Miguel González

El océano interior

La región de los Grandes Lagos apabulla, por sus dimensiones gigantescas y por tratarse de la mayor reserva natural de agua dulce del planeta. Hemos llegado a la diminuta península de Presque Isle, a orillas del lago Erie, que junto a los lagos Michigan, Ontario, Hurón y Superior conforma lo que muchos estadounidenses denominan sus “mares u océanos interiores”, y a uno le da por elucubrar de forma simplona que con tanta agua dulce a su disposición, este país jamás pasará sed. Se trata de interminables extensiones de agua que abarcan hasta cinco estados y donde se desarrolla una intensa actividad industrial y portuaria. Sin embargo, Presque Isle es una suerte de remanso de paz, con excelentes vistas al lago, muchas zonas recreativas y de descanso y playas arenosas intercaladas con bellísimos bosques. El lugar perfecto para olvidar definitivamente las amenazas histéricas y los gestos de hostilidad de aquella especie de urraca demente transmutada en madre del desdichado Joe.

Hacia el mediodía, tras varias horas avanzando por las carreteras secundarias que bordean la costa del lago Erie, dejamos atrás Pensilvania y cruzamos la frontera con el estado de Ohio, habitado por casi once millones y medio de personas y lugar de nacimiento de gentes tan ilustres como el inventor Thomas Edison, los hermanos Wright (los del primer artefacto volador) o el director de cine Steven Spielberg. A primera hora de la tarde llegamos a Cleveland, la ciudad más grande del estado, partida en dos por el río Cuyahoga y con una población de casi medio millón de habitantes. Se trata de una urbe dinámica y muy modernizada, tras sufrir las sucesivas crisis económicas que azotaron la región industrial del Medio Oeste, y que cuenta con un centro urbano muy atractivo, donde destaca el altísimo rascacielos de la Terminal Tower, con 52 plantas y desde cuya azotea, en días límpidos, puede contemplarse una silueta muy difusa que, aseguran, es Canadá. Muy cerca de allí observamos la enorme fachada del Quicken Loans Arena, el palacio de deportes donde juega sus partidos como local el equipo de baloncesto NBA de los Cleveland Cavaliers, cubierta con una lona de proporciones épicas con la imagen omnipotente del héroe local, el gran LeBron James.

Pero no hemos llegado hasta Cleveland para ver baloncesto, sino para disfrutar de uno de sus atractivos más interesantes: el “Rock & Roll Hall of Fame”. Diseñado por el arquitecto chino I. Ming Pei, este formidable museo al que se accede por una pirámide de cristal muy similar a la del Louvre parisino hace un extenso recorrido por la historia del rock´n´roll, desde sus orígenes hasta nuestros días. Es un templo para los mitómanos, pues en sus salas se exhiben, entre otros, el coche psicodélico de Janis Joplin, una guitarra eléctrica que perteneció a Chuck Berry, las gafas negras e inconfundibles de Ray Charles o una camiseta que lució en algún concierto el dios Jim Morrison. Lo mejor, en mi opinión, son las exposiciones interactivas y los numerosos documentos audiovisuales que datan los inicios del rock´n´roll en el blues que cantaban los esclavos negros a orillas del río Misisipí mientras recolectaban algodón. Y, por supuesto, la gozada fetichista que supone observar los instrumentos musicales que en algún momento tocaron con sus propias manos los Rolling Stones, Jimmy Hendrix, Guns N´Roses o Elvis Presley. Un placer auténtico y un extenso recorrido ilustrativo por uno de los fenómenos culturales más potentes del siglo XX.

Pasear de noche por el desierto downtown de Cleveland, contemplando algunas luces encendidas en los enormes edificios de cristal y acero que forman el centro financiero de la ciudad, y experimentando la suave brisa de agosto procedente del cercano lago Erie, se nos antoja la manera perfecta para acabar el día. De camino al hotelito de la cadena Comfort Inn donde hemos encontrado alojamiento, en el centro de la ciudad, decidimos hacer parada y fonda en uno de esos restaurantes rápidos que proliferan por todas las ciudades del mundo y en donde te confeccionan un bocadillo veloz con los ingredientes que tú mismo propones al camarero. Sin duda abstraídos por la magnífica experiencia de nuestra visita al “Rock & Roll Hall of Fame”, y con la guardia baja al transcurrir muchas horas desde nuestro terrible incidente con la madre de Joe en su garito de Towanda, Pensilvania, no nos percatamos del careto feroz con el cual nos recibe una de las camareras, afroamericana, de trenzas rígidas, ojos agresivos, culo gigantesco y un brillante color de piel tan negro, tan negro, que parece azul. Resulta que están cerrando, imagino que después de una agotadora jornada de trabajo despachando bocadillos prefabricados, y que no les apetece en absoluto que un par de guiris despistados y atolondrados aparezcan a última hora a tocarles las narices.

Así que la negra - azul, exasperada, cabreada hasta el infinito, con gestos de desesperación, me pregunta una y otra vez, sin darme tiempo a la reflexión serena que preciso para mi elección de bocadillo, que demonios quiero que me eche en el pan. Yo revivo en mi interior la pesadilla de la madre tarada de Joe y me pregunto por qué me odian todas las camareras de Estados Unidos y qué les he hecho yo para que me traten así. Más hete aquí que, a diferencia de la bruja de Pensilvania, una joven etérea que hasta ese momento había permanecido oculta en algún punto ignoto del local se hace presencia, toma con delicadeza mi bocadillo interrumpido de las manos enfurecidas de la otra, susurra algo a su compañera, que me hace un gesto de desprecio y se retira a la trastienda, y me pregunta en un inglés dulce y mexicano (esto lo supimos después) si quiero pepinillos en mi sándwich de atún. Silvia, eso pone en su identificación prendida en la solapa, nos ha salvado la vida, y con su afectuosa sonrisa y su cabello rubio de México consigue que la noche termine bien. Y eso que yo, de natural rácano, olvidé una vez más la obligatoria y puñetera “tip”...

 

En el verano de 2008 el autor de estas crónicas viajó durante casi un mes por diferentes lugares de Estados Unidos. Visitó once estados y varias ciudades, y en cada uno de ellos tuvo la sensación de haber estado previamente, sin duda a causa de la potente influencia cultural que ejerce ese país sobre el resto del mundo. Como consecuencia de ese viaje son estas crónicas de anécdotas y situaciones diversas en el país entonces de Obama y hoy propiedad de un individuo de color naranja.

Artículos anteriores:

La madre de Joe

Al oeste, siempre al oeste

“Welcome to New York”

¿Era Liam Neeson?

“Creuze Club”. Perversiones varias

 

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