
Victimas y/o asesinos en patinete
Parece que los patinetes, como los móviles tienen vida -y muerte- propias, pues son capaces de arder y de explotar de forma espontánea
Una semana de mi vida ha bastado para que me percate de la existencia de los patinetes en la vía pública.
En unos pocos días casi me han atropellado varios de ellos en zonas peatonales y en aceras. En ese mismo periodo de tiempo he estado a punto de tragarme con mi vehículo a algunos de esos dispositivos, con sus conductores incluidos, de los que me ha sorprendido su juventud pues rondarían ese espacio temporal que está entre la niñez y la adolescencia.
He visto a varios de ellos perfectamente coordinados para labores de vigilancia antipolicial en un proceso de menudeo de drogas de colegas igual de jóvenes.
Tenemos patinetes como armas voladoras, con pilotos suicidas al manillar; con aspirantes a delincuentes como quien patrulla una potente zodiac entre las costas andaluzas y el Magreb.
Aquel divertimento de niños que consistía en darle velocidad con un pie sobre el asfalto y otro en la plataforma, ha devenido en un potente vehículo que, según en manos de quién, adquiere tintes criminales. Realmente, como todo en la vida, sea un cuchillo de cocina, una inocente piedra o una cuerda olvidada en un cajón, el hecho es que estamos rodeados de elementos con cualidades potencialmente criminales. Todo objeto existente cuenta con esos atributos. Luego está la seguridad vial, la responsabilidad de quien, no queriendo morir ni matar con un vehículo, se comporta de una manera feroz. Las familias no están siendo conscientes de que sus niños han recibido un regalo envenenado que les permite jugar con la velocidad y disfrutar del vértigo que produce. Lo que nunca visualizan es la llamada que demanda su presencia en las urgencias hospitalarias e incluso cuando ese servicio sea, a veces, la antesala del tanatorio.
No digo ya, que la que reciba la llamada sea la familia de la víctima de un atropello por patinete, o la del conductor de un vehículo al que interceptó un joven sobre sobre el artilugio y que acabó de mala manera en el asfalto, o muerto. ¿Cómo administramos ese disparate de menores al manillar?
Niños en dirección prohibida, y con auriculares, para los que el mundo es sólo ellos; sin control ni sentido de la responsabilidad ni del miedo. Niños que aparecen como un rayo en un paso de cebra y les acaban pasando por encima por su temeridad. Ese es el escenario y, de él, concluimos que las familias de esos menores ni están ni se les espera. Con el regalo de esos chismes motorizados a un menor debería venir un vale canjeable por el ataúd.
De los adultos en patinete ni voy a hablar.
Comentarios
1 Moto-normatividad Sáb, 03/05/2025 - 12:03
2 Han venido para... Dom, 04/05/2025 - 09:46
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