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“César me traía loco con las piedras”

Vicente Fontes participó en la creación de los Centros de Arte, Culura y Turismo: “Casi todo lo que hacía era labrar piedra”

Saúl García 0 COMENTARIOS 14/09/2025 - 08:34

Una tarde de verano. Hace calor en el norte. Por la puerta entreabierta de la casa se atisba a Vicente sentado en una silla, trasteando con el timple, mientras Mela, en el sofá, hace ganchillo. Vicente sale a la calle y se sienta en una de las sillas que hay en la cancha de bolas, justo en el lateral de su casa. Dice que la cancha, en el Charco de la Condesa (Órzola), la hizo su mujer y que él nació solo unos metros más allá, en una casas que llamaban el Charco de la Pared, y que también denominan el Lajial. Pero solo había “tres casas en ese lado y otras tres en el otro”, dice señalando. Muchas menos de las que hay ahora. 

Nació en una casa que tenía un aljibe grande que hizo su padre, que era marino pero también maestro albañil y tenía un barquito con el que pescaba viejas o sargos, pescado de roca, y que se llamaba Lanzarote. El barco, claro. Su padre se llamaba Segundo Fontes, y era de Guatiza. Su madre, Vicenta Dorta. Él fue el tercero de doce hermanos. Nació un año antes de que comenzara la Guerra Civil.

-Entonces tiene usted ya noventa años...

-Pues si no los tengo no me quedará mucho. En el carné lo pondrá, ¿no? -responde, y se ríe-.

No fue mucho a la escuela. Unos meses nada más. No con maestros de verdad, dice, solo con gente que traían al pueblo para entretenerlos un poco, o bien al casino o a las casas de doña Margarita. Manuela, su mujer, que era de Máguez, sí que fue más tiempo porque en ese pueblo la escuela era otra cosa...

Iba, con sus hermanos, a la marea, a la puerta de casa en realidad, a coger carnada, burgaos, lapas o cañaílllas y, en otra dirección, a cuidar cabras. Recuerda que el Ejército había construido en Órzola una especie de trincheras a base de barrenos. “La cocina de la tropa estaba aquí cerca -dice- , y luego estaban los artilleros en la Playa de Atrás”. También recuerda que iban a por agua a una fuente que llamaban “del salto”. Acompañaba a su madre a lavar a ropa, y a la vuelta su madre transportaba el agua en la cabeza, diez o doce litros, en una especie de caja de madera, que se colocaba como si fuera una balsa “y no se le caía ni una gota”.

En Órzola, en aquel tiempo, no había gran cosa. Los bailes que se hacían los sábados pero que iban “cuatro mujeres y cuatro hombres”, dice, y casi todos eran familia, y un par de bares: Casa Soledad y Casa Emilio. En Máguez ya había algo más, con música “de aire y de piano”.

Pero el ocio era una quimera. Vicente empezó a cuidar cabras con su abuelo, durante un par de años, hasta que toda la familia se trasladó hasta Haría, a un cortijo, para trabajar “unas tierras de media”. Después se empleó como peón para una empresa privada que a su vez trabajaba para el Cabildo y más tarde ellos mismos le preguntaron si quería trabajar directamente para el Cabildo, para Vías y Obras.

Y así fue como empezó a trabajar en la transformación moderna de la Isla, en el Mirador del Río, en los Jameos o en el Jardín de Cactus. “Labré mucha piedra, casi todo lo que hacía era labrar piedra”, dice. Era necesaria “mucha paciencia”.  Dice que en el Mirador del Río no había riesgo porque está “todo hecho en la orillita” y que tampoco hubo nada complicado: “Había una grúa elevadora”. Eso sí, aquello “no se lo lleva el viento”.

El Jardín

Hizo carreteras, muros y obras de todo tipo. Trabajó mucho en el Jardín de Cactus. Recuerda la tostadora en una habitación en que el piso era de piedra labrada, y también el techo y las paredes. Todo de piedra labrada. Y una chimenea grandísima por la parte de atrás del molino. “Yo creo que todavía sigue igual”, dice, porque hace muchos años que no va por allí, pero cree que dejó “cosas pendientes” por hacer que no sabe si las habrán terminado. “Me dijeron que lo dejara, que ya habría otro momento”, señala.

Empezó a cuidar cabras con su abuelo hasta que la familia se trasladó a Haría

El mostrador del bar del Jardín también lo hizo él, con martillo y con cincel. “César me traía loco con las piedras, me trajo una para la Iglesia de Yaiza, para que la labrara, y la labré, pero no fui a colocarla, y después aparece con un cristal para que fuera allí abajo para hablar con el cura, para incrustarlo dentro de la piedra para la la mesa del altar. Y sí, sí que lo hice. Lo que decía César había que hacerlo”, recuerda Vicente Fontes.

De Pepín Ramírez dice que “era duro” porque no pagaba mucho pero que tampoco había otro trabajo fijo ni en el que te aseguraran, menos aún en el campo. “Antes no se aseguraba a nadie”. Estuvo trabajando en todas esas obras del Cabildo durante casi cuarenta años y dice que se retiró en Yaiza “con toda la curia”. “Me dijo el escribiente que bastantes años llevaba yo”.

El campo

Mientras tanto, durante su vida, nunca ha abandonado el campo, impulsado también por su mujer, Manuela Niz, que “le gusta la tierra”. Dice Vicente que su padre dejó terrenos “pero como no se ha partido, pues ahí están y no hay Dios que se acerque a eso”. Un tío suyo, militar, se encargó de ordenar los papeles y documentar las tierras para repartir la herencia pero de repente murió su hijo “y él murió aburrido y no se repartió y ahora es imposible”.

Las camisas gracioseras

Dice que empezó a tocar el timple con un señor de Los Valles que le enseñaba, pero que no sabe cantar. Aunque se arranca a cantar. En la casa, dentro, está su mujer haciendo ganchillo. También hizo roseta, pero ya no. Lo que más le gustaba era coser, asegura. Aprendió a hacer chales, camisas y otras prendas. Las vendía en casa o en mercadillos de artesanía. La que más éxito tenía era la camisa graciosera, que dice que antes era lisa, azul mahón, pero que ahora se hace con cuadros. “A la gente le gusta a cuadros, pero antes los marineros, cuando iban a la costa, iban de azul mahón” y eran de franela, que se compraba en El Barato o en unas tiendas que había en Titerroy. “Yo siempre he estado entretenida -asegura Mela-, me gustaba mucho ir al campo. También dice que le hubiera gustado poder seguir estudiando pero era imposible.

Vicente y Manuela se casaron hace 64 años, el 18 de enero de 1961 y tienen dos hijos.

-¿Y se fueron de Luna de miel?

-La llevé pa’ Chafariz -dice Vicente.

Y se ríen.

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