La Graciosa: 25 años que parecen un siglo
La fotógrafa Gabriele Marl (Iserlohn, 1967) se enamoró de esta isla de 29 kilómetros cuadrados la primera vez que vio su silueta. Era un día ventoso. Enero de 1989. “Este es el sitio”, pensó. Huyó de Fariones y se instaló seis semanas en la pensión Girasol. Su proyecto La octava isla cambiante habla de la metamorfosis que ha vivido La Graciosa en un cuarto de siglo.
“Me impresionó un montón”, dice la documentalista alemana mientras señala unas panorámicas en blanco y negro, tomadas con una cámara Leika analógica. Montaña Amarilla, el jable, la baja de Majapalomas, la playa de Las Conchas, la bahía del Salado… Un universo de roca tallado por la fuerza oceánica, bañado por una luz “especial”.
Aquella primera vez, Gabriele tenía 22 años y no hablaba ni una palabra de español. Buscaba un sitio tranquilo donde descansar y ver la luz del sol. Caminaba cargada con tres mochilas repletas de material fotográfico. “Les debí de parecer una extraterrestre”, cuenta.
La Graciosa de aquel entonces tenía cinco o seis apartamentos para turistas y dos pensiones (Girasol y Enriqueta). Los viajeros eran independientes, se movían por su cuenta. Aquí no llegaban los touroperadores ni las excursiones organizadas. “Si querías comer pescado, la noche anterior tenías que avisar a Margucha o a Enriqueta para que lo tuvieran preparado”. Había que adaptarse a los usos.
A la entonces joven camarógrafa de la televisión alemana, La Graciosa le pareció un sitio “cerrado al mundo” y le recordó a la sociedad alemana antes de la primera guerra mundial. “Me di cuenta cuando empecé a hablar español: han llegado a la vida moderna en muy poco tiempo; no han tenido tiempo para mentalizarse y eso ha desbordado a la gente mayor”, considera.
Aún no lo sabía, pero Gabriele iba a ser conquistada por una segunda fuerza natural: el carácter de la mujer graciosera. “Me abrieron las puertas de su casa desde el principio”. No hacía falta diccionario ni Google Translator. Uno se apañaba. La fotógrafa recuerda gente con un corazón “tan grande” como su conocimiento del medio. Mujeres cooperativas, afectuosas y “administradoras de la vida diaria”. Buenas conversadoras, con el reojo puesto en el horizonte para distinguir bien el barco que debería traer de vuelta a su compañero después de una larguísima jornada faenando la mar.
Cuando aprendió bien el idioma (pasó cuatro años trabajando en Lanzarote), Gabriele empezó a entender la historia graciosera. Supo de la vida todoterreno de aquellas señoras que se encaramaban al Risco para transportar kilos de mercancía sobre la cabeza, pendientes del único calendario útil: el de los vientos y las mareas.
Llegó el agua corriente y el desarrollo turístico empezó a transformar el puerto. De la obra de la fotógrafa alemana se deduce que antes había más gente y ahora, más cosas. “Más cosas pero para el turista, no para la gente del pueblo”, puntualiza ella. Cada vez es más difícil ver a los locales echar la tarde a la sombra. “Si te fijas, se reúnen en la parte derecha del pueblo, donde no hay tanto movimiento turístico”. No es rechazo, ni reclusión. Es tranquilidad. Porque lo que antes era intercambio de experiencias y hospitalidad, ahora es saturación de
Instagram y desconfianza. Una sensación resumida en una frase: “Mira Gabi, nosotros estamos viviendo en un parque natural, no en un parque zoológico; nos miran como a los monos”, le decía una joven hace poco.
Dos maneras de pensar
Gabriele ya no es la forastera de hace un cuarto de siglo. Tiene 50 años y es una vieja conocida de Caleta del Sebo. Por lo que observa y por lo que le cuentan los vecinos, cree que la isla atraviesa un momento de inflexión.
Hasta hace bien poco, 40 familias vivían de la pesca, hoy apenas quedan seis. Los barcos eran el orgullo de su economía y tradición, hoy “se abandonan en cada esquina” porque es costoso reparar la madera, alquitranarlos, tenerlos en buenas condiciones. “Antes la gente se sentaba con la puerta abierta, se tomaba un poco de vino y hablaban… Ahora no se visitan y si lo hacen, cierran la puerta”, explica Gabriele. Antes no había coches, y en algo más de dos décadas hay unos 200. El “voy un momento a la tienda” de antes significaba “no regreso antes de una hora”; ahora se va a comprar. Antes, los tejados se mantenían limpios para que el agua de la lluvia cayera limpia, valiosísima, al aljibe. Hoy se abre el grifo y sale sola, pero en la factura no se desglosa el verdadero precio que pagamos por disfrutar de ese chorro tan poco corriente.
“Yo soy documentalista y vengo de la época analógica, de cuando el único engaño que podías hacer era sacar o no sacar la foto”, explica la autora alemana, que pide reflexión, diálogo y responsabilidad colectiva en la toma de decisiones de La Graciosa.
Gente como Eleuteria, Feliciano o Victoriana vivieron practicando la sostenibilidad, cuando todavía no se había acuñado el término. Sus nietos tendrán que decidir el tipo de convivencia y el modelo de desarrollo que quieren para su territorio: “Hay que decidir el futuro, si no quieres que lo decidan por ti”, dice Gabriele.
‘La octava isla cambiante’ puede verse en el Convento de Santo Domingo (Teguise) hasta el 14 de agosto y posteriormente se trasladará a La Graciosa.
Comentarios
1 Marcial Lun, 15/08/2016 - 08:25
2 Flâneur Lun, 15/08/2016 - 12:04
3 Iván Alamo Lun, 15/08/2016 - 13:26
4 Da igual Lun, 15/08/2016 - 19:10
5 Mia Lun, 15/08/2016 - 22:32
6 PANTERA ROSA. Lun, 15/08/2016 - 23:22
7 PANTERA ROSA. Lun, 15/08/2016 - 23:22
8 Tasarte Mar, 16/08/2016 - 10:11
9 Chicharrero Mar, 16/08/2016 - 22:42
10 canario de los ... Mié, 17/08/2016 - 10:44
11 Rea Dom, 28/08/2016 - 19:11
12 ramon Mié, 04/01/2017 - 05:23
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