Ana Carrasco

Barrio Sésamo: Ancho-estrecho

En Madrid, limpio la casa en la que vivo, la de mi suegra. La Elipa es un barrio obrero, humilde, no muy lejos de otro barrio, el de Goya. Hace años cruzaba el parque de La Fuente del Berro hasta llegar a Narváez para saborear un segundo café y curiosear las mesas expositivas de La Casa del Libro. Muchas cosas han cambiado desde entonces; hoy domingo me he propuesto buscar una cara, un rostro parecido al de mi hija en la colección de retratos del museo Lázaro Galdiano. No he cruzado el parque, he cogido la guagua, la línea 15, para bajarme en Narváez y llegar hasta el barrio de Salamanca andando. Es en la calle Serrano donde se encuentra el museo.

La recorro, miro los grandes escaparates que ofrecen las grandes tiendas, de grandes marcas, con sus grandes objetos de altos precios, y digo grandes, ya que los artículos mostrados son tan ostentosos como la propia calle. Porque la calle Serrano es ancha, de vastas aceras por las que pueden caminar, cogidas de la mano, familias numerosas, con terrazas amplias donde tomarse un vino en una ancha copa. Busco el número 122, y tardo en avanzar porque los edificios son de fachadas extensas, algunas con tiendas de muebles que exponen anchos y largos sillones que caben en los holgados salones de las espaciosas casas.

Todo lo que veo es voluminoso, amplio, espacioso, ancho, menos las personas. Las mujeres que se cruzan conmigo son delgadas, llevan buenas prendas entalladas en sus cuerpos esbeltos, estrechos, de brazos y muslos tonificados. Mujeres que se alimentan bien, van a salones de belleza, al gimnasio, a nadar, a jugar al tenis, al golf...

Son en esos edificios de amplios pisos donde habitan esas mujeres delgadas, cuidadas por mujeres, en su mayoría inmigrantes, de cuerpos anchos, cansados. Quizás estas mujeres, empleadas de hogar, cuidadoras de niños, de ancianos, vivan en el barrio de la Elipa, en casas con pasillos y cocinas estrechas y dormitorios tan pequeños, como la de mi suegra. Mujeres que no tienen tiempo, ni dinero para gimnasios, ni piscinas. Que sueñan que algún día dejarán de servir a familias de cuerpos estrechos, y así engrosar sus tiempos de ocio, y estrechar sus cuerpos con los cuerpos de los hijos y familiares que dejaron al otro lado del Atlántico.

Transito entre firmas de lujo, algunas que solo conozco por novelas, me topo con un edificio del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. Me pregunto qué pensará una inmigrante cuando tenga que resolver algún trámite en una calle en la que un bolso puede costar más que lo que gana en un mes. Me pregunto qué novelas leerán los ricos acomodados en los grandes sillones que acogen sus estrechos cuerpos. Me hago preguntas. Es domingo y estoy sola.

En Lanzarote, leo "Ceniza en la boca" de la mexicana, Brenda Navarro. Nadie como ella para novelar la desigualdad, la xenofobia, el desarraigo, la vida de mujeres inmigrantes: trabajadoras domésticas, cuidadoras. Brenda, que ha trabajado en diversas ONG relacionadas con los derechos humanos y que fundó "Enjambre Literario", un proyecto editorial enfocado a publicar obras de escritoras iberoamericanas, se cuestiona cosas a través de la literatura. Yo me cuestiono cosas mientras leo su última novela, y al leer esta frase acerca de Madrid, "No nos gustaba que la gran mayoría de los barrios fueran edificios tan juntos y tan estrechos", recuerdo que en el jardín del museo Lázaro Galdiano escribí los párrafos arriba expuestos que hoy comparto, manifestando mi afecto y empatía hacia ellas, las que cruzaron el ancho charco, y realizan uno de los trabajos de horas anchas más importantes, desagradecidos e invisibles: limpiar, cuidar y acompañar a nuestros mayores por el camino estrecho de la muerte.

 

Comentarios

Muy buen artículo sobre la desigualdad que hay en la sociedad actualmente. El estilo impresionista está muy logrado. No conozco a su autora, pero puede ser una gran escritora ; lo es ya realmente.

Añadir nuevo comentario