Laura Pompea

Arrecife es una fiesta

Arrecife es un pueblo solidario, y, por lo que se ve, inmensamente rico, a pesar de sus problemas de desempleo, de pobreza, de déficits de sus infraestructuras, de ausencia de continentes culturales apropiados... Al alcalde del PP la cabeza le da para mucho, aunque esa cantidad de neuronas sea siempre para lo mismo. Pretende batir alguna marca a pesar de haber agotado el presupuesto de festejos, y lo quiere hacer como el más fiestero del Atlántico oriental, pero de boquilla  manifiesta querer dinamizar la ciudad, que la capital sea referente de ocio y crear puestos de trabajo. Eso dice, pero lo cierto es que lo hace por sus santas pelotas y bien que lo celebra. Ya que en gasto de bombillas le ganan en Vigo, aquí se fía todo al número de fiestas. Que no sea por recursos que gastar. El alcalde no se arrepiente de asumir el dispendio de quinientos mil euros en dos días, y es capaz de hablar de la creación de puestos de trabajo con la  feria de abril del primer fin de semana del mes. Anda embarcado en un disparate, o en un engaño, haciendo creer que por celebrar fiestas el tejido comercial del centro de Arrecife va a mejorar. Quiere hacernos creer que las quince mil personas que dice que ocuparon el parque viejo van a decidir seguir visitándonos cada día tras el dispendio. No debe tener a nadie que le indique que la mejora del espacio público, elevando su calidad ambiental es uno de los atractivos que proporcionan una cadena de beneficios casi inmediatos: si las calles son excepcionales en sus condiciones, la población y el turismo se verán beneficiados y se elevará, por tanto, el nivel de satisfacción general lo que supondrá un estímulo para la apertura de nueva actividad comercial y de más visitantes. Si cuando termine cada una de sus fiestas tras la oportuna sangría, el espacio público es el mismo, no habrá motivos para regresar a Arrecife hasta la próxima fiesta, por lo que deduzco que la dirección no parece la correcta.

No obstante, para contribuir al éxito de su medida, me apunto a bruta y aporto un calendario adecuado a su interés, que puede parecerse a lo que sigue.

Para diciembre y enero no tiene que inventar nada, pues ya se encuentran suficientemente consolidados con  Navidad y Reyes, y a su alrededor, toda la jarana que se le ocurra, con pista de hielo incluida.

Carnaval nos toca habitualmente en febrero o marzo, y, aunque es fiesta pagana, anda medio metido en el calendario religioso, cuarenta días antes del jueves santo. Ahí tenemos para un par de semanas.

En marzo, en apariencia,  habremos descansado el cuerpo con la Semana Santa, aunque el bolsillo se pueda resentir por unos días de viaje al exterior, que no cuentan porque hablamos de fiestorros a celebrar en Arrecife, y del momento procesión en la capital ya sabemos que se encuentra en franco declive. Si pusieran quioscos a lo largo del recorrido de las imágenes, se llenarían las calles. No resulta lo más respetuoso, pero eso al alcalde le importa poco, pues ya hemos apreciado que el descanso y el sueño de la vecindad no es algo que le preocupe, más bien le divierte manifestar su poder. Con abril entramos en feria, que lo de Sevilla ya no  tenemos  que pedirlo, que ya lo puso alguien anterior. Ástrid Pérez sabe lo que nos favorece meter las carnes en una bata de cola y darle al rebujito. Y si cuesta medio millón, qué más da, pues ellos saben que el carácter de “público” del dinero municipal debe querer decir que es para gastarlo en lo que se les ocurra, no que hay que velar por la buena administración. Sobre todo, además de solidario, dice que Arrecife es un encuentro de culturas y que hay celebrarlas todas. Eso sí, blancas y occidentales, que no veo al mandatario municipal proponiendo la fiesta del cordero de los musulmanes, un festival de Abene en honor al pueblo senegalés, ni otras exoticidades. 

En mayo podemos apuntarnos a unas de Moros y Cristianos que igual reciclamos algo del Carnaval, en solidaridad, claro, con el pueblo hermano de Almansa, y, si nos sabe a poco, tiramos la casa por la ventana y festejamos la de Los Patios, como en Córdoba, que da para que en cada calle montemos la revolución.

Es junio. Como San Juan sabe a poco y el Corpus no parece propio para borracheras, propongo traer la batalla del vino de Haro, las fiestas del fuego del solsticio de verano como las que celebran en El Pirineo y entrar en Julio con poca ropa. Podemos importar A rapa dos bestas de Sabucedo, el pamplonico San Fermín con unas vaquillas Calle Real abajo  y el Santiago Apóstol de cualquiera de las villas, pueblos y ciudades que lo festejan, que, por lo que sabemos, las podemos regar abundantemente.

Con el Carmen, unos baños acompañando a la Virgen en su procesión marítima y llenamos la bahía de chalanas-bar a las que te puedes desplazar a nado o en piragua. Es una forma de dinamizar la lámina de agua. Eso sí, lo vasos y platos para las garbanzadas deberán ser flotantes para poder retirar los residuos con facilidad. Todo muy sostenible.

Por si a alguien le pone, unas Crónicas Najerenses, un espectáculo teatral con luz y sonido que es como más calmado.

A San Ginés, en agosto, le metemos dos semanas de farra y despiporre y encadenamos con un homenaje a Remedios  y otro a Dolores y si queremos cubrirnos de gloria las bajamos en procesión desde sus santuarios de Yaiza y Mancha Blanca y que se encuentren en la plaza de la harinera. Es que íbamos a quedar como Dios. No quiero imaginar esas dos romerías enfrascadas más en el jolgorio que en la fe, carretera abajo, con los romeros y romeras meando las cunetas, muros y mojones. No quedará cabra, cochino o gato vivo para tanto asadero.

Ya hemos sobrepasado el estío y queda quitarle la idea a La Caleta y montar una orgía en el Reducto, que con la peatonalización lo llenamos de quioscos. Con el Pilar, San Froilán o La Rosa del Azafrán, calentamos octubre.

Noviembre es el preámbulo de la Navidad, y si el alcalde hace alguna modificación  de crédito, pues ya debe tener la caja vacía tras enlazar una fiesta con otra, igual podemos  con música bailona con motivo de Halloween.  Como este es el nivel, me rindo a la pretensión del alcalde de tenernos distraídos para que no pensemos en nuestras miserias, y, de paso, liderar las ciudades más atractivas para  el turismo urbano. O eso es lo que quiere creer. Pobre.

Ya en serio, me sostengo en lo dicho, que pretender que con fiestas se dinamiza nada es un poco absurdo, porque cuando las hay siempre aparece público y al acabar se va y no vuelve, exactamente como sabemos que pasa en carnaval, porque no quiero creer que esté pensando en una agenda semanal para todo el mandato. 

Lo cierto, es que a mí, todo esto, me parece una cutrez por lo que tiene de mala gestión de los recursos públicos, que ya podría gastar en la creación de unas condiciones para que aparezca gente todos los días del año. Y no logro comprender a qué áreas, partidas o concejalías imputa tantos cientos de miles de euros. Ese debe ser el gran milagro del Ayuntamiento. Será que está bajo la advocación de San Pancracio, al cual debe tener ciego a perejil. O que son  unos sinvergüenzas, que todo puede ser.

 

Añadir nuevo comentario