CULTURA

Los Embajadores: música sideral, canciones mutantes

Foto: Felipe de la Cruz.
M.J. Tabar 0 COMENTARIOS 07/07/2016 - 08:19

Se reunieron a finales de 2014, sutilmente manipulados por Damián Cabrera, un músico en permanente estado de construcción que acababa de regresar a Lanzarote y buscaba un nuevo proyecto. Sobre el papel, la combinación parecía sugerente: Antonio (King Trash Fandango, Inadaptados), Abel (Monstruobot), Damián (Possopottare, Motorower) y Yosu (Blue Child). El resultado de su unión: un pop “contundente” con contenidos “ácidos y desconcertantes”; una banda sin género, con muchas inquietudes y un repertorio que destila amor por la música, la diversidad y la diversión.

Uno tiene querencia por la psicodelia, otro es “catedrático de Vainica Doble”, otro bebió siempre de los clásicos (Jimi Hendrix, Rolling Stones), todos aman el rock. Entre los cuatro reúnen una gran variedad de gustos, que va amplificándose con los años. Están en sintonía con grupos como The Soft Boys, The Feelies, Patrullero Mancuso o Bo Diddley.

En 2015 sorprendieron con su debut en directo en el Callejón Liso, más tarde tocaron en Jazz mi madre. En aquel concierto se dieron cuenta de dos cosas: su repertorio era un “potaje” estilístico que convenía concretar y el volumen de sus guitarras era demasiado apabullante para el local.

Con Damián como cantante y compositor; Antonio en la guitarra, el metalófono y los coros, Abel al bajo, al sintetizador, al teclado y los coros; y Yosu en la batería y la percusión, han grabado en los estudios Néptar su primer disco corto. Se titula Venimos de allí. Pondrán en circulación 50 copias, una cantidad modesta pero suficiente para que el público se familiarice con su música, que tiene mil y una lecturas. Sus seis primeros temas completan un viaje caleidoscópico donde manda la polisemia, el surrealismo y un sonido guitarrero que provoca un estimulante efecto ginseng.

No explican dónde queda su “allí”, pero es seguro que para alcanzarlo hay que transitar un camino que plantea curvas, desvíos subterráneos y agujeros de gusano. El disco empieza con el rock de Matrona sideral (“La araña regresó a su agujero tras tender su ropa entre nuestros huesos”) y la energética Bida auténtica. Llega a continuación el único y orientalizante tema instrumental del disco, Halcón dromedario, que sabe a videojuego Atari y a serie de terror.

El disco continúa en El mar y acaba con el irónico imperativo de Vuela, mirlo y Soñar, una belleza que transformaron en videoclip doméstico en YouTube, con imágenes de Andrei Rublev y de Iván el Terrible. Ganaron el concurso de maquetas Play&Rec, organizado por Cultura Lanzarote, y tocaron en la segunda edición del Teguise Music Showcase y en la clausura del Festival Internacional de Cine de Lanzarote.

22 y 23 de julio, concierto

En julio tienen varios conciertos confirmados: el día 1 estarán en el Lone Star de Tenerife, el viernes 22 en La Recova (Arrecife) y el sábado 23 julio en la sala Noise (Arrecife), junto a The Cassavetes.

Damián, el compositor de Los Embajadores, juega con las palabras: las saca de su zona de confort y rehúye las líneas rectas. A veces las canciones empiezan por una melodía; otras se fecundan con una frase. El caso es rehuir tópicos y cosas obvias. En el proceso, hace infinitos arreglos, cambia notas, acordes y modifica hasta el infinito (o hasta que le dicen basta).

Cuando se reúnen en el local (un cuarto del teleclub de Güime, cedido por el ayuntamiento de San Bartolomé) expone su propuesta y los demás aportan su personalidad al tema. Damián ejercita el intelecto y Antonio conjuga la música llevándosela al territorio de las sensaciones. La diferencia les enriquece.

Abel empezó a tocar la guitarra en Tenerife cuando tenía 15 años. “Me obligó un amigo que quería tocar en un grupo; a los dos meses se echó novia y lo dejó, y yo me quedé enganchado”. Damián empezó a la misma edad. La música siempre estuvo presente en su casa (su abuelo y su tío eran músicos) y el aburrimiento en el pueblo de Güime terminó de espolear al adolescente: “Un día les dije a los Pacheco: tú, batería; tu, bajo”. Y se pusieron a tocar. Aquello se llamó Cerveza y circo, el germen de lo que luego sería Motorower.

“A mí siempre me gustó la música, desde chiquitillo; me encantaba el cine y las bandas sonoras”, cuenta Antonio. Con 14 años empezó a tocar el bajo y al poco tiempo montó un grupo con sus amigos de Playa Honda. Se hacían llamar Los Motherfuckers. “Tocábamos versiones de temas punk y rock… y alguna canción que componía yo, verdaderamente horrorosa”. Aquello derivó en Ritual de lo habitual. Con el tiempo llegaría aquella fascinante locura llamada King Trash Fandango, que empezó una tarde de aporreo multiinstrumental en casa y terminó en Munster Records (y entre los favoritos de Jesús Ordovás, en Radio3).

Coinciden en que Lanzarote es un territorio musicalmente muy activo, pero todavía sin escena. Hacen falta menos edificios contenedores —con o sin premios Pritzker— y “más ideas, contenidos y programación”, reflexionan. Más diálogo e iniciativa privada independiente. También sería coherente tener un régimen laboral “justo” para los músicos aficionados que ganan dinero de manera discontinúa. “Ellos [las instituciones] no tienen que crear cultura; la cultura tiene que existir y ellos, gestionarla; incluso sería mejor que no la gestionaran, que la gente hablara y se organizara”. La única meta de Los Embajadores es “tocar, ensayar y grabar”. Y hacerlo “con alma”, a su manera, emancipados e independientes: “Que todo dependa de nosotros”.

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