Mariluz Fajardo

Desordenadamente, a Don Héctor Fernández

“Eliminar el tráfico ni ahoga el litoral, ni

genera barreras a la actividad turística.

Todo lo contrario”

(proverbio accidental)

 

De su artículo de Diario de Lanzarote, opinión que supongo autorizada dado el cargo que ocupa en el Cabildo de Lanzarote, aplaudo su decisión de posicionarse, aunque sólo sea en este no-debate en torno a la conveniencia de que la circulación de vehículos motorizados se realice parcial o totalmente, en una o en varias direcciones,  a través del litoral de la ciudad.

Me sorprende que sea el único de los temas expuestos en el que tenga una firme opinión y una respuesta comprometida, por cuanto trata, aunque de forma transversal, diversos temas polémicos y que vienen generando malestar entre toda la población, incluso aquella que se encuentra directamente concernida políticamente, por las decisiones que no toma, o aquella otra de la que depende un bien mayor, como es la calidad del ambiente urbano, refiriéndome en el segundo de los casos a los propietarios de los múltiples inmuebles y locales abandonados a su suerte, tal y como señala.

Puedo compartir parte de su diagnóstico aunque  no aclara el  por qué, quizás por lo ya indicado, por la relevancia de su cargo, cuya opinión puede comprometerle,  y la naturaleza del mismo: el turismo. Y pienso que, precisamente por ello,  una visión cualificada desde este sector daría mucha luz a la ciudad.

No estoy de acuerdo en su posición para el tráfico rodado, que es lo que justifica todo un artículo en clave de “oportunidad”.

No cuenta usted la impresión de los turistas que acaban recalando en la ciudad, ¿a la búsqueda del casco histórico? En su imaginario, estos deben pensar que algo así existe, tratándose de una isla con tanta proyección exterior y con el reclamo de los centros turísticos ideados, parece que, por un proscrito de apellido Manrique, que el Cabildo tuvo los arrestos de llevar a acabo. Creen que existe ese casco, suponen la calidad de la ciudad, y por eso recalan en ella. Pero no hay conjunto histórico. Lamentablemente. El “durante” y el “después” de esos visitantes debe ser descorazonador desde un ilusionante “antes”, de curiosidad. Yo nunca volvería a un destino si compruebo lo falaz de la promoción que me condujo hasta él.

Resulta impensable para el mundo civilizado que comienza de Gibraltar  para arriba-para aquellos que no quieran dar la medida de su ombligo por el lugar de pertenencia-que un destino turístico urbano es todo aquello de lo que carece esta ciudad, en la que, y sí viene a cuento, sigo creyendo, ¿como a un marido infiel del que ya no puedo prescindir? Es posible. 

Lo de los cruceristas extraviados, real y figuradamente, clama al cielo. La promoción de la ciudad en el exterior, por tanto, parece un  un hecho del  que sólo puedo compartir el buenismo de quienes la realizan, o la justificación de un viaje con dinero público de un grupo de personas a alguna feria nacional o extranjera, pues no hay producto que promocionar.  Al menos, todavía.

Los atractivos en Arrecife, en el plano en el que hablamos, no existen, y a la vista de los acontecimientos, de la falta de propuestas, del poco sentido común, del incompleto diagnóstico..., parece que ni se les espera. Las potencialidades, sí,  y no podemos ser complacientes con un tema tan sangrante, un poco tocados  de escuchar que tenemos el mejor litoral y las mejores condiciones para el turismo, pareciendo un mantra que todo lo resolviera. Quienes amamos esta ciudad estamos de psiquiatra, pues nadie entiende el origen de los afectos, y menos todos aquellos conciudadanos que han huido a otros municipios. Resistimos los que creemos que a esto puede dársele una vuelta de tuerca en poco tiempo, pero debemos encontrar la interlocución con los actores adecuados y las respuestas, también adecuadas, que, con seguridad, están, paradójicamente, en los errores cometidos. Y por cierto, lo que haya de bueno para los ciudadanos, también lo será para  los visitantes.

El Almacén no es la respuesta. No creo. Ni tan siquiera que sea parte de ella, aunque me complace su reapertura, más como un rincón de recuerdos, un reducto de nostalgia, que otra cosa. No es, ni por aproximación, la respuesta a la degradación de las tres calles y al aparcamiento donde se encuentra.

Sobre las causas del abandono de la ciudad, ni sobre la identidad de los responsables de ello, nada se menciona en su artículo, y debo pensar que no ignora donde empiezan y terminan. Acaso en el ayuntamiento y en los propietarios. La desafección por el espacio urbano parece que  no es imputable sólo a la falta de planificación, sino a la posición mantenida por los responsables en uno y otro lado. A la avaricia y al incivismo y a sus garantes en las administraciones, técnicos y políticos. Así ha sido hasta ahora.

Para ser responsable turístico no alcanzo a comprender que promueva el tráfico rodado, porque me pongo en la situación de que una autoridad en este campo, precisamente para captar turistas, me contara eso de cualquier ciudad que merezca ser visitada. Me estaría dando la pista para que abandonara la idea. Me resulta aún más descabellado que esté a la búsqueda del ecosistema perdido, defendiendo una postura contradictoria con el fin mismo, que es precisamente el de la descongestión del espacio que pretende vender y del que se debería desprender, entre otras bondades, una alta calidad ambiental.

A pesar de todo los asuntos señalados en su artículo, me da la impresión de que no llega al fondo de la cuestión, tal y como como yo esperaría. He de confesarle que mis expectativas no son elevadas, pero sí entran dentro de lo sostenible, de la eficacia, y de la rápida reversión del actual escenario ciudadano. Me baso, para afirmar que no colma mis expectativas, en que, por la especialización de su trabajo (quizás porque solo estaba en el asunto del tráfico), no está haciendo referencia a la búsqueda de otro diagnóstico posible, clave para dar con parte de los problemas de la ciudad desde la dimensión turística de cualquier destino, y que no es el tráfico, ni un proyecto sesudo de ciudad, ni mobiliario urbano caprichoso (ninguno daría una respuesta a los problemas actuales de imagen de la ciudad). Aquello que yo percibo como una evidencia incendiaria y que no parece percibir, o no menciona,  así como las posibles respuestas al mismo se encuentran en una frase nada misteriosa: “mirar”, frente al ejercicio de “ver”.

Añadir nuevo comentario