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De cuando el obispo ordenó el derribo de la iglesia de San Ginés

En 1865 las paredes del templo se estaban cayendo y el Obispado decidió que se derribara y se construyera otro dedicado a la Virgen en otro lugar

Foto: Manolo de la Hoz.
Saúl García 0 COMENTARIOS 12/08/2018 - 10:00

El 25 de agosto se celebrará, como cada año, la misa en honor a San Ginés, patrón de Arrecife. Se celebrará, como es lógico, en la Iglesia de San Ginés, la misma que se erigió en ese lugar a mediados del Siglo XVII, aunque un siglo antes ya se había construido otra ermita de San Ginés en un suelo muy cercano, en La Puntilla. El templo se trasladó y estuvo a punto de trasladarse en otra ocasión, y de desaparecer por completo y cambiar a San Ginés por un templo dedicado a la Virgen.

Así lo ordenó el Obispo Fray Joaquín Lluch y Garriga, en septiembre de 1865, pero finalmente no prosperó. La historia, casi completa, se encierra en un expediente, bien conservado, escrito (por supuesto) a mano con una letra en ocasiones ilegible, en papel amarillento de dos tamaños y con algo de polvo. Son 25 hojas del expediente de ruina de la Iglesia, que se encuentran en el Archivo municipal de Arrecife y que se abrió “con el fin de hacer constar el estado de ruina a que ha venido la parroquia de San Ginés, único templo que existe en aquella localidad”.

El primer documento es un escrito de 16 de agosto de 1865 del curra párroco de San Ginés, Juan Guerra y Herrera, dirigido al Ayuntamiento de Arrecife, cuyo alcalde era Rafael Pineda. En ese escrito dice que en diciembre del año anterior, con la visita del señor obispo, se practicó un reconocimiento de las paredes porque había “fundados antecedentes para creer que las mismas están en parte rendidas por efecto de una mala construcción”. “El examen -continúa- vino a comprobar desgraciadamente la certeza de aquellos temores”. El cura pide al Ayuntamiento que tome medidas.

El alcalde envía al “maestro de fortificaciones” Francisco Frías a hacer un reconocimiento del estado del templo, junto a una comitiva formada por el segundo teniente alcalde y los “vecinos mayores contribuyentes”, entre otros. La comitiva concluye que “resulta ser cierto que es inminente el peligro”.

El problema principal está en la pared lateral que da al Norte, la que sostiene la nave del Rosario. La pared tiene 7,20 metros de alto y se halla fuera de su lugar. Además, “los tirantes de la nave están desprendidos de su empalme unos 6 u 8 centímetros a causa de dicho desnivel”, que era de entre cuatro y ocho centímetros hacia fuera. Los estribos de la pared son de piedra y barro, y no de argamasa, “y se hallan rendidos de una manera notable (...) y es lo mismo que si no existieran”.

Las medidas a tomar pasan por apuntalar esa pared, descargar el techo “de la gran cantidad de tierra que cubre su armazón” y evitar la concurrencia por esa nave cerrando su puerta. El documento lo firma el secretario municipal, Serapio del Castillo.

El expediente llega al subgobernador del distrito de Gran Canaria, que pide otro reconocimiento de las paredes y una declaración jurada del maestro Frías. El 28 de agosto, la comitiva, con el alcalde y el párroco a la cabeza, comprueban que la situación es aún peor. Hay “una rajadura en toda su extensión de arriba abajo”, se ha resentido “el estribo que se hizo para sostener el empuje de los arcos transversales que forman las tres capillas del templo”, y la otra pared lateral también está 14 centímetros hacia fuera, por lo que necesita igualmente que se apuntale.

Después de esa visita, hay tres peticiones. La primera consiste en reclamar dinero al Gobierno, porque la comisión asegura que no existen otros medios para hacer frente a “tan encontradas circunstancias” y para que no se dé “el caso nuca visto de que carezca de Iglesia la segunda población del Obispado de Canarias”.

La segunda petición consiste en cerrar la Iglesia por el riesgo para los feligreses, que “con harto dolor se retraen de asistir a esos mismos oficios divinos que les cumple observar como buenos católicos”. Así se hace el 23 de septiembre de 1865 aunque se permite seguir celebrando los oficios en la sacristía. La tercera es que se haga otro informe definitivo. En la Isla se encontraba de vacaciones el ingeniero civil José Paz Peraza, natural de Teguise, y a él se le encarga que determine si la Iglesia tiene arreglo o debe ser demolida.

El obispo, no obstante, ya ha tomado la decisión y escribe al párroco para facultarle 10.000 reales del Fondo de reserva a los que habría que sumar “lo que quieran dar las personas piadosas” para que proceda a construir una ermita en el sitio que acuerde con el municipio. La ermita sería de una sola nave y no estaría dedicada a San Ginés sino al Inmaculado Corazón de María.

El expediente no aclara mucho más sobre este punto, pero sí lo hace el libro 'La Iglesia de San Ginés en el Puerto del Arrecife', de José Manuel Clar, que revela que la decisión del obispo “no satisfizo a los parroquianos quienes por nada del mundo querían resignarse a perder su sagrado recinto”.

Por otra parte, el lugar elegido para el nuevo templo era un solar municipal al Sur de la calle Miraflores (hoy Hermanos Zerolo). Según Clar, con la decisión del traslado y de dedicar el templo al Corazón de María Santísima “demostró escasa sensibilidad de cara a los feligreses” ya que siempre se había mantenido esa Iglesia gracias al apoyo popular. El obispo también autorizó que se trabajara domingos y festivos para terminar cuanto antes la nueva Iglesia.

El obispo toma la decisión y escribe al párroco para facultarle 10.000 reales del Fondo de reserva a los que habría que sumar “lo que quieran dar las personas piadosas” para que proceda a construir una ermita en el sitio que acuerde con el municipio

Pero la nueva Iglesia no se hizo. El dictamen de Paz Peraza dice, en efecto, que hay amenaza de ruina y que convendría retechar “para evitar lamentables desgracias”. “Sin embargo -añade- creo que sus ruinosas paredes pueden sostenerse si se oponen al efecto ya producido fuertes estribos y si al mismo tiempo las cimbras se atirantan nuevamente o bien empleando el hierro forjado o bien aprovechando los tirantes existentes con nuevas ensambladuras”.

Señala Clar en su obra que no existe constancia “de las posteriores decisiones que determinaron la ejecución de las obras y la no construcción de la ermita”, pero los trabajos empezaron el 26 de diciembre de 1685, dirigidos por Francisco de la Torre y consistieron en reforzar los estribos, reforzar el techo y construir un falso techo que se mantuvo hasta 1973 ocultando el artesonado de estilo mudéjar que se había incorporado en 1826.

No obstante, en el expediente de ruina hay una comunicación del obispo de 6 de octubre, posterior al informe de Paz Peraza, en la que dice que “se haga lo posible para que sea restaurada” y que se pida al ingeniero que haga el presupuesto, planos y pliego de condiciones para sacar la obra a pública subasta.

El expediente de ruina finaliza con varias cartas cruzadas entre el Ayuntamiento y el cura porque este último se había estado saltando la prohibición de cerrar el templo para los fieles, dando misa a puerta cerrada, entrando por la sacristía y colocando el altar frente a la segunda columna para la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario, que es el 7 de octubre. Finalmente, el 27 de enero, el alcalde archiva el expediente considerando que ya se encuentra reparada la Iglesia y que se puede volver a abrir, eso sí, bajo la responsabilidad del párroco.

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