Samuel Cabrera

San Bartolomé y Lanzarote, en la vanguardia del arte o en el vagón de cola

Padezco lo que los españoles denominamos como “vergüenza ajena”, situación bastante singular que parece que desconocen en algunas culturas. Explico el asunto aclarando que, en lenguaje coloquial, hay conceptos que, para unos, reflejan determinada realidad y, para otros, ni siquiera  existen porque carecen de conciencia de ello. Por ejemplo, el concepto  "hortera", es uno de esos términos que define algo entre inclasificable y de mal gusto, y puede que hasta podamos acercarnos más a la comprensión de lo que alcanza si hablamos de vulgaridad. Del mismo modo que sufro lo que ya he explicado, se constata en los ayuntamientos la existencia de lo que podemos denominar como “horror vacui”, una suerte de patología que da por llenar todo de cosas, que, en el caso de Arrecife se traduciría en agendar cada día actos festivos, que es casi lo mismo. Es cierto, que los municipios de Lanzarote, por mérito de sus alcaldes, están alcanzando cotas insuperables de mal gusto en sus expresiones materiales sobre el territorio, ciñéndonos a eso que en la antigüedad cercana llamaban ornato. Lo penúltimo de Isidro, el alcalde, en las inmediaciones de la Casa del mayor Guerra, esa expresión notable y singular del patrimonio cultural,  es  acompañar el palmeral con  algo de ruido estético. Tengo, no obstante, en mi cabeza siete nombres, Isidro y seis más, y aunque me da un extraordinario pudor escribir sobre esto -sobre feísmo- no puedo lamentar comenzar con tan mal título,  porque si ponemos en un lado de la balanza lo que digo, y en el otro las iniciativas municipales "artísticas" creo que los ayuntamientos y los creadores locales ganan por goleada en lo de liderar cierto nivel de espanto. Por tanto, no sólo me declaro inocente, sino perjudicado por mis alcaldes debido a esos elementos que instalan en el espacio público, para nuestro escarnio, para mofa de los visitantes y como elemento de resta de nuestra imagen y proyección exterior.

Ni voy  entrar en si hablamos o no de patrimonio artístico, porque, definitivamente, una media de la población, puede intuir los límites entre una obra con valor artístico de otra que está entre la  ocurrencia y los actos prescindibles. El  caso que  ponemos en evidencia no está tanto en el quién, aunque es importante, sino en el uso que se hace. Si hablamos de un objeto que compras -cuesta dinero- o lo recibes como regalo y pretendes que pase por una obra artística para instalar en el espacio público, ahí comienzan nuestras  diferencias.

En algún momento del pasado, el espacio público fue dotado con algunas obras escultóricas de Manrique que, objetivamente, podemos valorar como de calidad. Transcurrido el tiempo, determinadas personas consideraron que la obra que tenían en mente podía formar parte del paisaje, y, en otros casos, la iniciativa partía de los gobiernos de nuestros siete ayuntamientos, siendo el resultado de todo ello el que ya conocemos. Y hasta hoy ha continuado lo que parece no tener visos de parar. La imagen de isla que gustamos apreciar y la que se comercializa como destino para terceros se ve perjudicada por determinadas acciones municipales, por lo que  cualquier esfuerzo de cualificación del espacio público para su apreciación y disfrute se ve abortado. El Cabildo, lejos de ejercer tutela alguna, ya en aras de nuestra salud mental, como en beneficio de la imagen turística que se encarga de publicitar en  ferias y eventos -y que tanto cuesta al contribuyente- se inhibe, y pasa de establecer pautas, límites o consideraciones a la prudencia, a la contención y al cuidado,  apuntándose a bruto y participando de semejante circo. Por tanto, no son ya siete alcaldes a quienes tengo en mente, sino ocho mandatarios de los que uno preside el cabildo de la isla. No sólo llenan plazas, calles, rotondas y demás con tanta falta de decoro, sino que ahora se estila que los homenajes se pinten en las fachadas y hasta el Cabildo participa de las iniciativas en lugar de limitarse a entregar una placa, como se hacía antes.

A mi entender, en Lanzarote, lo mejor que se puede hacer es no hacer nada, que la isla anda sobrada de atractivos como para llenarla de cacharros tan pésimos y murales con tan poca fortuna. El paisaje es suficiente; con el palmeral atendido vamos de primera; con la viña cuidada tenemos un monumento, y, no siendo preciso decirlo por obvio, hay que recordar que el Cabildo tiene una responsabilidad sobre el territorio y los ayuntamientos deben representarnos dignamente. El patrimonio cultural no hay que recrearlo con inventos decorativos, sino cuidar el original.

Esos productos ni embellecen el entorno, ni fortalecen nuestra identidad, ni conectan nuestras raíces, ni simbolizan la memoria, ni la historia, en todo caso, podrán ser creativos, pero también lo son algunos asesinos y no por ello vamos a hacerles un homenaje en la plaza pública.

Pedirles que realicen un buen gobierno y que, además, tengan buen gusto, no parece muy real aunque sea deseable, pero lo que si podemos solicitar es que se instruyan. Tengo bastante claro que lo mejor que le puede pasar a la isla, es que dejen de decorarla. No deben olvidar que sus atractivos, e insisto en ello, se localizan en lo que no parecen apreciar, que estos se encuentran en el propio paisaje, en la naturaleza, y que son las intervenciones del ser humano de un tiempo anterior, que creó las condiciones para el aprovechamiento agrícola, eso que llamamos paisaje antropizado, el que ha puesto en valor esto que somos. A la isla le sobra todo esto y le sobra al visitante que lo que  quiere es lo anterior, pues el mundo está lleno de magníficas obras de arte -muy buenas-  dentro y fuera de los museos como para que nos pongamos a esto. Lo de ahora, más viene pareciendo un parque temático de los horrores aunque Isidro quiera creer que está creando un gran parque escultórico en el municipio.

Este espectáculo es observado con complacencia o con indiferencia por los partidos políticos con presencia en los gobiernos de ayuntamientos y Cabildo. De ellos  esperaría que si se han percatado de lo que aquí se pone en evidencia, que le den una vuelta al asunto y que reflexionen. Que llamen al orden a estos alcaldes desmandados que vienen ignorando el daño que hacen. Sé de lo difícil de exponer estos temas y de manifestar opiniones en terrenos tan resbaladizos como el arte o sobre el buen gusto, pero eso es una cosa y otra bien diferente la de envalentonarse y dar cancha a todo lo que se les ponga por delante.

Se puede tener claro que un acto de generosidad de nuestros representantes públicos y de los creadores locales, un acto de absoluto desprendimiento, es que se contengan y se limiten a barrer la casa, pues esta hace tiempo que  está construida y, en todo caso, le sobran algunas habitaciones. Si no lo hacen por nosotros ni por ellos mismos, que lo hagan por los guiris.

Empecé hablando de Isidro y acabo apelando a la secretaria general de su partido, compartiendo un “cómo lo hacemos bien, Dolores”.

Comentarios

Totalmente de acuerdo en todo. Es un auténtico atentado lo que están haciendo en San Bartolomé.
Dan ganas de decir "no con mis impuestos". Si el alcande quiere una escultura que se la compre él y la ponga en el salón de su casa.

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