8-M DÍA DE LA MUJER

Un agüita sanadora

Tiemar cultiva la sororidad en sus encuentros de los jueves en la plaza de Santa Elena de Playa Honda

Lourdes Bermejo 0 COMENTARIOS 06/03/2019 - 06:26

Nandi Acosta, recién entrada en la ochentena, estaba “muy mal” cuando tocó en la puerta de la asociación rural de mujeres, Tiemar, hace ya algunos años. El colectivo se convirtió en su “ancla salvadora”, según ella misma cuenta, “después de años de dolor, tristeza y muchos sacrificios”.

El problema que arrastraba era su tendencia depresiva, con episodios límite que la llevaron a pensar, incluso, en acabar con todo. “No encontraba salida, me superaba el trabajo, los hijos, la casa, los negocios. Acarreaba todo sola, estaba agotada, me metía en la cama una semana entera. Y al final pensé ¿por qué me estoy perdiendo la vida?”.

El encuentro con Antonia Cubero, una de las miembros más activas de la directiva de Tiemar fue providencial. Antonia impartía un curso en San Bartolomé y le ofreció unirse al proyecto El agüita de los jueves, un ejemplo de sororidad. “Aquí se da cariño, se escucha. Lo que más me gusta es que se dan opiniones, pero nadie aconseja”, dice.

La técnica de Tiemar, antropóloga de formación, Marianna Lopes, explica que esta actividad permanente, que se desarrolla cada jueves en el local de la asociación en la plaza de Santa Elena de Playa Honda, es “un espacio de intercambio de impresiones del día a día, un lugar donde expresarse y hablar en compañía, sin presiones”, explica.

En sus casi 16 años de andadura, la asociación rural de mujeres ha atendido a cientos de usuarias, “sobre todo del núcleo de Playa Honda, donde conviven más de cuarenta nacionalidades”, explica Antonia. “Al principio queríamos formar una cooperativa, para trabajar produciendo mermeladas o algún producto del campo”, recuerda. “Sin embargo, una trabajadora social del Ayuntamiento de San Bartolomé nos informó de que el paso previo debía ser constituirnos en asociación. Así lo hicimos y, finalmente, accedimos a una subvención con un proyecto de ayuda integral a la mujer”.

En el pequeño local cedido por el consistorio han trabajado “hasta tres equipos de profesionales distintos, entre abogados, psicólogos, trabajadores sociales, psicopedagogos y monitores”, cuenta Antonia. Incluso hubo que acondicionar un espacio para dotar de privacidad las reuniones de asesoramiento en temas laborales, legales o con la psicóloga.

Tiemar ha trabajado todos estos años con múltiples profesionales, “todos apasionados”, y voluntarios y voluntarias que han llevado a cabo multitud de programas, charlas o talleres, dentro y fuera del municipio, incluso con las internas de la prisión de Tahíche”, explica Antonia.

Sin embargo, ella misma no podrá olvidar el primer día de actividad. “Atendí a una chica marroquí que me contó tal cantidad de experiencias horribles que llegué a casa con la sensación de haber visto una película. Yo era una mujer de pueblo, con una vida muy normal y aquel día aprendí que convivimos con grandes tragedias en esta sociedad y debemos hacer algo al respecto”, reflexiona.

Aunque aquella mujer logró dejar atrás su situación y en la actualidad vive fuera de la Isla, otras muchas acuden cada jueves a tomar “el agüita” acompañada de dulces que traen las propias usuarias.

Ibérica García es la mayor del grupo. A sus 86 años, su vida también ha sido digna de un relato literario. Se quedó viuda con cuatro niños muy pequeños “sin saber leer ni escribir y sin que mi marido hubiera cotizado jamás”. No le faltaron arrestos para, primero, ponerse a trabajar en las fábricas de pescado, y, después, emigrar a Suiza durante dos años. “El mayor orgullo que tengo es el comportamiento de mis hijos cuando se quedaron solos”, dice, emocionada.

En el pequeño local cedido por el Consistorio han trabajado “hasta tres equipos de profesionales distintos, entre abogados, psicólogos, trabajadores sociales, psicopedagogos y monitores”

El perfil de este taller de Tiemar lo componen mujeres mayores de 60 años, con experiencias muchas veces traumáticas. Rafi Espejo tuvo que abandonar su hogar en Córdoba en media hora. “Llamé a mi hija, que vivía en Lanzarote, ante la situación de riesgo, y ella me dijo que me fuera inmediatamente. Nunca volví a ver a mi marido”, cuenta. Tampoco se divorció de él, aunque hace cinco años quedó viuda.

“Cuando llegué a la Isla, me puse a trabajar en un asadero de pollos y mi vida consistía en ir de casa al trabajo”, recuerda. “Acompañaba a mi hija a los shows en hoteles porque era bailarina, pero ella era una chica joven que debía hacer su vida, así que yo me sentía muy sola, sin amistades ni vida social de ningún tipo”, dice.

De nuevo, conocer a Antonia, en una de las actuaciones del coro rociero de la asociación Al Andalus, supuso un cambio de vida para otra mujer. Rafi es ahora una de las componentes mas activas de la asociación Al Andalus de la comunidad andaluza de Lanzarote.

Otra asistente a las reuniones de los jueves es María Ríos, tristemente conocida por el incidente ocurrido con su hija toxicómana, hace unos años. La joven fue enviada a Polonia junto a su pareja, dentro del operativo del Ayuntamiento de Arrecife para ‘limpiar’ la Rocar. Esta madre coraje sacó fuerzas de flaqueza y llegó a ponerse en contacto con la embajada en Varsovia para que su hija retronara. “Ahora está perfectamente rehabilitada”, cuenta María.

Sin embargo, los años de lucha denodada por sacar a su hija del infierno de las drogas y la responsabilidad añadida de cuidar de su nieta terminaron desgastando la convivencia familiar y, finalmente, se rompió su matrimonio. “Advertí que no solo era mi hija la que daba problemas”, asegura. María se define como introvertida: “no soy de abrirme y contar mi vida, pero en este grupo ha encontrado mucha ayuda y estoy muy agradecida”, dice.

Dos generaciones

A las usuarias de Tiemar de esta generación que comparte vivencias y ‘sororidad’ (solidaridad entre mujeres en contextos de discriminación) se unen las usuarias que viven en estos momentos una situación de riesgo. “El perfil de quienes acuden a nuestros servicios es el de una mujer joven, de entre 20 y 50 años, personas con mucha más información que las de generaciones pasadas, aunque también llegan mayores que se han atrevido a superar sus reticencias y quieren ser escuchadas”, explica Marianna.

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