Ana Carrasco

Un breve cuento de Navidad

Cuando era pequeña mi padre me contaba un cuento. Digo un cuento porque siempre era el mismo. Intento hacer memoria, pero se me escapan los detalles finos por las rendijas de los años. Lo que recuerdo bien, es que un pajarito se había quedado sin fuerzas para poder volar, nadie le daba de comer… Hasta que un buen hombre le ofreció unas migas de pan. El pajarito, contento, emprendió el vuelo y acompañó a su salvador hasta el final de su destino. Allí esperaban ilusionados muchos niños, porque el buen hombre lo que cargaba en su saco eran juguetes. Sentir que el pajarito se moría de hambre y que nadie le ayudaba, me resultaba indignante. Saber que, finalmente, alguien lo compadecía, y el pajarito era feliz, al igual que aquellos niños, me parecía esperanzador.

Las historias de pajaritos me conmueven porque me llevan a mi infancia y al amor de mi padre, pero la que me contaron el pasado mes de noviembre, más que hermosa, resulta ser un ejemplo de cómo, queriendo celebrar la vida, convertimos lo vivo en inerte.

Me la contó, nos la contó, el autor de “Los hijos de la noche”, y de otros tantos ensayos. Santiago López Petit lleva más de veinte años pasando algunas semanas de noviembre en la isla de Lanzarote, por eso la portada de ese libro tiene una foto de la playa de Famara. Oyendo el rumor de ese mar, del viento, el filósofo “busca en las poesías las ideas que tiene y que todavía no sabe”. Y escribe…

Durante su última estancia en La Caleta, Santiago tuvo como compañero un pajarito. Por la descripción que nos hizo, se trataba de un alcaudón o alcairón, que se posaba todos los días en el punto más alto de la inflorescencia de una pitera. Para los pájaros, las plantas altas resultan ser lugares muy adecuados: sobre ellas, otean lo que ocurre a su alrededor, localizan el alimento, se protegen de convertirse en presas, y cantan.

Pasaron los días, y el filósofo se familiarizó con el alcaudón y el alcaudón con el filósofo. Pero, por esas casualidades de la vida, los dos dejaron sus moradas al mismo tiempo, el filósofo porque llegó la hora de su partida a Barcelona, y el alcaudón, porque los administradores de esa urbanización con bungalows de media luna, cortaron el pitón para hacer de él un árbol de Navidad.

Quizás no sepa el filósofo, autor de “Tan cerca de la vida” que el ágave o pitera, florece solo una vez en su vida, que ese alcaudón se posó sobre una planta que tenía tantos años como él lleva viniendo a la isla, que una vez que florece, la planta muere.

En este cuento real, el alcaudón perdió su pitón, la navidad se lo llevó. Paradójicamente, sobre el pitón reposan ahora pajaritos de papel,  y quizás una estrella fugaz de plástico muy plateado, tan fugaz como es nuestro modelo de consumo actual. Creo que el Antropoceno no es más que un sinfín de historias como esta, donde la Vida, se corta para celebrar que vivimos.  

Como este cuento no puede terminar mal, porque siempre hay hombres buenos, porque la pitera dejó sus hijos vivos enraizados a la arena, imaginemos que el pajarito encontró otra pitera florecida y que desde ella le canta al filósofo:

Petit, Petit, Feliz Navidad.

 

Imagen: Pintura de César Manrique

 

Comentarios

Precioso, conmovedor... Y da para pensar. Gracias!
Precioso
Buen ejemplo de una especie invasora beneficiando a la fauna nativa. Demuestra la insensatez de la "biología de la invasión" que muchas universidades han inculcado a su alumnado.
Muy bonita historia
Felicidades Ana! Alex Salebe
Muy hermoso artículo y muy interesante el comentario anónimo sobre la narrativa «nativos contra invasores».
Precioso. Gracias Ana
Precioso. Gracias Ana
Precioso relato y preciso pensamiento.
Muy buen escrito. Felicidades
Muchísimaa gracias por todos los comentarios. Con respecto al anónimo 3, decir que el cuento no pretende introducir el problema de las especies invasoras, que hubiese estado bien, sino ofrecer una reflexión de nuestro estilo de vida, en el que acabamos con la Vida para imitar la Vida. Tampoco he pretendido abrir un debate sobre la "biología de la invasión". Evidentemente, hubiera preferido que, en vez de una pitera, el alcaudón se hubiera posado sobre un tajasnoyo.

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