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El primer y último cuchillero de Lanzarote

El artesano Ángel Barrios ha importado la tradición del cuchillo canario a la Isla

Foto: Manolo de la Hoz.
María José Lahora 1 COMENTARIOS 20/01/2019 - 07:59

Ángel Roberto Barrios es el único artesano que trabaja el cuchillo canario en la Isla, oficio en el que lleva inmerso desde hace ocho años. Todo empezó hace doce años en una Feria de Los Dolores, en la que se quedó fascinado por un artesano del cuchillo canario. Compró varios para desmontarlos y comprobar cómo esas piezas componían un conjunto que se ha convertido en una de las herramientas más preciadas en los hogares y en el campo.

Fue entonces cuando Carmelo García Déniz, que fue consejero de Cultura del Cabildo, sabedor de su pasión por la cuchillería, le propuso viajar a Gran Canaria para realizar los cursos necesarios que le permitieran importar a Lanzarote tan noble arte. Así fue como contactó con maestros cuchilleros que le instruyeron en esta ancestral labor. Aunque ha podido dar buena muestra de su artesanía en la Feria de Los Dolores, lamenta que siendo el único cuchillero de la Isla con carné de artesano no pueda dar cursos, porque sólo están autorizados para impartir estas enseñanzas a nuevos aprendices los maestros grancanarios.

Ángel asegura que, para él, la artesanía es tan sólo una afición. “De esto no se puede vivir”, comenta. Trabaja como soldador en el Cabildo y en sus horas libres gusta de encerrarse en el taller para confeccionar sus creaciones. Explica los entresijos de esta artesanía que requiere como mínimo de 30 horas de trabajo por cada herramienta, que está compuesta por al menos tres piezas. Durante el tiempo que lleva como artesano cree que habrá confeccionado ya más de medio millar de cuchillos. “En Lanzarote no hay otro lugar donde conseguirlos”, recuerda.

Lo primero es forjar la hoja de acero de carbono, de una única pieza con tamaños que oscilan entre los 15, 17 y 19 centímetros. Se divide en cinco partes: pete, filo, garganta, barbilla y colchón. Luego se realizan los casquillos de níquel o latón. Más tarde se elige el cabo que se desea y que se elabora de varias piezas realizadas con cuerno de carnero, negro o blanco, y que suele obtener en Fuerteventura. Fragmentos que se deben enderezar a fuego para después taladrar y enlazar en el cabo “en bruto”.

Con la piedra se da la forma, dependiendo del tamaño de la hoja, y se concluirá con el diseño en cada una de las piezas que distingue a cada artesano o al gusto del comprador. Una vez que estén talladas, llega una de las labores más delicadas: se enlazan de nuevo para sellarlas a presión y pulir con pulimento y papel de periódico.

Finalmente, se consigue una pieza de artesanía con un valor no inferior a los 150 euros, de gran belleza y de liviano peso, que podrá ser usada durante generaciones para uso doméstico o laboral. Los cuchillos estarán enfundados en una vaina que se encargan de confeccionar otros aprendices de artesano.

Tradición

“Para dedicarte a esto tiene que gustarte”, destaca este artesano cuando describe paso a paso este laborioso trabajo, al que es necesario dedicarle muchas horas, y que tiene otros inconvenientes, como el olor que desprende el cuerno cuando se quema para moldearlo. Aún así, hasta Ángel han llegado muchos interesados en aprender el oficio, a los que con mucho pesar tiene que derivarlos a los maestros grancanarios. Aunque espera que, al menos, el oficio pueda pasar a su hijo, que con tan sólo siete años ya conoce algunos de los entresijos de esta artesanía.

Durante el tiempo que lleva como artesano cree que habrá confeccionado ya más de medio millar de cuchillos. “En Lanzarote no hay otro lugar donde conseguirlos”, recuerda

Ángel Barrios advierte a los compradores que se abstengan de adquirir cuchillos de procedencia sospechosa, que se ofrecen a la venta por precios económicos y que entre otras estafas suelen emplear madera de ébano en lugar de cuerno quemado para las piezas talladas del cabo y cuyos dibujos especifica que deben ser siempre impares. El auténtico cuchillo canario cuenta además con un sonido distintivo al golpear la hoja y la firma del artesano, que le protegerá frente a falsificaciones.

Otra seña de identidad es que “ningún cuchillo del mundo tiene garganta ni la barbilla, salvo el canario”. Se desconoce si fue por un accidente artesanal o a propósito, para ofrecer un apoyo al dedo a la hora de asirlo. La tradición ordena que los cuchillos, como arma que son, no pueden regalarse: debe ofrecerse al obsequiante una moneda a cambio.

Como buen conocedor de la materia, elogia la labor de los hermanos García Medina, de Gáldar, una familia que no sólo ha sido capaz de mantener esta tradición sino expandirla entre otros aprendices como el lanzaroteño Barrios e innovar para ofrecer toda una selección de artículos artesanos tales como cuberterías. De los hermanos García Medina destaca, entre otras hazañas, que han sido capaces de confeccionar cuchillos con hasta veintiuna piezas talladas en el cabo. “Yo sólo he podido llegar a trece”, compara.

Se sabe de cuchillos que han pasado por hasta tres generaciones. Él también se encarga de restaurar estas piezas de referencia histórica. Una labor que, en muchas ocasiones, supone un esfuerzo que bien podría haberse dedicado a realizar un nuevo cuchillo, sobre todo, cuando al cabo le faltan piezas o están muy deterioradas.

Cuando se trata de cambiar la hoja, todo es mucho más sencillo. Recuerda además que un cuchillo canario no se debe afilar con una piedra eléctrica, sino que requiere de un roce en piedra húmeda. Se desconoce de dónde proviene esta tradición. Ángel Barrios defiende que su origen podría estar en el norte de África. Los historiadores sitúan su origen en las industrias cuchilleras de Toledo y Albacete, regiones donde permanecieron los árabes una vez finalizada la Reconquista, y fueron los conquistadores castellanos quienes introdujeron este instrumento mudéjar en el Archipiélago.

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