PERFILES

Máximo, o una vida de servicio a la sanidad

Foto: Felipe de la Cruz.
Saúl García 1 COMENTARIOS 10/04/2016 - 09:32

Máximo se llama José Manuel Martín Santana pero su abuelo se empeñó en llamarlo así y así se quedó. El pasado mes de septiembre cumplió ochenta años. Nació en 1935 "en la única casa que queda en pie en Papagayo". Su padre era marinero. Trabajaba tres meses allí, otros tres en La Santa y seis en Arrecife. Así se crió Máximo hasta que la familia se trasladó a Villa Cisneros, "en la provincia del Sáhara". El 1 de enero de 1960, aunque su meta era la de "seguir navegando", cambió su profesión para siempre y entró a trabajar en el Hospital. "Buscaban a alguien de confianza para un mes pero cuando llevaba cuatro meses me hicieron fijo". Allí, en Villa Cisneros, se aten día a todo el mundo: musulmanes, militares, marineros... "Se veía una sanidad buena, ajustada, eso sí, a los tiempos que eran, pero en 1964 los cirujanos ya operaban de columna".

Trabajó ocho años como auxiliar de quirófano en ese Hospital hasta que lo trasladaron a Arrecife. Llegó a la Isla en la Nochebuena de 1968 y el 2 de enero ya estaba trabajando. El área de hospitalización de la Casa del Mar Nuestra Señora del Carmen se inauguró unos meses después, en mayo. "En Lanzarote, en ese tiempo, la sanidad era más penosa que en el tercer mundo". La Casa del Mar era un hospital sin médicos: había que avisar al médico de cabecera o evacuar con el S.A.R. del Ejército, a Las Palmas. En el Hospital Insular operaba José Molina Aldana.

A mediados de 1970, recuerda Máximo con una memoria inmune al paso del tiempo, llegó un anestesista, un traumatólogo, un neurólogo... y ya se operaba allí. En 1974 se amplía la Casa del Mar: "Subíamos las dos plantas con camilla y sin ascensor". En 1976 se abre la Residencia Sanitaria Virgen de los Volcanes, que estaba donde está ahora el Centro de Salud de Valterra y cierra en 1989.

Máximo nació en Papagayo, empezó a trabajar en quirófanos en el Sáhara y fue testigo de una sanidad heroica. En el Hospital era toda una institución: cuando se jubiló le regalaron un barco

"Antes se hacía mejor sanidad con menos medios porque la gente colaboraba más, éramos polivalentes -señala-, yo viví una sanidad muy jodida". "En 1980 viene el doctor López Urrutia, que era Jefe de Servicio de Traumatología y Cirugía Ortopédica del Hospital Nuestra Señora del Pino y se crean las plazas de todas las especialidades. Ahí ya teníamos una sanidad aceptable", cuenta Máximo, que hacía un poco de todo, colocaba un yeso o ponía un vendaje, "siempre supervisado por el especialista". "Es que no había otra alternativa porque no había personal, se veían apurados y echaban mano de mí para todo".

Máximo era un todoterreno: manejaba a la perfección, "mejor que los médicos", las mesas de operaciones, que eran complejas, incluso con el enfermo encima. Y empezó a pelar y afeitar a los enfermos sin cobrar nada, porque se lo pidió un vasco. "Busqué una tijera y lo dejé que daba pena verlo", dice, así que optó a partir de entonces por el peine y la navaja, "que no deja escalera". Años después le pagaron 4.000 pesetas para el material y mucho después, en 1989, el doctor Alberto Talavera decidió que había que darle 35.000 pesetas por esa doble ocupación.

Su mujer, Josefa Sepúlveda, corrobora el carácter de servicio y lo polifacético que era Máximo. Dice que una vez le pagó el pasaje a un marinero para que volviera a la Península y que en otra ocasión en que fue a buscarle al trabajo, "tenía encima, en las rodillas, a una señora, gorda, porque no había camillas".

Hay cuatro anécdotas de su vida que revelan su carácter y determinación. En dos de ellas hizo de salvavidas. La primera fue con un chaval de 16 años que casi se ahoga en La Santa. "Hice un masaje cardiopulmonar y lo saqué", dice. La segunda, con un bebé de 18 meses. Lo cogió de brazos de su madre, que pedía ayuda a gritos, se montó en un coche cuyo conductor era la primera vez que pisaba Arrecife y lo reanimó dentro del vehículo, por el diafragma. "Hay gente que nace para seguir viviendo", asegura.

La tercera fue el 25 de agosto de 1979, sábado. Ese día hubo un accidente en la curvita de San Bartolomé. Chocaron dos furgones, dos familias, una que iba a la feria de San Ginés y una que volvía: 18 heridos. "Yo estaba en la feria, frente al Puente de las Bolas, y me llaman por megafonía", cuenta Máximo. Estaba el doctor López Urrutia y Ricardo Sacasas, que era ATS, así que le llamaron para ir preparando todo. Desde las diez de la noche hasta la mañana: algunos operados, otros evacuados y otros enyesados.

“En Lanzarote, a finales de los sesenta, la sanidad era más penosa que en el tercer mundo”. La Casa del Mar era un hospital sin médicos: había que avisar al médico de cabecera o evacuar con el Ejército, a Las Palmas”

Y la cuarta: Máximo formaba parte de la asociación de vecinos La Vega. Fue en un momento en que sólo había un anestesista en la isla, el doctor Güemes, que estaba en comisión de servicios; le dijo a Máximo que se tenía que ir ya a Las Palmas, y Máximo fue a ver al alcalde, Antonio Cabrera, que a su vez se reunió con el Delegado del Gobierno para alertar de la gravedad de la situación. Cuando el doctor iba a embarcar en el aeropuerto, la Policía no le dejó subir al avión y se tuvo que quedar para que se pudiera seguir operando.

En el Hospital cuando operaban a un compañero, Máximo lo decoraba con un lacito en ese lugar que tanto valora uno mismo y le decía que ya estaba "preparado para el turismo". Máximo era muy querido en el Hospital y fuera de él. Aún hay gente que le para por la calle aunque él no se acuerda de todos. Cuando se jubiló le hicieron "un gran guateque" y despedidas en todos los departamentos, pero los del servicio de traumatología le regalaron un barco, con motor y todo.

Recuerdo de muchos doctores

Máximo se acuerda de un buen número de nombres de médicos con los que ha trabajado: desde los más antiguos, como el doctor Juan De la Cruz (director médico y cirujano), el doctor Ricardo Escobar (traumatólogo, "no han pasado muchos como ese"), el argentino Honorio Belderrain, el doctor Meline, un palmero que después fue a Sevilla; el doctor Pichel, el doctor Ojellón que siempre pedía que fuera Máximo el asistente o el doctor Hani, que también lo reclamaba para sí mismo. Uno de ellos, en una ocasión, después de una operación de apendicitis le preguntó, ufano, que cómo lo había visto: "Los he visto más rápidos", contestó Máximo.

Comentarios

Máximo fue el encargado de llevarme a quirófano. Me temblaba todo el cuerpo de los nervios. Cuando llegué a la sala donde debían anestesiarme casi lloraba, Máximo me preguntó "¿estas nerviosa?" y le dije que sí con una lagrimilla en el ojo, a lo que él me dice "pués resulta que el anestesista está enfermo y te tengo que anestesiar con esto" y sacó un palo enorme que debía tener habilitado para nerviosas como yo, jajajaja. Me hizo reir tanto que se fueron volando los nervios. Hacen falta profesionales como tú, con amor a su profesión y hacia quienes necesitamos de sus servicios. MIL GRACIAS

Añadir nuevo comentario