El documental titulado: 'Un tiempo sin reloj', y que ha sido realizado por la periodista Concha de Ganzo, con el patrocinio del Ayuntamiento de San Bartolomé, se podrá ver el próximo día 8 de mayo en el Teatro Municipal dentro de la programación de la III Edición de La Fiera del Libro de Lanzarote

María Teresa Martín, la primera bibliotecaria de San Bartolomé
El documental titulado: 'Un tiempo sin reloj', y que ha sido realizado por la periodista Concha de Ganzo, con el patrocinio del Ayuntamiento de San Bartolomé, se podrá ver el próximo día 8 de mayo en el Teatro Municipal dentro de la programación de la III Edición de La Fiera del Libro de Lanzarote
María Teresa Martín pasa los días, y las tardes, y algunas noches sentada en una cómoda y envejecida silla de su apabullante salón. Después de un largo silencio, termina por desvelar que fue la primera bibliotecaria del municipio. No lo cuenta, dice, porque es muy tímida y siempre tiende a esconderse. Sobre la vida de esta mujer de pocas palabras, la periodista Concha de Ganzo y su equipo habitual de cámaras, ha realizado un cortometraje de 15 minutos y 11 segundos de hermosas imágenes, largos silencios y verdades, que a veces dan pena, porque acercan a un Lanzarote que ya no existe. Aquel en el que casi todo estaba por descubrir, y muchas cosas aún no tenían nombre.
El relato avanza en un particular viaje en el tiempo, en aquel tiempo sosegado en el que no había reloj, y por eso las horas eran tan largas, comenzaba al amanecer y se movían al ritmo que marcaba el viento, o las mareas.
De la mano y de la memoria de María Teresa Martín se hace un recorrido por el interior de su espléndida casona, por las calles de San Bartolomé, y por la avenida de Playa Honda, un lugar que conoce, y que disfrutó de joven. Sus padres compraron una de las primeras casas que se construyeron cerca del mar. Ese mar que tanto arrulla, adormece, y que a veces, alguna vez, ha extrañado. Como esa canción susurrante que acompaña a la nostalgia, y después se va, sin más. También aparece en el corto su amiga y antigua responsable del Archivo, Marita Machín. La música de este cortometraje ha contado con la obra de Benito Cabrera y de Fabiola Socas.
Este trabajo, patrocinado por el Ayuntamiento de San Bartolomé, podrá verse el próximo día 8 de mayo en el Teatro municipal de San Bartolomé dentro de la programación de la III Edición de La Fiera del Libro de Lanzarote.
La protagonista
María Teresa fue la hija pequeña de Francisco Martín y de Modesta de Armas Martín. Su padre se dedicaba al campo, y a exportar lo que le daba la buena tierra. En los meses de vendimia tenía que contratar a otros labradores para poder sacar adelante aquellas cosechas. A ellos no les faltó de nada, quizás una cosa, el agua. La falta de agua fue lo único que igualó en cierta medida a todos los lanzaroteños. Es verdad que los más pudientes disponían de grandes aljibes, y del dinero necesario para comprar el agua que se vendía por las casas a precios de oro, los pobres no.
La madre de María Teresa fue una de esas mujeres especiales, capaces de hacer bien casi todo. Adelantada a su tiempo, a aquellos años oscuros, casi negros, le gustaba leer, y mostraba gran interés por saber más, por estar atenta a lo que ocurría cerca y lejos. Era una apasionada de los libros, de las buenas historias, de la vida. Modesta de Armas fue prima hermana de una de las maestras más reconocidas de San Bartolomé, Margarita Martín.
Quizás al ver a su madre con esa pasión desmedida, a su hija pequeña le dio por seguir sus pasos. Con una notable diferencia, a Modesta le gustaban las novelas largas, románticas, quejumbrosas, ella prefiere los libros que contienen listas de nombres, documentos antiguos en los que se recoge los nombres de hombres y mujeres que han residido en Lanzarote, desde que se tiene constancia.
Y lo más sublime, toda esa información la mantiene en su memoria. Con María Teresa se puede jugar al escondite, a mirar de reojo todo lo que contiene el salón de su casa y a mantener un prolongado silencio, hasta que ella decide rendirse, momentáneamente, y después aparece lo inesperado, casi sin querer descubre su gran mérito, su proeza: puede recitar al instante todos esos nombres, los nombres y apellidos de los que alguna vez vivieron en la isla, quién es familia de quién, con quién se casaron y quienes fueron sus padres.
En un momento de la charla, y del relato, quizás sin darse cuenta, bajó la guardia, salió del segundo plano y dejó entrar la luz por una de las rendijas. Entonces, contó que fue la primera bibliotecaria de San Bartolomé, la nombraron “en la etapa de Adolfo Suárez”, puntualiza, y es que antes no había bibliotecas en los pueblos. Se siente orgullosa de haber ocupado ese puesto hasta la jubilación, y una vez más deja claro que ella no tiene ninguna carrera, eso sí, entonces era una de las mujeres que mejor sabía leer y escribir, y por eso obtuvo el puesto.
Mientras lo dice, la imaginamos como ahora, bien vestida, pintada lo justo, tal vez los labios, de un tono más suave, nada escandaloso. En aquellos años, la biblioteca estaba cerca de su casa, a dos pasos. Y llegaría puntual, en silencio, tratando de adivinar qué libro podría llevarse aquella señora o aquel chico tan revoltoso. Y después, una vez acabada la jornada regresaría a su casa. A una casona que se empezó a construirse en 1796 por los mismos obreros que levantaron la iglesia.
A media tarde, en San Bartolomé, la luz empieza a declinar, mantiene un tono sosegado, entre azul desvaído y destellos rojizos que sombrean la montaña. Desde la casona grande de María Teresa da la impresión de estar en otro mundo, en un mundo paralelo, en el que tiempo no avanza, está detenido.
En realidad, todos los tiempos se dan cita en aquella sala repleta de objetos. Muebles antiguos, y modernos, pinturas, fotografías, sofás mullidos que dan pena, o miedo, miedo a que se rompan, a terminar con esa magia. Los que ya no están también parecen pendientes, desde las viejas fotografías da la sensación de que observan todo, atentos siguen la charla. Miran con cierto interés. Mientras sucede este diálogo sordo, María Teresa, su única inquilina, sostiene la mirada. Tratando de buscar respuestas o solo quiere saber si la intrusa es de confianza.
La primera impresión es que esta mujer menuda, bien vestida, con los labios pintados de rojo, un rojo anaranjado, parece vivir en el interior de un libro, en el interior de El Coronel no tiene quien le escriba. Parece sola, triste. Envuelta en esa neblina oscura, la neblina que crece en aquel salón abarrotado, de recuerdos, de personas que ya no están. Y en un instante de lucidez, la hija pequeña de los Martín de Armas sale de la penumbra y abandona aquellas páginas.
Comentarios
1 Mari Lun, 05/05/2025 - 12:45
2 Martín Fernánde... Mar, 06/05/2025 - 20:22
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