Alex Salebe

Alma mater

En verano pasado me reencontré en Tenerife con un buen amigo después de veinte años largos sin hablarnos personalmente, y en la rápida retrospectiva de la época dorada de nuestra juventud, salió como uno de los más grandes, enriquecedores y bellos recuerdos los debates dentro y fuera de la universidad, algunos más encendidos que otros, pero a fin de cuentas intuíamos que el ejercicio de debatir sería de mucho provecho para nuestras vidas. Con el paso del tiempo, valoramos más todos esos escenarios de confrontación vehemente y respetuosa de ideas.

Hoy, cuando echamos en falta mayor dedicación de tiempo a la lectura, pensamiento crítico o interés de la sociedad por problemas globales como el cambio climático, guerras o la concentración de riqueza en pocas manos, me resulta apenas lógico que el movimiento estudiantil universitario de España y de una veintena de países más se organice y movilice ante un hecho absolutamente aterrador como el exterminio que ejecuta el Estado sionista de Israel contra el pueblo palestino con casi 35.000 personas asesinadas en medio de una gravísima situación sanitaria, hambruna, falta de recursos y bloqueo de ayuda humanitaria. Lo constatan la propia Naciones Unidas y las ONGs que intentan paliar este terrible desastre.

Y no solo me parece lógico, sino que hasta tardía la condena activista de los estudiantes por este genocidio que supera ya doscientos días insufribles, aunque también hay que decir que la respuesta de países del mundo ha sido demasiado tibia, excepto estados como el de Colombia que desde el primer momento alzó su voz contra el genocidio y el pasado 1 de mayo rompió relaciones diplomáticas con Israel.

La institución Universidad la identificamos como un centro superior de enseñanza, donde mujeres y hombres, mayoritariamente jóvenes, reciben conocimientos para cualificarse en ciencias, humanidades y sus distintas áreas del saber, pero también la reconocemos como centros de investigación necesarios para la transmisión y puesta en práctica de conocimientos dirigidos a mejorar el bienestar de la sociedad.

La publicación y divulgación científica igualmente atañe al Alma mater, porque los ciudadanos tenemos el derecho a saber en qué se invierte el dinero público y cuál es la utilidad de las investigaciones, como también interesa o debe interesar a la U el fomento de espacios de debates y puesta en común de propuestas creativas para la solución de problemas comunes.

Y así como me parecen sensatas las acampadas pacíficas de los estudiantes organizadas en la capital por el Bloque Interuniversitario de Madrid y los debates abiertos alrededor de ellas, me parecen disparatados los señalamientos de la presidenta de la Comunidad de Madrid y el alcalde de Madrid por el ataque al movimiento universitario y el poco fundamento de sus críticas.

Que diga la señora Ayuso que la política no debe entrar a las aulas, que hable de politización de los campus universitarios ante semejante genocidio imposible de ocultar, o que el señor Almeida deslice que las protestas no son contra Israel sino a favor del terrorismo de Hamás, es, por un lado, ser demasiado sectario (a) o tener los ojos bien embadurnados de mierda para ni ver, ni ser sensible a la barbarie, y por otro lado, intentar boicotear la libertad de crítica y desmerecer la capacidad de los jóvenes que se forman en centros superiores que los nutren de alimento intelectual: Alma mater, locución latina que significa literalmente ‘madre nutricia’.

Cuanto menos también es respetable que la señora Ayuso se dedicara a llevar en 2015 el Twitter de ‘Pecas’, el perro de la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, aunque ella lo niega y solo admite que estuvo detrás de la creación de la cuenta, como también es respetable, ni más faltaba, que el señor Almeida “baile” un chotis con su mujer el día de su boda. Pues señores, a respetar las protestas de los estudiantes porque además están abriendo nuevos melones como la financiación de las universidades públicas.

Los estudiantes no solo piden la revisión de los convenios con centros educativos y de investigación del Estado sionista de Israel y la suspensión de relaciones con quienes no condenen abiertamente el genocidio, sino que advierten sobre  fondos que perciben universidades públicas españolas de empresas que mantienen negocios con Israel, una denuncia que pone el foco en la escasa financiación pública a las universidades españolas.

 

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