Juan Teneria vive en un garaje en la calle Guardilama desde agosto de 2014, desde que salió del hospital. Sufrió un shock séptico y estuvo casi un año ingresado, incluidos dos meses en coma inducido. “Ingresé cadáver”, dice. Cuando despertó tenía los pies negros y le tuvieron que amputar las dos piernas. Después le pusieron unas prótesis y luego otras. Ahora se puede sostener de pie y puede caminar ayudado por las muletas. También perdió audición porque le suministraron medicación ototóxica.

Su problema más urgente, sin embargo, no es de salud. Después de casi cinco años en el garaje, el 1 de abril se le acaba el contrato de alquiler. El pasado 30 de enero recibió un burofax que le dice que debe abandonar ese garaje, que está habilitado como vivienda, o al menos tiene un baño y un muro que separa el resto de la estancia de donde está la cama. Juan cobra 392 euros de pensión y paga 230 euros al mes con la luz y el agua aparte. “Con mi dinero no hay nada por ningún lado”, dice respecto a una posible alternativa, y ya le cuesta sobrevivir con este sueldo. “Imposible encontrar nada a no ser que alguien se enrolle -asegura-, lo que pago aquí ya me parece que es estrangularme”.

Cuando salió del hospital le ayudaron Sor Ana y Marlene, una trabajadora social, que le encontraron este garaje. Después, el Ayuntamiento de Arrecife le dio una ayuda de tres meses y consiguió otra ayuda estatal de 525 euros al año aunque se la quitaron después porque el contrato que tiene es para un local, no para una vivienda, y no le correspondía la ayuda. “Me dijeron que no me iban a reclamar lo que ya me habían dado”, señala. En el Cabildo también le concedieron alguna ayuda puntual. Las condiciones de vida en el garaje no son óptimas. Hay mucha humedad en invierno y, en verano, hace demasiado calor.

Juan cobra 392 euros de pensión y paga 230 euros al mes con la luz y el agua aparte. “Con mi dinero no hay nada por ningún lado”, dice respecto a una posible alternativa, y ya le cuesta sobrevivir con este sueldo

Además, hace unos años, cuando volvía del entierro de su madre, se encontró con que en el suelo había una capa de 35 centímetros de aguas fecales. La instalación estaba mal y la persona que había vivido antes allí había quitado el desagüe de la fregadera. A pesar de sus condiciones, ha estado haciendo mejoras en el garaje: instaló una pila nueva, varios armarios y estanterías, por su cuenta, y estaba preparando un encofrado para hacer una separación y un taller para sus esculturas. Dice que esos trabajos, aunque tardaba en hacerlos, le han servido de rehabilitación. Pero ahora ha perdido las ganas. Asegura que no debe nada, que ha pagado todas las mensualidades. El propietario que le alquiló el garaje murió el verano pasado y los herederos han decidido vender el edificio, asegura. Cada inquilino tiene una fecha diferente de salida de la casa, cuando les cumplan los contratos. Él es el primero.

Juan no tiene familia en la Isla. Cuando tuvo que ingresar en el hospital no estaba trabajando pero ha trabajado en muchas cosas: de encofrador, albañil, marinero o tapicero. “Muchos oficios y poco beneficio”, dice. Hizo esculturas de arena durante 13 años y trabaja la madera en el garaje. Dice que a lo mejor le pilla el toro pero que no se va a quedar quieto. “¿Sabes lo que es la resiliencia?”, pregunta. Y se responde: “Pues a mí se me ha juntado todo y me estoy agotando”. Dice que ha pasado unos día sin ganas de nada y sin apenas salir de la cama y espera que la situación no llegue a lo que puede pasar si tiene que dejar el garaje y no encuentra otra casa que además sea accesible: “Me voy a quedar en la calle y sin piernas”.