivo de sobra para armar la fiesta a mi costa. Desde ese momento, me convierto en el cretino al que una gaviota le robó el hot-dog. ¿La visita a la Estatua de la Libertad? Bien, gracias.

Pero, como es fama, no hay mal que cien años dure, así que esa misma tarde nos plantamos en Central Park. Más de 340 hectáreas de colinas, lagos, praderas y casi medio millón de árboles, permiten respirar a Nueva York. Entramos en el parque por la exclusiva zona de Columbus Circle pero luego cruzamos al este para pasear por la denominada “Milla de los Museos”, donde se alzan en un espacio muy corto la Frick Collection, el Museo Metropolitano y el Guggenheim. La temperatura en el interior del parque es de varios grados inferior a la existente en las calles cercanas. Escuchamos un rumor lejano y avanzamos hasta un espacio abierto, donde sobre un escenario en forma de cúpula una banda de música callejera ofrece un concierto gratuito. En ese momento, la cantante vestida de blanco ataca los sones de ¿Qué será, será?, la famosa canción que interpreta Doris Day en “El hombre que sabía demasiado”, de Hitchcock. El público asiste al concierto sentado sobre el césped, escuchando la música con mucha atención. Nos sentamos entre la gente, junto a un tipo alto, encorvado, que fuma un cigarrillo con el codo apoyado en una rodilla. Lo observo un instante, y me quedo atónito.

¿Es Liam Neeson? ¿Es el actor irlandés de “La lista de Schlinder”, de “Michael Collins”, del episodio nosecuántos de “Star Wars”? Es idéntico. La misma nariz, igual joroba. Susurramos entre nosotros el parecido casi perfecto. ¿Será él? El individuo sigue atento a la música y a la voz sublime de la cantante vestida de blanco. Nadie lo observa, sólo nosotros, pero yo estoy empezando a autoconvencerme de que se trata del auténtico Liam Neeson, allí mismo, sentado junto a mí, fumando  tranquilamente y sonriendo mientras se deleita con la música de la street band. Se lo voy a preguntar. Me voy a lanzar. ¿Qué puede pasar? De pronto, sin previo aviso, un grueso goterón se estrella contra mi calva. Con la agitación fetichista que me provoca estar sentado junto a una auténtica estrella de Hollywood no me he percatado de que el cielo sobre Central Park se ha cerrado y que se inicia algo así como un diluvio universal sobre Nueva York. Nos habían comentado algo sobre las imprevisibles tormentas de verano en la ciudad, pero nunca imaginamos esta furiosa descarga proveniente de las negras nubes sobre el parque. La música se detiene, la gente corre buscando refugio bajo los árboles y comienzan los primeros truenos y relámpagos. Se acabó el espectáculo. Cuando miramos atrás, no hay rastro del presunto protagonista de “Rob Roy”. ¿Sería, en verdad, Liam Neeson?

***

En el verano de 2008 el autor de estas crónicas viajó durante casi un mes por diferentes lugares de Estados Unidos. Visitó once estados y varias ciudades, y en cada uno de ellos tuvo la sensación de haber estado previamente, sin duda a causa de la potente influencia cultural que ejerce ese país sobre el resto del mundo. Como consecuencia de ese viaje son estas crónicas de anécdotas y situaciones diversas en el país entonces de Obama y hoy propiedad de un individuo de color naranja.

I: “Welcome to New York”

Comentarios

No creo que nunca ese país al que Vd. se refiere fuera de Obama, y hoy de un individuo color de naranja. EEUU tiene una constitución, no una carta otorgada, y un régimen políotico con verdadera separación de poderes, y así mismo auténtica representación del ciudadano; es decir, ni más ni menos, que una verdadera y auténtica democracia; ¿nosotros podemos presumir de lo mismo ? Creo que no. Gracias por hacernos llegar sus impresiones de USA.

Añadir nuevo comentario