PERFIL

Terry Daymont, del glamour de las embajadas a la paz de La Vegueta

“Lo que todo el mundo ve como progreso a mi entender ha sido un paso atrás”

Terry Daymont en su casa de La Vegueta. Fotos: Adriel Perdomo.
María José Lahora 0 COMENTARIOS 02/01/2021 - 08:41

La infancia de Terry transcurrió haciendo y deshaciendo maletas para emprender múltiples viajes alrededor del mundo, un bagaje que le permitió conocer y comprender la gran diversidad cultural que puebla el planeta Tierra. Una experiencia que ha contribuido a forjar a la gran mujer que hoy disfruta en su “palacio” en La Vegueta de una vida reposada, de sus aficiones y del cuidado de Daniela, su bisnieta.

La lanzaroteña de adopción Terry Daymont ha recorrido prácticamente los cinco continentes como hija de diplomáticos estadounidenses. Su infancia transcurrió de embajada en embajada por todo el mundo. Pudo elegir cualquier lugar del planeta para crear su propia familia o seguir viajando en representación del Gobierno de Estados Unidos, como hubiera sido el deseo de su padre para continuar con la tradición familiar; sin embargo, se enamoró de Lanzarote. Esa tierra, que sintiéndola suya desde el primer momento en que la pisó, no dudó en alzarse a defender cuando la especulación urbanística y los intereses partidistas comenzaron a saquearla.

Terry, la primogénita de un matrimonio de diplomáticos estadounidenses, nació en París, en los albores de la IV República Francesa. Una muestra del amplio recorrido de sus padres como comisionados de la embajada norteamericana fueron los lugares de nacimiento de los otros tres hermanos: Manila, Panamá y Frankfurt. Viajar era la tónica habitual de la familia. Recuerda con especial cariño su estancia en Taipéi. “Cuando volvieron a destinar a mi padre y tuvimos que abandonar la embajada, los empleados nos invitaron a una cena de despedida. Mi padre nos aleccionó sobre lo que supondría compartir mesa con la población local fuera del ambiente de la embajada: ‘Vamos a ir a un lugar donde la comida es diferente, las costumbres diferentes..., pongan lo que pongan sobre la mesa deben comérselo todo’. El recuerdo de esa cena es el de una comida deliciosa, diferente, exótica y de una noche entrañable”.

Cuando llegó la hora de continuar con los estudios, a la edad de 15 años, Terry y su hermana Anne, de 13, tuvieron que abandonar el hogar familiar, que, por entonces, se encontraba en Camerún, para trasladarse a las instalaciones de la Nasa en el sur de Gran Canaria. Viajaron solas. Tantos eran los desplazados de origen estadounidense en la zona que la sede contaba con colegio y residencia estudiantil. Allí coincidieron muchachos de todas partes del mundo cuyos padres estaban destinados en lugares carentes de centros educativos de secundaria.

Al año siguiente, Terry y su hermana tuvieron que dejar Gran Canaria para continuar con sus estudios en Lanzarote en el colegio hispanoamericano, asentado en los terrenos donde hoy se erige Rancho Texas. Terry recuerda que el centro constaba de dos edificios construidos en piedra, uno destinado a la zona residencial, con cocina y comedor, y otro en el que se ubicaban las aulas. Para entonces ya se desenvolvía correctamente en la lengua local.

“El deseo de mi padre era que hubiera seguido la carrera diplomática”

Terry vio cómo su hermana abandonaba la Isla para progresar en sus estudios. “Tenía grandes aspiraciones y no veía que tuviera futuro en Lanzarote”, comenta. Por su parte, había conocido al que fuera su primer marido y padre de sus cuatro hijos. Aquel matrimonio no duró mucho tiempo, pero el amor por la Isla fue tan grande que Terry no dudó en permanecer en Lanzarote, a pesar de la distancia que la separaba de su otra familia. “Cuando me casé, le partí el corazón a mi padre. Su intención era que hubiera seguido la carrera diplomática para continuar con la saga familiar”.

No en vano, cuando puso los pies por primera vez en Lanzarote hablaba inglés, alemán, italiano, francés y ahora español, además de que su abuelo había sido embajador en diferentes países europeos. La tía Nina fue quien estuvo con ella en esa transición entre el ambiente de las embajadas y el de esposa y madre. “Cuidó de mí y me enseñó cómo tenía que comportarme. Yo estaba acostumbrada a una cultura más abierta y asentarme aquí fue como dar el paso a un lugar más sombrío. Asumir las costumbres de aquí me costó más que cuando vivía en China, Duala o Conakry, quizá porque sabía que, en esa ocasión, era el fin del trayecto y que tenía que hacer mías esas costumbres”.

Tras la separación y con cuatro hijos de corta edad a su cargo se vio en la obligación de buscar trabajo. Corrían los años sesenta. “No era una época buena para que una persona recién separada encontrara trabajo”, recuerda. Su talento para los idiomas, el don de gentes y algo de suerte le valieron para encontrar su primer empleo como guía turística para los cruceristas de Fred Olsen embarcados en el Black Prince y el Black Watch. “Me resultó fácil porque estaba enamorada de la Isla”, dice sobre esa experiencia laboral.

“Me gustaba mucho el Lanzarote de aquel entonces. Lo que todo el mundo ve como progreso a mi entender ha sido un paso hacia atrás. Hoy con la pandemia nos hemos dado cuenta de que nos estamos arruinando a nosotros mismos y terminando con los valores de la Isla”, señala.

La transformación turística que vivió Lanzarote le permitió a Terry dar el paso a otras experiencias laborales, como el empleo en el Hotel Las Salinas en 1977. En ese año conoció a su media naranja, con quien emprendió un negocio de restauración en Costa Teguise, en Las Cucharas, hoy día reconvertido en bazar chino.

“Asumir las costumbres de aquí me costó más que cuando vivía en China o Duala”

También trabajó en la galería del fotógrafo italiano Tullio Gatti, ubicada en la calle Fajardo donde actualmente se asienta el Museo Arqueológico. Gatti es un artista especializado en retratar los paisajes del Archipiélago canario. Con satisfacción habla de su etapa laboral y se enorgullece de pertenecer a la clase obrera y haber creado su hogar, su “palacio”, como dice, gracias al duro trabajo y esfuerzo.

Mantiene una excelente relación con su familia norteamericana. Su hija viajó a Estados Unidos para continuar sus estudios. “Hoy trabaja en una multinacional aérea en su sede de Gran Canaria en un puesto de administración y es feliz”, dice una orgullosa madre. Los chicos, por el contrario, no quisieron continuar los estudios, les tocó disfrutar de un momento en el que el desarrollo turístico y urbanístico generaba ingentes ingresos en contraposición con el trabajo en la agricultura o la pesca. Así, se decantaron por la construcción o la hostelería.

Con pesar lamenta no haber dedicado más tiempo a sus hijos. “Les fallé, debería haber estado más tiempo con ellos, quizá hubieran decidido estudiar más, pero no pude estar en casa, tenía que trabajar para llevarles la comida a la mesa. Lo que hoy es un derecho, en aquel tiempo suponía tomar una decisión que influiría en el futuro de la familia”, comenta desazonada.

Recuerda que durante su niñez y adolescencia siempre había alguien en casa pendiente de ella y sus hermanos mientras sus padres trabajaban y que siempre se respetaban las cenas. Debía estar toda la familia a la mesa y sus padres aprovechaban para instruir a los hijos, después de que los empleados le pasaran el parte de cómo se habían comportado los pequeños, reuniones que echó de menos desde el primer día en que se asentó en la Isla. “Aquí la costumbre era que cada uno comía conforme llegaba a casa”, recuerda.

Hoy por hoy, su día a día es disfrutar de las cosas que le gustan y cuidar de su bisnieta mayor Daniela de ocho años de edad. “Saberme bisabuela sin llegar a estar en una esquina espantando moscas, poder tirarme al suelo y jugar con ella es el mayor premio que he podido tener en esta vida”, dice una emocionada Terry. También habla con devoción de su otra bisnieta, Amaia, de tan sólo dos años y medio, aunque lamenta no poder disfrutar de ella más a menudo, al igual que de su nieto menor, del que dice que si no puede abrazar prefiere no ver.

COMPROMISO SOCIAL

A pesar de que no le gusta que la califiquen de activista, Terry Daymont ha demostrado su compromiso con la tierra que la acogió. Su primer contacto con el movimiento ecologista fue tras escuchar en un programa radiofónico que se preparaba una concentración en defensa de Berrugo. Días después, en una de charla conoció al activista Pedro ‘Perico’ Hernández, miembro de El Guincho-Ecologistas en Acción. “Tras escucharle me consagré. Decidí que ese iba a ser mi mundo”, comenta.

Llegó después su participación en Foro Lanzarote, plataforma con la que se logró movilizar a buena parte de la sociedad, hasta que este colectivo optó por la política y “el proyecto se distorsionó”. “Lanzarote tiene tanto para enamorar. Sin embargo, lo hemos destruido entre todos, tanto los que ejecutaban las acciones como quienes lo permitíamos”, asegura.

Sobre el futuro político de su país de origen, Estados Unidos, habla con escepticismo del papel de la que será la primera mujer vicepresidenta, Kamela Harris, en la política internacional, dado que hasta el momento la vicepresidencia estadounidense no ha sido un cargo decisivo. Expone que, por el contrario, la Secretaría de Estado es la que marca las relaciones del país norteamericano con el resto del mundo, hecho que conoce de primera mano, dado que prácticamente toda su familia ha estado vinculada de alguna manera a este departamento e incluso han llegado a contar con una agente de la CIA en la saga familiar.

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