
Hijos de otras. Nuestros hijos
Son muy sonoros, pero sin contestación social alguna aunque sí tienen replica desde la política. Me refiero al uso de vientres de alquiler para la búsqueda de la maternidad/paternidad que no han podido o querido ejercer por otros medios las mujeres y hombres solos o con pareja. Hacen uso del recurso del vientre de alquiler en aquellos países que tienen regulada esta práctica, y lo han hecho una vez que han descartado la adopción o porque hayan sido rechazadas por el sistema, aunque también es cierto que a la población no parece chirriarle que alguien opte por tal tipo de medidas.
La inscripción de estos hijos al regresar a España ha tenido mayor o menor complejidad en función del país del que provinieran, pero ahora sólo queda la fórmula judicial farragosa que se ha aprobado, que la alargará durante años, por decisión del gobierno del PSOE. Da igual si el partido está o no plenamente conforme con este tipo de decisiones, pero las secunda para agradar a alguna de sus socias, las cuales quieren poner todas las trabas inimaginables para que las familias desistan del proceso de gestación subrogada, que es como se denomina formalmente y que prohíbe la legislación española. Ya sé que agradar no es el verbo correcto, pero tiene su vertiente de complacencia para las dos partes, tanto en el acto de conceder algo en provecho propio, cual es su sostenimiento en el poder, como por quien es atendida en sus peticiones.
Determinada progresía de izquierda gusta apelar a la autonomía en las decisiones; demandar la independencia, de criterio y otras, y reivindicar el derecho a decidir sobre el propio cuerpo, pero tiene bien delimitadas algunas fronteras para ello, como es la prostitución y como son los vientres de alquiler. En ambos casos libera sus demonios cuando, graciosamente, supone la existencia de alguna tara intelectual o de otro tipo en la persona que quiere tomar determinadas decisiones y que sólo le afectan a ella.
Lo relativo a las decisiones sobre el propio cuerpo debe corresponder exclusivamente a cada ser humano, aunque a veces lo haga el Estado, principalmente cuando a las progres en el poder les da porque sea este quien tutele determinadas decisiones que afectan a terceras.
Llamémosle, sin tapujos, "herencia patriarcal", esa que critican en el hombre pero ignoran que ellas son igual de dignas herederas y ejecutoras, pues, antes - y ahora- , era la voluntad del hombre la que prevalecía sobre la mujer. Ahora las decisiones son compartidas, pues las siguen tomando los hombres, pero, junto a -u obligados por- las mujeres con las que asumen el poder. Estas que parecían muy libres, lo son poco, pues están mediatizadas por sus prejuicios y ambición, por sus ansias de poder, por su ideología y por un indisimulado afán, ya no de ser consideradas iguales a sus pares, sino por comportarse como ellos lo han venido haciendo durante milenios.
Lo que está claro es que no hay manera de que se les encienda la luz para que sepan establecer lo que son las cosas. Hablamos de explotación o de trata de mujeres, sea para la prostitución o como vientres de alquiler, y podemos hablar, en el otro extremo, de la decisión de personas adultas que, por su voluntad, deciden un acuerdo económico como contrapartida. En cierto modo, debe dar igual el motivo de la decisión si en las dos descritas existe la plena consciencia de lo que se hace y en ellas no hay fuerza, ni trata, ni explotación.
Cómo convencemos a la izquierda que gobierna este país, y que hace leyes -más decretos que leyes- de que la trata y la explotación en lo que sea va por un lado, suponen abuso, extorsión y pérdida de libertad y que la prostitución y los vientres de alquiler van por otro, siempre que concurra una decisión voluntaria adulta y personal. Cómo convencemos a las mujeres de esta izquierda aburguesada y gustosa del poder por el que clamaban, y que, pancarta en mano, pedían derechos y libertad y el sólo sí es sí. Cómo les decimos que han demudado en todo lo que denunciaron de sus homólogos varones, y que ya forman parte del mismo ejército de reaccionarios que decidían por nosotras.
Ahora, ese lobby también lo conforman aquellas mujeres devenidas en un trágico remedo de las mujeres progresistas que querían hacernos creer que eran. Sólo parecen enfermizamente ambiciosas y despechadas. Las auténticas mujeres progresistas -me consta- están en otras causas, y no haciendo la puñeta a mujeres y hombres, ni infantilizándolas ni cuestionando la capacidad de sus compañeras, mujeres adultas que bregan por salir adelante, no precisamente con sueldos públicos y privilegios, y que sólo quieren ejercitar su libertad sin la tutela, ni de los machirulos ni de las oportunistas.











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