Marta Fernández Casañas

El (poco) valor de nuestros dos parques urbanos

Si algo caracteriza una de las imágenes que acompañan este texto es que, desde una visión aérea, podemos abarcar ambos espacios. Son testimonios para la historia, antes de las garzas, antes del aparcamiento, mucho antes del evidente abandono actual. Hablamos del parque viejo y del parque nuevo, denominaciones que duraron en el tiempo, con anterioridad a que “Ramírez Cerdá” e “Islas Canarias” otorgaran nombre propio a los mismos. Y si algo llama la atención es la extraordinaria presencia de una masa verde en ambos espacios, siendo, prácticamente, lo único notable, salvando la singularidad de la imagen anterior del Gran Hotel y del propio Parador de Turismo.

Ambos parques son la constatación de dos pérdidas. Es cierto que, aunque no se aprecia en la imagen, el parque nuevo contó con un diseño manriqueño muy vinculado compositivamente con parte de su obra pictórica, aunque puede que, desde un análisis funcional, no fuera tan práctico.

Grandes ejemplares vegetales protagonizaban el espacio, esa era la realidad. En el caso del parque viejo, sus parterres fueron plantados con un irrenunciable gusto por el arte de la topiaria, lo que obligaba a estar tijera en ristre para mantener los volúmenes vegetales, aún así, bien pronto la vegetación se desmelenó y la naturaleza se desbordó de los parterres. Los setos se mantuvieron bajo los grandes árboles durante años haciendo un guiño a aquella intención original. Realmente, no era un parque para pasear entre árboles, sino para mirarlos desde el exterior -tal que su hubiera sido diseñado sólo para su contemplación- y para cobijarse bajo la parte de las copas que sobresalían de los límites de las enormes jardineras construidas para ese fin, a las que ni se debía, ni se podía acceder. Puede que esa ausencia de cultura de jardín, por razones obvias, hizo poner distancia entre la ciudadanía y el ajardinamiento del primer parque de la ciudad, pues un pequeño muro disuasorio y los pequeños setos, dificultaban que se pisara la zona plantada. Tan valiosa era.

Tras la demolición del parque nuevo y, por tanto, de la obra de Manrique, la nueva intervención otorgó la propiedad a los vehículos, sólo eso, pues aquella importante pieza de suelo, generó un subsuelo para aparcamiento que, desde entonces, enriquece a la propiedad privada a cambio de haber construido el parque que a nadie beneficia y que sobrevive en la más que lamentable dejación. De hecho, no es más que la azotea del aparcamiento con un tratamiento mínimo, sin zonas de sombra y sin posibilidad de plantar árboles de gran porte. Poca vocación de próceres, la de los empresarios que nos dejan tan deficitario legado. A la vista está. La complicidad municipal, mandato a mandato, nos impide revertir tal proceso, a pesar de haber perdido un vial público del que se beneficia, en el subsuelo, a aquellos empresarios. Sobre si hay posibilidad de mejora, no me cabe duda, incluso manteniendo el aparcamiento actual, o parte de él, y esa mejora pasa por generar una línea de sombra en el borde de la acera que arranque desde el Club Náutico hasta el propio Gran Hotel. Consideración de la propuesta, buena disposición pública y decisión. No es más.

El gobierno municipal, consciente y convenientemente ajeno a este asunto, hace la ola al empresariado responsable en su nueva promoción en forma de centro comercial, con la vista puesta en sacar rédito electoral a lo que es una iniciativa empresarial, por si la ciudadanía, en la vorágine consumista, olvida el abandono de la ciudad y la responsabilidad de esos mismos empresarios por el estado del parque. Es evidente el descuido de las zonas comerciales históricas, y las hipotecan en favor de un conglomerado empresarial al que adulan y al que justifican con la solemne estupidez de que incentiva la antigua actividad comercial de la capital. Será su defunción lo que van a celebrar.

Respecto al parque viejo la cosa es más compleja, pues una medida de protección limita las intervenciones. No es que subyazca en esa afirmación la censura a las necesarias medidas que las administraciones deben adoptar para preservar nuestro patrimonio, sino que esa medida ni impidió el deterioro, ni la muerte final del patrimonio vegetal, ni las malas intervenciones realizadas a lo largo del tiempo, a pesar de estar vigente tal instrumento de protección vinculado al Plan Insular de Ordenación del Territorio desde principios de los años 90. Algo similar a lo ocurrido en el Charco de San Ginés, presente en dos catálogos del PIOT, a cuyas medidas de conservación se renunció durante décadas. Esa situación propició edificaciones en altura en primera línea que, a todas luces, hoy sería imposible construirlas.

Como todo el debate gira sobre las obras y los permisos para realizarlas, en lo que es un evidente enfrentamiento entre dos administraciones de la que ninguna parece inocente, y con los técnicos tomando partido, no parece que se haya abierto ningún otro debate que ponga en evidencia si el parque y su diseño, realmente, sirven a la ciudadanía y a la ciudad; a sus habitantes y a otros usuarios, aunque fuera intervenido para recuperar su imagen anterior, pues no comparto que su trazado esté al servicio de un uso óptimo. Si hago un paréntesis me entenderán, y es que mucho me temo que la pérdida de la masa verde ha alegrado a muchos de los vecinos residentes en la primera línea que quieren ver el mar desde sus ventanas, y defenderán en voz baja que no se planten árboles de porte. Es lo mismo que sucede a otros vecinos que se cargan los árboles que plantan ante sus fachadas en otros puntos de la ciudad: incivismo, no es más.

Al parque viejo le queda darle varias vueltas y alguna podría pasar por sacarlo de la figura de protección de la que disfruta o que sufre, acotando la intervención de Manrique, si es que realmente quieren conservarla, a la vista del imparable deterioro que toleran las administraciones. Al fin y al cabo, es una obra menor que testimonia el arranque de lo que luego se denominó como obra espacial del artista y que no es que carezca ni del interés ni el valor del grueso de su obra. El mobiliario original del parque ha sido sustituido; el pavimento, con singular dibujo y colores ya no existe; las jardineras que rematan los grandes contenedores reproducen torpemente las originales desaparecidas; las pérgolas son otras pérgolas y a su pié no se puede plantar porque el hormigón lo impide. La luminarias son otras y la zona central fue remodelada y cegado un gran parterre circular con una lámina de agua... Estamos ante un falso, ante una mala réplica del parque original, y a la pregunta de qué es lo que estamos protegiendo, la respuesta sería que exclusivamente parte del trazado, pues si ni los materiales ni el ajardinamiento existen, la respuesta es que estamos protegiendo lo que ya desapareció, el recuerdo de lo que fue y ya no es. Ante ello, por qué no mejorar el trazado. El objeto de tal propuesta debería desembocar en la reconsideración de la figura de protección, sin alarmas ni aspavientos, pues eso es lo que viene haciendo el Cabildo a través de su Servicio de Patrimonio con otros bienes. La iniciativa implicaría mantener una protección que permitiera su remodelación integral (una protección ambiental en la que se permita la reestructuración). Tras ello, correspondería la redacción de un proyecto en manos de paisajistas con recorrido y solvencia profesional, que diseñen un nuevo parque, y que, al tal parque, se dote de la arboleda tan necesaria y demandada bajo la que la ciudadanía vea pasar la vida, lo cual no es mucho pedir. Un nuevo parque para el disfrute de la ciudadanía, que recuerde con dignidad la notable figura de Ramírez Cerdá, pues, en la actualidad, no cumple ni con una ni con la otra condición. 

Comentarios

Arrecife y los ineptos que la gobierna y han gobernando resumido en un buen artículo periodista. Hace años que no piso Arrecife, aún viviendo en Lanzarote, y espero que sean muchos años más así.
No existen,murieron en manos de la desidia

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