Marcial Riverol

El debate no está en el Islote del Francés

Se puede estar orgulloso de las cosas más peregrinas. Desde la mata de pelo lograda tras un viaje a Estambul, de la casa que tienes, de los hijos estudiosos, del patrimonio acumulado, o de tu modesta biblioteca. Sentir orgullo de vivir en Arrecife resulta una tarea un tanto complicada, y no creo que se ejerza incondicionalmente, pues parece mediatizada por la labor de atención del espacio público que corresponde a la administración así como al celo de los usuarios. Es complicado enorgullecerte de la calle que expulsa sus miserias, ocultas en redes de alcantarillado que colapsan tras cada lluvia, o de los muros pintarrajeados con pintadas. Del mismo modo que más que orgullo, me saque de mis casillas lo que costó el parque que perpetró algún descerebrado junto a mi centro de salud en Valterra. La calidad de lo que se va haciendo es como un torpedo a la línea de flotación de la ciudad. De civismo, o la falta de él, no es que me queden muchas dudas.

No me enorgullecen particularmente mis servidores públicos, no sólo porque no me representen ni de palabra ni de obra, sino porque no se esfuerzan en disimular que no saben, porque no observan, ni cuentan con el loable empeño de aprender. Mi larga lista de despropósitos alcanza a hombres y mujeres que disfrutaron del poder municipal, y, por larga y decepcionante, resulta extraordinario que hayamos sobrevivido a tan poca aptitud.

A este Arrecife, del que algunos se empeñan que empiece y termine en el Islote del Francés, como si no hubiera una ciudad que tiene sus antecedentes en el siglo XV, o mucho antes, como emplazamiento anterior a la conquista normanda. A este Arrecife, decía, lo declararía víctima del desamor de sus hijos, que, distraídos, andan perdidos en disputas que no son su hacienda ni su honra. Es lo que no es el Islote, no tenemos ahí nuestros intereses ni esa pieza es nuestra hacienda ni nuestra ciudad, pues parece poco más que un risco salobre con vocación de tajada urbanística. No tengo idea alguna, ni aproximada, del uso que debiera tener ese trozo de suelo comprendido en los límites del Islote del Francés, pero sí puedo ser capaz de especular con las condiciones que debería tener para el disfrute del mismo, sea lo que sea lo que puedan o vayan a hacer ahí. De la tentación de opinar de lo ajeno no se libra nadie, y, por ello, a modo de observación, me parece que la parcela, inicialmente, no cuenta con condiciones para casi nada, pues por encontrarse abierta a los vientos dominantes, sin posibilidad de abrigo que permita la realización de actividad alguna, parece un enorme inconveniente para su cualificación, a no ser que se plantee un elemento que aporte determinadas condiciones, ya sea para el ajardinamiento de la superficie o para los fines sociales, culturales o deportivos que pudiera albergar. Es posible que una construcción a modo de herradura en su parte más próxima a la vía rodada fuera la respuesta. “Soco” lo llaman los campesinos.

No obstante, el Islote, y su situación actual tras la determinación de Costas de extender su influencia hasta los 100 metros, limitando sus aprovechamientos, no me distrae de lo esencial, que es que nos encontramos en una capital que se caracteriza por la ingobernabilidad, o la incapacidad de gobernar desde hace décadas. Se responda o no al Islote, Arrecife continuará teniendo un problema y esa pieza de suelo no lo va a resolver, del mismo modo que defiendo que un plan general no atenderá a lo que corresponde hacer en la ciudad consolidada por planes anteriores. Toda esa ciudad que, como un abanico, se extiende desde la punta del camello hasta más allá de puerto Naos, y cuyo clavillo lo podemos situar en el puente construido por Torriani durante el siglo XVI, o en su par, mandado a construir por el rey Alfonso XIII en 1906.

El Islote ha sido una fórmula de distracción de lo importante y todos hemos caído en la trampa, tanto, que algunos hasta viajaron a Miami al circo que montó la iniciativa privada. Es la misma maniobra de distracción que conduce a Armando Santana, edil municipal, a mover el rabo ante determinado empresariado inmobiliario, para hacernos creer que es un éxito de la administración un centro comercial del que el ayuntamiento se ha limitado a conceder una licencia de construcción.

El Islote, de intervenirse, sea lo que sea -parque o zona libre- no nos sanará como comunidad porque los problemas de la ciudad continuarán ahí. El Islote del Francés no es la ciudad, y los metros cuadrados que ocupa son un porcentaje mínimo del suelo de Arrecife. No cabe duda de que determinada actuación repercutirá positiva o negativamente por la situación estratégica que ocupa, pero una vez acometida esa intervención, la ciudad seguirá en el duermevela a la que la tienen sometida nuestros dirigentes, incapaces de responder a sus necesidades y a sus retos, en la creencia de que la iniciativa empresarial va a dar respuestas a lo que la administración no hace. Tanto lo creen que hasta el ya mentado concejal de Comercio publicita un centro comercial mientras olvida que es un cargo público y que la actividad comercial repartida por la ciudad no está mereciendo su atención ni su preocupación. Puede que la actividad comercial, tal y como la conocemos, sea un problema que no tenga que resolver el ayuntamiento, pero parte del problema es la calidad del espacio público donde se asienta aquella, y esa es una competencia municipal. Ahí radica el mayor problema, pues creen que otorgando licencias de construcción es como se gobierna, y tan a fuego lo tienen grabado que cada poco tiempo pasan el listado de licencias concedidas a los medios de comunicación. Creer que se gestiona el espacio urbano sólo con licencias a particulares es un error mayúsculo pues, si bien las parcelas forman parte de este, es esencial dar respuestas al suelo de titularidad pública. No es posible tener calles impolutas si no hay edificios en ellas, como no parece viable olvidar las vías mientras se autorizan construcciones en esas mismas calles.

Prueben a separar, en una mirada al espacio urbano, lo público de lo privado: las calles, plazas, aceras y zonas ajardinadas, de los edificios, casas y negocios. Los primeros, de titularidad pública, gestionados por el ayuntamiento, y los segundos, de titularidad privada en su mayor parte. El estado de los segundos depende de la iniciativa de la propiedad y de la regulación por ordenanzas que obligan a que su estado sea el correcto. De los primeros, su gestión es exclusiva del gobierno municipal o de la colaboración con otras administraciones insulares o regionales.

Arrecife presenta varios frentes, uno de ellos es el abandono de inmuebles, cuyo pésimo estado de conservación compromete la percepción del espacio urbano, y cuyo mantenimiento no se realiza por la propiedad ni es instado por la municipalidad. Si bien esta situación está a la vista de todos, la labor de vigilancia de la policía municipal tampoco se cumple. Ni tan siquiera conocemos que los agentes cursen denuncias sobre el estado de los mismos y, en algunos casos, cuando se producen, son propiciadas por técnicos municipales que dan rienda suelta a sus particulares cacerías selectivas.

De los bienes por proteger, asunto cansino y manido, es tan sencillo de resolver como que se haga uso de cualquiera de las dos figuras de protección existentes, ya sea la inclusión en un catálogo municipal o en un catálogo insular. El primero vinculado al plan general de la ciudad y el segundo competencia del Cabildo, que ya existe, vinculado al Plan Insular de Ordenación del Territorio. Del municipal podemos entender el nivel de enredo porque la aprobación de un nuevo plan general lo viene siendo. Del insular no hay más que poner a trabajar al Cabildo en él, metiendo en el que tienen los bienes que deseen. El Cabildo inicia el procedimiento en pleno, y el Cabildo lo culmina, también en pleno. Por ello, no alcanzo a comprender las razones de la dejación de tal asunto, área que por cierto corresponde a la presidencia, desde donde se convocan los plenos y se establece el orden del día. En este punto, no hace falta extenderse mucho para explicar la fórmula chapucera y arbitraria con que se han conchabado el Cabildo y el Ayuntamiento. Se trata de que cada vez que un ciudadano solicita una licencia para intervenir en un viejo edificio, la administración local solicita al Cabildo que indique si cuenta con alguna medida de protección. Si carece de ella el Cabildo, no insta o procede a la protección, sino que “obliga” a intervenir con determinadas condiciones, como si estuviera protegido, y el ayuntamiento lo hace suyo. El vecino se ve sometido a un chantaje con visos de ilegalidad por dos administraciones que actúan de forma arbitraria, pues si un inmueble no cuenta con medidas de protección, o se protege o se aplica la normativa del plan general vigente. Es la antigua librería Lasso uno de los ejemplos de este modo de actuar. Finalmente, la propiedad ha hecho lo que le ha dado la gana y no ha cumplido con ninguna de las condiciones del Cabildo. Y lo ha hecho porque el inmueble carece de protección y no puede poner condiciones como si la tuviera. Encima, contraviene las ordenanzas municipales aplicando un color no recogido. En esto, la administración insular es incapaz de ponerse a trabajar en el catálogo existente incluyendo lo que merece ser recogido. ¿Delictivo, este modus operandi?, pongan ustedes los calificativos.

Tenemos, por tanto, una primera cuestión fruto de un acto de connivencia a varias bandas, fruto de lo cual el espacio público y la ciudadanía son los elementos sufridores de esta red tejida durante años. Lo es también el visitante de la ciudad, al que como turista se desea y desprecia al mismo tiempo, pero no se le brindan las condiciones para que su retina y su cámara de fotos almacenen experiencias gratificantes.
Si ahora nos concentramos en el espacio público, la situación de desamparo es idéntica, sólo que no parece que podamos encontrar vías para generar una relación entre la ciudadanía y el ayuntamiento, por cuanto no encontramos una interlocución para transmitir ideas y propuestas para el espacio común. La mala imagen de la ciudad es un problema en el que confluyen multitud de asuntos. Intuyo que tratando cada uno se avanzará en el necesario proceso de regeneración. Aún así, correspondería establecer una estrategia, más allá de resolver lo que está en estado de abandono: qué aspecto debe tener la ciudad anhelada; qué modelo de los conocidos nos sirve para aplicar aquí; qué medidas ambientales van estrechamente ligadas al bienestar y a la calidad del espacio urbano...

Efectivamente, el debate está en la ciudad, y siendo el Islote una parte de ella, no deberíamos olvidar que la cantidad de tareas que quedan por hacer, ni son tan terribles, ni tan inasumibles, ni tan gravosas, si se hace con cabeza y con el auxilio del Cabildo. Acometerlas es una reparación que deben a la capital quienes ostentan la representación municipal e insular. Y no olvidemos que, existiendo una concejalía y una consejería de Turismo en cada una de las dos administraciones, que al menos lo hagan por los turistas que buscan, porque si es por ellos por lo que arreglan esto, el hecho de que nos sigan despreciando nos dará bastante igual.

 

Comentarios

Muy bien.
De acuerdo, sobre todo en lo referente a temas de patrimonio, existe falta de legislación (Catálogo obsoleto) y de criterio con lo que se puede hacer cuando existen valores. No se percibe una voluntad ni de confeccionar nuevo catálogo ni tampoco de dar directrices al respecto. Así, Arrecife esta lleno de casas viejas y abandonadas, cuando es el poder municipal, apoyado por el cabildo, quien debería promulgar medidas para esto no ocurra.
Lo de la casa roja de la Librería Lasso debería sacarle los colores a la alcaldesa y a la presidenta del Cabildo. Una vergüenza que se salta las ordenanzas municipales y se las vacila. Ante la pasividad de ambas. Lamentable
A mi no me disgusta la nueva fachada de la librería Lasso. Lo que había antes sí que era una mierda, cayéndose a pedazos , lleno de basura, año tras año , dejando en evidencia a la gentuza hedionda que nos ha gobernado durante décadas.
Este articulista considera que un plan de ordenación urbana no sirve para nada, que Arrecife no necesita actualizar su ordenación urbana después de 30 años, con todas las unidades de actuación del plan de 1991 caducadas, sin suelo público , sistemas generales frustrados , cientos de miles de metros polvorientos en medio del tejido urbano en un limbo jurídico , con un desfase brutal en asuntos clave como la movilidad ... Con todo respeto : ¿ no hay nadie más capacitado para escribir aquí ?
"El mismo", parece no entender usted nada. Incluso hace afirmaciones no vertidas en ningún artículo por el tal Riverol. El confinamiento no le sienta bien a algunos "observadores".
El Sr. Riverol dice : " defiendo que un plan general no atenderá a lo que corresponde hacer en la ciudad consolidada por planes anteriores " El Sr. Riverol parece ignorar que las ciudades se derriban y se reconstruyen en un proceso continuo , barrios enteros desparecen cada año y se vuelve a edificar con criterios y usos distintos adaptando la ciudad a los nuevos tiempos, necesidades totalmente nuevas , referentes a la movilidad , a la concepción del espacio , son miles de arquitectos y urbanistas en el mundo pensando y repensando las ciudades y los PLANES DE ORDENACIÓN URBANA son las herramientas que usan regularmente las ciudades para actualizar y realizarse. Oponerse a la actualización urbanística de una ciudad es una postura insólita y extraña que requiere una explicación y esa explicación no se va a dar nunca porque seguramente es siniestra.
Si hay que reconstruir barrios enteros de Arrecife, se me antoja que se necesitan tres vidas. Si hay que reconstruir la ciudad hay que hacerlo vía plan general. No conozco que el debate esté ahí, sino en lo que han dejado fuera los planes anteriores. No he leído que nadie se oponga a la actualización urbanística, pero si alguien quiere tocar la ciudad consolidada para trazarla de nuevo debe hacerlo desde un plan general. Pero si con una nueva ciudad, el ayuntamiento no interviene en el espacio público, y lo abandona como hacen todos, de nada sirve tal esfuerzo. He ahí la madre del cordero, que son todos unos incompetentes que esperan que los empresarios hagan la tarea.

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