DESPUÉS DEL LETARGO

Cena con amigos en Masdache

Concha de Ganzo 1 COMENTARIOS 16/04/2020 - 08:55

Me acuerdo de una fiesta que celebramos hace tiempo en la casa de unos amigos en Masdache. Una vivienda grande, como la mayoría pintada de blanco y las ventanas verdes, sin novedad. Delante, cerca del garaje, habían dejado un pedazo de terreno, casi un cantero de tierra para jugar a las bolas, o a las bochas, depende de la isla de procedencia. La comida se colocó sobre una mesa larga, un poco de todo, y vino blanco frío. Mucho y rico.

En realidad este encuentro festivo empezó por la tarde, y siguió hasta la madrugada. Fue una de esas noches de cielos estrellados, en medio de las piedras de volcán que serpentean Masdache, como jardines negros con tallos verdes. Plantas anacaradas que crecen entre las rocas, y esa conjunción  maravillosa de la lava que llegó hasta allí formando unos mantos rizados. Cuadros de museo al aire libre. Y que paz.

Por fuera de esa casa se formaron distintos corrillos. Se pasaba de un tema a otro. Contando las anécdotas más divertidas. Por allí coincidimos periodistas, fotógrafos, diseñadores, algún surfista, amigos de amigos, y una estela considerable. No sé si fue el entorno, el lugar de ensueño o las ganas de pasarlo bien, pero lo recuerdo como una de esas cenas inolvidables. Ahora, pasado el tiempo, imagino que esta vez llevaría para comer croquetas de mi madre, tortilla de papas de mi tía Juana, dulces de nata y limón de Ernestina, bombones, roscas,  y así hasta quedar noqueada, con la panza haciendo la cuadratura del círculo. ¡Qué gusto! Cuántos placeres sencillos y cercanos se extrañan en este limbo.  

Metida en este encierro imagino tantas cosas deliciosas que me gustaría volver a saborear, con el añadido indispensable de esos chistes sin gracia, que suelen decorar este tipo de celebraciones informales con amigos. Al final, aunque fueran chistes de pena, siempre logran que todos acabemos con esa risa tonta tan contagiosa.

Dice Paqui Hernández, la hija de Félix,  el zapatero de Arrecife, que lo primero que hará cuando salga de este confinamiento es ir a tomarse una cerveza con amigos al Charco. Mi prima Eugenia apuesta por salir a desayudar fuera y seguir con el almuerzo y la cena, hasta que el cuerpo derrotado de vida y de vino, porque no decirlo, la obliguen a retornar.

Desde aquí, desde mi ventana, sólo puedo ver un edificio en tonos marrones, con el techo sin azoteas para tender la ropa o tomar aliento. Tal vez por eso, o no, pero cuánto extraño aquella casa con amigos en Masdache. Las historias que nos contamos, los abrazos que nos dimos, y la risa arrebatada, desquiciada, que seguro que se escuchó en la otra punta de este pueblo hermoso.  Sin decir su nombre, una de las anécdotas reales más grandes que recuerdo fue la que contó, a bombo y platillo,  aquel compañero de ruedas de prensa: una vez llegó a su casa tan pasado de copas,  que en lugar de orinar en la taza del wáter, ni siquiera por aproximación sobre las baldosas, lo hizo en el sitio más inesperado.  En realidad, se equivocó de puerta, y abrió la de un armario en el que se guardaban las sábanas, los manteles, las colchas, y allí sobre esas telas bien dobladas depositó su inacabable agüita amarilla. Para gran alegría de su  mujer. Que no lo mató, por piedad suprema.

Con historias tan irresistibles como éstas, pasan los años, y me siguen animando, se entenderá que  después de este letargo,  quiera, necesito,  volver a celebrar una fiesta como aquella. Desde la tarde al amanecer, y bajo el cielo brillante de Masdache.

Comentarios

Demasiada nostalgia, chica. Estos parece de la tercera edad, por lo menos

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