Gregorio de León, el domador de piedras
Trabajó en la creación de la Cueva de los Verdes, Jameos del Agua y la Iglesia de Máguez
Fue uno de esos peones incansables que hicieron posible transformar la Cueva de los Verdes y Jameos en ese casi milagro en el que terminó por convertirse. Gregorio de León no se da importancia, aquello fue solo trabajo, dice. Mucho trabajo, tanto, que terminó “desmigajado”, a pesar de tener unos brazos de hierro. Su historia merece un reconocimiento, sin personas como él no hubiera sido posible tanta magia.
Apoyado en un bastón mira con detenimiento a esa mujer que le pregunta. Sus ojos pequeños, vivos, y tan elocuentes, y tan risueños, terminan por encandilar. Su manera de expresarse, con palabras tan curiosas y potentes como “desmigajado”, cuando se refiere a cómo acabó su cuerpo, sus brazos de hierro, después de encargarse de poner todas las lajas que cubren el piso de Jameos: una a una, pedazo tras pedazo. “Todas esas piedras pasaron por mis manos, y por mi cabeza”, lo dice y se queda mirando, y sonríe. Y entonces hay que seguir escuchando lo que cuenta, y cómo lo hace.
Gregorio, que en unos meses cumplirá 95 años, mantiene una frescura inesperada, y una picardía, y un no callarse, y también la memoria viva de una parte de la historia reciente de Lanzarote. Y toda esa sabiduría a pesar de no haber visto nunca “la escuela por dentro”.
Este peón que después de dejar el campo, y de cuidar cabras, y de trabajar en lo que saliera, terminó por recalar en la Cueva de los Verdes y de allí no salió hasta que todo acabó como debía. A las órdenes de su amigo Jesús Soto Morales, al que admira profundamente, conoció y vivió de cerca los trabajos, los esfuerzos y las mañas de los peones, de los capataces, de Manrique, que venía y daba órdenes, y podía cambiar lo que se había hecho.
Entonces no les quedaba más remedio que volver a empezar, entre la resignación, también la rabia y después la búsqueda de soluciones ante lo que el artista quería, y solo estaba en sus bocetos, o en su cabeza. Y que ellos, esos artesanos de la piedra, veían, en ocasiones, como los caprichos de César. Después ya no.
Gregorio de León cuenta las cosas de manera clara, sin guardarse nada. Su cuerpo, sus brazos, su cabeza saben tanto, y pasaron por tanto. Resulta fascinante escuchar su relato, y las expresiones que emplea, contundentes, y siempre la risa, la carcajada abierta, sin contemplaciones.
Los que trabajaron en la Cueva de los Verdes lo hacían a oscuras: “Éramos como mineros”
Sabe que los que trabajaron en la cueva lo hacían a oscuras, “éramos como mineros”, y se alumbraban con unos faroles, al principio no había luz, después, con el tiempo llegó una máquina, que estuvo a punto de romperse, varias veces.
Gregorio cuenta que pasaron tantas horas allí metidos que podían entrar y salir a oscuras. Comían dentro de la cueva para aprovechar el día. Y de todos, el que apenas se movía de allí era Soto. “A veces se traían a sus cinco hijas, y las pobres niñas se quedaban por fuera esperando, se le hacían las doce de la noche y él allí, ideando cosas nuevas, viendo cómo podía quedar aquello mejor”.
Al principio no sabían si la cueva tenía una salida, un comienzo y un final, pero ellos se fijaron que por algún lugar entraba luz. Entonces, en una de esas ideas luminosas, inesperadas de Gregorio, le dijo a Soto que podían quemar dentro aulagas y después que él se quedara por fuera, hasta ver por dónde salía el humo. Y así de esta manera descubrieron lo que estaban buscando.
Las lajas de Jameos
Y así con genialidades de este tipo se fueron haciendo los Centros de Arte y Cultura del Cabildo de Lanzarote. Lo mismo pasó con la estructura que mantiene el piso de Jameos: todo un puzle de lajas. Y fue Gregorio hablando con Jesús Soto el que ideó la manera: tenían que romper las lajas, trocearlas como parte de un puzle, y llevarlas hasta Jameos, bajarlas, de aquella manera, con poleas y sogas, y metidas en cestas, como se cargaba antes el pescado, o los racimos de uva, y después el propio Gregorio se encargó de unirlas, como un inmenso rompecabezas.
Trabajó tanto que su cuerpo, como él dice, quedó “desmigajado”.
Todas las lajas que cubren el piso de Jameos del Agua pasaron por las manos y por la cabeza de este peón
Muchas veces se machacó los dedos, y se destrozó los brazos, pero seguía manteniendo su fama, el hombre de los brazos de hierro, así dicen que lo llamaban.
Su enorme memoria sabe, sin la menor duda, cómo fue ese proceso, porque todas las lajas que dan forma al piso de Jameos del Agua pasaron por sus manos, y por su cabeza.
Sentado delante del mural de la Iglesia de Máguez, que diseñó Manrique, y en la que también trabajó, recuerda aquellos días, y a pesar de todo, de quedar roto, después de arrastrar, cortar, partir tantas piedras, su memoria ni guarda rencor ni espera reconocimientos. Para Gregorio de León aquello solo fue trabajo. Duro trabajo, eso sí.
Comentarios
1 gracias Lun, 30/06/2025 - 16:04
2 Lagunero Lun, 30/06/2025 - 21:21
3 Lanz Mar, 01/07/2025 - 12:22
4 Marucha Jue, 03/07/2025 - 15:34
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