La Graciosa, puerta de entrada a la Reserva Marina del archipiélago Chinijo: cómo disfrutarla sin dañarla
Quien pone un pie en La Graciosa suele llevarse la sensación de que aquí todo va a otro ritmo. Las calles de arena y el sonido constante de las olas crean un ambiente que invita a tomarse las cosas con calma. Frente a la costa norte de Lanzarote, esta pequeña isla es también el acceso natural a un entorno marino de enorme valor; precisamente por eso, disfrutarla con cuidado es importante para que siga siendo ese lugar tranquilo al que apetece volver.
Cómo llegar desde Lanzarote y empezar a desconectar
El viaje arranca casi siempre en Órzola, un puerto pequeño en el norte de Lanzarote. Desde allí salen cada día distintas conexiones en ferry a la Graciosa, que cruzan en pocos minutos el estrecho brazo de mar que separa ambas islas. No es un trayecto largo, pero sí suficiente para ir dejando atrás la sensación de prisa, pues el risco de Famara queda a la espalda, el archipiélago Chinijo aparece al frente y la silueta de La Graciosa empieza a ganar forma.
Conviene mirar los horarios antes de ir y, si se viaja en temporada alta, reservar con algo de margen para evitar colas innecesarias y comenzar el viaje de buena manera. En el barco, muchos pasajeros se quedan en cubierta, cámara en mano, siguiendo con la vista el movimiento de las olas o el vuelo de las gaviotas.
El desembarco en Caleta de Sebo confirma esa impresión. El puerto es sencillo, las barcas se mezclan con los pequeños barcos de excursiones y, en cuanto se avanza unos metros, el asfalto desaparece. A partir de ahí, lo habitual es moverse a pie, en bicicleta o en alguno de los todoterrenos autorizados que recorren las pistas principales.
Dónde dormir para vivir la isla desde dentro
Quedarse a dormir en La Graciosa cambia por completo la experiencia. Un paseo temprano por el muelle o el cielo despejado llenando el pueblo de estrellas son escenas que solo se aprecian cuando uno se queda más de unas horas. La oferta de alojamientos en La Graciosa se apoya sobre todo en apartamentos y casas que mantienen la estética tradicional y encajan bien en la escala del lugar.
Muchos visitantes valoran precisamente desayunar mirando al mar, bajar a la playa caminando en pocos minutos o cruzarse cada día con las mismas caras en la tienda o en el bar del puerto; elegir pequeños alojamientos gestionados por gente de la isla ayuda, además, a que el turismo se traduzca en empleo y estabilidad para quienes viven allí todo el año.
La convivencia se nota también en los detalles, por lo que es importante respetar los horarios de descanso, controlar el volumen de la música, no saturar las zonas comunes con neveras y bolsas o hacer la compra en las tiendas del pueblo para contribuir a que el ambiente siga siendo agradable para todos. Esa forma de estar en la isla refuerza la sensación de proximidad y hace que el viaje sea una experiencia compartida con la comunidad que la habita.
Cómo cuidar lo que venimos a disfrutar
Tarde o temprano, la mayoría de los caminos en La Graciosa conducen al mar. Playas amplias y abiertas, calas más resguardadas y tramos de costa donde apenas hay gente forman parte del atractivo de la isla; lugares como las Conchas, la Francesa o la Cocina aparecen en muchas fotos, pero ganan mucho más cuando se visitan con calma.
El entorno marino que rodea la isla tiene un valor especial. La Reserva Marina del archipiélago Chinijo protege una zona de gran riqueza biológica, con fondos volcánicos, cuevas, bancos de peces y presencia habitual de aves marinas. Actividades como el snorkel, las rutas en kayak o las salidas en barco con empresas autorizadas ofrecen una forma muy directa de conocer esa parte del archipiélago, siempre que se respeten las normas del espacio protegido.
Ahí entra también la parte que corresponde a cada visitante, por ejemplo, recoger toda la basura, incluidas colillas, tapones o pequeños envoltorios, evitar llevarse conchas o piedras como recuerdo, no acercarse demasiado a nidos o zonas donde descansan las aves y seguir las indicaciones de los guías son gestos que resultan bastante decisivos; también ayuda mucho mantener un tono de voz moderado y evitar altavoces en la playa o en el campo. Quien viene buscando tranquilidad suele agradecerlo, y el entorno lo nota.
Podemos decir que quien vuelve de La Graciosa y guarda un buen recuerdo suele hablar de cosas sencillas como lo son un paseo al atardecer, un baño temprano en una playa casi vacía, una cena frente al puerto o una conversación tranquila con alguien del pueblo. El mantener vivo ese tipo de experiencias pasa por entender que la isla es pequeña y delicada, y que precisamente ahí reside su encanto. Si la tratamos con cuidado, seguirá siendo un lugar al que apetezca regresar, y un ejemplo de cómo disfrutar de un entorno marino protegido sin llegar a ponerlo en riesgo.
















