DESPUÉS DEL LETARGO

Un paseo por la calle Real

Foto: Adriel Perdomo.
Concha de Ganzo 0 COMENTARIOS 08/04/2020 - 12:29

Desde la distancia imagino qué haría después de este intransitable letargo. Resulta extraño pero me apetece acercarme hasta la calle Real. Como hacía antes, cuando salía de trabajar y para bajar la adrenalina, recorría despacio este lugar de encuentros y descansos. Con paradas habituales delante de los escaparates, de las casas históricas deterioradas y de pronto te cruzas con un amigo. Con alguien que no veías hace dos días, o tan solo media tarde. La calle Real es una ensoñación personal. Se mezcla la realidad, su silueta física, sus personajes, y después todo aquello que ha sucedido en esta isla mínima. Las historias que me contaba mi abuela, cuando tenía que ir por Arrecife y necesariamente paseaba por esta calle ilustre. También me acuerdo de los chicos que en los relatos de Antonio Lorenzo pegaban la cara a los cristales de las primeras tiendas que trajeron a la isla y a su capital los turrones más embriagadores. El dueño tenía que salir con un trapo en la mano y espantarlos como moscas, y después  pasar ese paño limpio para quitar del cristal los restos de sudor y babas.

Será que este acuartelamiento prolongado y asfixiante me está afectando al cerebro, pero sí, entre todas las cosas que imagino con hacer, una vez que se abran las puertas de par en par, aparece radiante este paseo entre la realidad y la ficción más emotiva. Y por supuesto, una vez que alcance las cuatro esquinas, ese pico ancestral, la cúspide de este recorrido, tendré que lanzar esa mirada furtiva hacia el Charco sublime. Un instante largo, y entonces me daría la vuelta, bajaría de esta montaña mágica, de  regreso al comienzo de todo.  Miraría la cola que hay por fuera de la farmacia Tenorio, las charlas que se suceden entre los que insisten en saludarse, en preguntar por la familia, y en terminar por quedar para “echarnos” un cortadito, como le gusta decir a mi amigo Javi.

La vuelta, el descenso por esta calle,  suele ser más lento, a un lado y a otro, caras conocidas y extranjeros despistados. Cerca de los bancos de madera que hay en frente de la Casa Amarilla los habituales, las tertulias prolongadas de todos aquellos que llevan toda la vida hablando sobre cómo resolver los males del planeta y de Lanzarote. La desembocadura de esta vía láctea termina en uno de mis paisajes preferidos: el Puente de las Bolas, y el mar tranquilo, acogedor. La estampa de postal resuena en la cabeza, y en el corazón,  me lleva a un tiempo de paz prolongado. En esta primera salida soñada, me ha encantado sentir que volvía a pisar esta parte ilustre y señorial de un Arrecife que añoro. Hasta pronto.

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