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Parir un timple

El lutier Alberto Ortega Chirino defiende el trabajo profesional en la elaboración de un buen instrumento para engrandecer el folclore canario

Alberto Ortega Chirino en su taller de Tahíche. Foto: Manolo de la Hoz.
María José Lahora 2 COMENTARIOS 22/08/2019 - 06:35

Carpintero de profesión, Alberto Ortega Chirino se interesó por la construcción de instrumentos musicales desde muy joven. Se inició en el oficio con una guitarra de la que hizo el mástil y la caja, proyecto que dejó aparcado hasta que en 2004 se puso en marcha un curso de lutería cerca de su taller en la Villa y no dudó en apuntarse. Un curso intensivo de seis meses que aprovechó al máximo, de la mano del instructor Martín Cabrera. Desde ese momento, comenzó con lo que hoy día es su gran pasión, la construcción de timples, y que en sus inicios tuvo que compaginar con la carpintería para mantener a flote el negocio. Su sueño es dedicarse en exclusiva a este arte, algo a lo que aspira conforme se acercan los años de jubilación.

Ya ha perdido la cuenta de los instrumentos que ha confeccionado. Sus timples han viajado por todo el mundo. Con el sello personal que los caracteriza, muchos músicos son los que se han puesto en contacto con él después de reconocer y disfrutar del sonido de alguno de sus instrumentos, que han pasado por la mano de timplistas de la talla de Benito Cabrera. Como anécdota, cuenta que hasta el cantante del mítico grupo británico Supertramp, Roger Hodgson, tiene uno de sus timples que le regaló personalmente.

Parte con la ventaja de saber tocar el instrumento. A Alberto le gusta la música y aprendió a tocar el timple con José Antonio Ramos. En su trabajo se deja guiar por los propios tocadores para perfeccionar sus creaciones y más cuando están destinados a timplistas profesionales. “Ahí es cuando el listón está aún más alto y hay que saber solucionar los problemas que se puedan presentar. Además, todo evoluciona y tengo que prepararme para saltar ese listón, a fin de permanecer en la élite de los que hacemos los timples bien”. Advierte de la proliferación de constructores de timples, aunque recuerda que “en esa élite son pocos los que se mantienen”.

Aunque los instrumentos se confeccionen de la misma forma y parezcan iguales, cada uno tiene su propio sonido. “No me preguntes por qué, puede ser por el grosor de la tapa. Y a cada timplista le gusta un sonido diferente”, dice. Recuerda las palabras del maestro Andrés de Gran Canaria ya fallecido: “Yo los hago y ellos suenan como quieren”.

Sus timples son fácilmente identificables por el pequeño logo que llevan en la tapa. Surgió por casualidad, después de un accidente mientras trabajaba en uno de los instrumentos. “Perforé una tapa sin querer y para aprovecharla le puse un trozo de nácar”, comenta. Sello que permitió que un cliente escocés de visita por Playa Blanca pudiera localizarle después de ver una actuación en la que uno de los timplistas tocaba uno de sus instrumentos.

Mástil particular

También se caracterizan por el particular mástil. “Es un diseño propio que me identifica”, señala. Considera que cada artesano debe imprimirle su alma al instrumento, por lo que no está de acuerdo con propuestas como la de la Asociación del Timple de Las Palmas para estandarizar su construcción. Los formatos han ido evolucionando con la llegada de los nuevos solistas y concertistas, tales como Domingo Rodríguez El Colorao quien se decantó por un tamaño mayor de timple para sus conciertos y hoy es habitual ver este tipo de instrumento en el escenario. También hay que adaptarse a los nuevos requisitos del escenario y estudio y conocer las amplificaciones para la construcción del timple eléctrico. “Son fundamentales para los conciertos de gran afluencia, porque el timple es un instrumento que tiene que destacar”, explica Alberto Ortega.

Para ejercer un oficio como el suyo hace falta además “mucha paciencia” para dar con el sonido perfecto, comenta el lutier. Aunque no se puede calcular, cree que entre 70 u 80 horas de trabajo le puede lleva construir un buen timple y unas cuantas más si es amplificado.

La búsqueda de la perfección y la innovación se dan la mano en el taller de Alberto Ortega Chirino. Así, ha creado un puente con unos tornillos para apretar entre cuerda y cuerda y dejarlas equilibradas, que, cuando tenga un poco más de tiempo, quiere comercializar. “Siempre estoy intentando buscar la mejor manera de solucionar las dificultades que me pueda encontrar y creando nuevas adaptaciones que permitan ofrecer el mejor sonido”, insiste.

Afinar y equilibrar unas cuerdas requiere de un gran conocimiento. Aunque a gusto del cliente, también atiende peticiones sobre preferencias de cuerdas o trastes. Parte también con la ventaja de ser carpintero, hecho que le permite conocer las maderas más idóneas para sus timples. Le gusta usar maderas de la tierra como el moral o el palosanto especial de lutería, aunque es difícil de trabajar. También aprovecha maderas nobles de sus trabajos de carpintería, como una teca de Birmania que llegó a sus manos cuando trabajaba en el Palacio Ico de la Villa y que le sirvió de base para el timple de Benito Cabrera, entre otros instrumentos de los que dice “suenan de lujo”.

“Se puede trabajar con muchas maderas, pero la esencia está en la tapa, en el vareaje, el grosor, etcétera. Puedes usar una madera de la mejor que tengas, pero si no suena bien…”, señala. Suele usar cedro canadiense para las tapas o abeto alemán y embellecerlos con diapasones de ébano lo que hace que se encarezcan, pero explica que prescindir de estos detalles no mermará la calidad del sonido y podrá ser un instrumento más económico. También tiene dos tipos de moldes para su construcción, ya sea por fuera o por dentro, que suele ser lo habitual. Los timples de Alberto pueden tener un coste desde los 230 euros o 295 del instrumento de estudio hasta los más de 750 en el caso de que sea un timple para concertistas y solistas profesionales.

El lutier también se ha enrolado en un nuevo proyecto para construir timples para los centros educativos a precios más económicos, presupuesto que puede aceptar, al tratarse de pedidos a mayor escala, para que los alumnos cuenten con un instrumento duradero con el que practicar el folclore canario, tras las negativas experiencias de los centros al adquirir timples que carecen de la calidad de los suyos, según le han comentado algunos profesores. Por ello, insiste en la necesidad de acudir a un artesano profesional para su compra. No le cuesta compartir sus conocimientos con quienes le consultan, pero insiste en que los buenos lutieres escasean y advierte de que hay que acudir a los profesionales artesanos para conseguir un buen instrumento.

Comentarios

¿ Pero toda la vida en Lanzarote. A esta profesión no se le ha denominado fabricador de timples ?. Por lo menos, yo siempre lo oí así.
Que no se nos extinga lo artesanos

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