Daniela Martín Hidalgo: sumergirse en la poesía de lo tangible
La poeta conejera publica ‘La piel, la pulpa, el gusano, la semilla’ con Editorial Pretextos
Érase un libro-árbol. Era un libro, y también raíz. Se extendía por la tierra roja y también bajo los patios y el asfalto; recorría ciudades, con su barullo de agujas, y cocinas de gas, con su alicatado, con sus sartenes; paseaba por los parques infantiles, por la orilla de lo ordinario, bebía de la luz de la escalera. Un libro-árbol, todo hecho de raíz; un poemario, y también la rama.
El último trabajo de la poeta conejera Daniela Martín Hidalgo propone llegar más allá de los ojos, más allá del paisaje que alcanza la visión: con La piel, la pulpa, el gusano, la semilla, publicado por editorial Pretextos, la escritora juega a llegar al hueso de la manzana, pero no un hueso conocido. El hueso figurado alcanza un horizonte de imagen poética y abstracción reunida en lo palpable que obliga a mirar el conjunto como la belleza desde lo conocido irreverente. Sí, también al gusano.
En un poemario construido a dos partes, Martín Hidalgo indaga en las diferentes capas que conforman lo cotidiano y construye una poética decidida a descifrarlas desde una perspectiva estética y formal: la contradicción entre la pureza y lo sombrío, la belleza y lo repulsivo, va perdiendo línea a línea su distancia (ir)reparable. La construcción de una nueva lírica de lo corriente se apoya en imágenes y en una comprensión de los rincones del lenguaje para profundizar, de forma reflexiva, en lo real.
“Para mí es muy importante romper con la idea de realismo que aprendimos. El realismo, entendido como: si la realidad es ‘A’, describe ‘A’ lo más fielmente posible. Yo creo que hay que romper: no perder la realidad, no perder el aquí y ahora, pero romper con esa descripción. A partir de ahí, se trata de observar cómo la realidad se desfleca y hacia dónde lleva”, explica la autora. En ese proceso, la experimentación con el lenguaje fue clave: “Es muy importante para mí, en todos mis trabajos, probar con el lenguaje, descubrir sus límites”. En esta experimentación, el poemario conjuga, siempre en verso libre, distintas fórmulas que, sin resentir la unidad del conjunto, aportan distintas miradas a la realidad: la metafísica se cuela en lo ordinario con poemas en vaivén entre lo abstracto y lo figurativo, pero también entre lo más cercano a la escritura mecánica, al pensamiento colindante, y lo reflexivo, pausado, en la estructura.
Así, Martín Hidalgo ofrece una primera parte más vinculante a lo inmediato y a la búsqueda poética en los espacios cotidianos, jugando a distintos ritmos y formas: “Desde este lugar un paño/ de ladrillos descascarados/ y el árbol de antenas”, en Concreto, en búsqueda de la imagen; o “Atardece: especulación y casas de apuestas./ Los nuevos fascistas de la pop-up/ y los de siempre del taller./ La plaza donde se pudren las sartenes/ y la sartén donde se pudre la plaza” en Primavera de reparaciones, en búsqueda de lo inmediato; o la declaración de intenciones del poema de apertura, titulado La poesía: “Los muchachos que cuelgan/ de las espalderas componen versos,/ luego olvidan el oficio./ La policía lo sabe y llega/ hozando con las linternas./ Hay que sentir compasión por los muchachos (...)”.
“La Isla está y siempre va a estar en esa relación con el espacio que es mi poética”
En la segunda parte del poemario, la autora se interna en nuevos caminos formales para ofrecer una estructura más cercana al onirismo, a una escritura cercana al pensamiento inmediato, sin abandonar su apego al entorno: “Un presente total donde sale/ un sol brillante, de bolsillo,/ que calienta a insectos y bacterias./ Si la enfermedad es un río,/ tumbarse a sus orillas” en Vasos de embudo; o el poema de apertura, Otra historia de amor: “Llega pero antes oculta/ cadáveres de pájaros en el granero./ Llega silbando, en la garganta/ un puñado de soles, monedas tibias. (...)”.
Vincularse al espacio
En torno a la mesa, las imágenes comunes de la cotidianidad, la homogeneidad del conjunto en la voz poética (moteada de distintas miradas) y, muy especialmente, un pilar principal: el vínculo con el espacio, que coloca en el centro la relación de la poeta con el entorno. “Me interesan los espacios como lugares en los que sucedemos, la experiencia física vinculada a tu entorno”, cuenta la poeta. Explica que en el centro de su poemario hay una investigación formal que nace de los cambios del paisaje vital: “Parte de una temporada en que viví en un barrio de gente trabajadora en Madrid; no había naturaleza y pensé que tenía que trabajar con mi vínculo con el espacio desde ahí. Empecé a ver la belleza y a entender el entorno desde otra forma de relacionarme”.
“Para mí es muy importante romper con la idea de realismo que aprendimos”
La poeta, que transita su vida cotidiana entre Lanzarote, Holanda y Madrid, asegura que la suya es una realidad cargada de híbridos, contrastes y conexiones, si bien hay un punto de origen en su mirada: “Mi base es este lugar (Lanzarote), biográfica, emocional y estéticamente. En mi relación con el espacio Lanzarote está, desde el origen. Las islas son una educación para los sentidos: cuando naces aquí tu relación con el paisaje es inevitable”, indica y señala que la Isla se cuela en el poemario con algunos poemas específicos (Tamia), además de en la forma de observar: “La Isla está y siempre va a estar, y en esa relación con el espacio que es la base de mi poética”.
Cuenta que, para ella, la poesía es “la utopía”. Sueña con que la realidad se parezca cada vez más a la poesía, ese espacio libre, abierto, capaz de aguantar todas las imágenes. “En la encimera observo/ entera la manzana/ y no trato de cambiarla:/ lo que me repugna y lo otro,/ la piel, la pulpa, el gusano y la semilla”. Érase un libro-árbol: tal vez manzano o flamboyán; en todo caso, uno capaz de abrir sus hojas, abrir sus ramas y hacer raíz en otro pecho. Solo la poesía tiene la capacidad de obrar ese paisaje.
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