“A La Graciosa vino primero la tele que la luz”
María del Carmen Toledo Martín, premio Mujer Referente 2025 del Sector Primario
María del Carmen Toledo Martín fue homenajeada el mes pasado por el Cabildo de Lanzarote, por su condición referencial del sector primario. Fue en vísperas del 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, y ni corta ni perezosa embarcó en el catamarán de Líneas Romero en Caleta del Sebo y repitió el trayecto que lleva haciendo desde hace siete décadas, con destino a Lanzarote.
Aunque la sencillez forma parte de su carácter, junto a una voluntad irreductible, una convicción clara respecto a su lugar en el mundo, la necesidad de luchar contra la injusticia, o un humor socarrón que jalona de carcajadas sus palabras, Carmelina acudió a por su galardón convencida de que ya tocaba. “Yo veo bien que se nos reconozca, porque el nuestro fue un trabajo muy duro. Por eso, cuando recibí el premio, no lo sentí como mío, sentí que era de todas las que vivimos aquellos tiempos en La Graciosa; de hecho, lo dije: que se lo dedicaba a todas las mujeres, las que están y las que ya no están”, explica.
Lleva a gala y defiende con orgullo ser nieta de pescador, hija de pescador, esposa de pescador y madre de un pescador que, tras 25 años dedicado al Servicio de Vigilancia del área de Medio Ambiente del Cabildo, ha colgado el sueldo fijo y el uniforme y se ha echado al mar, impelido por quién sabe qué latidos ancestrales.
Aunque se considera y es graciosera de pura cepa, Carmelina nació en Máguez porque su madre, primeriza entonces en los menesteres del alumbramiento, fue a donde podía ser atendida por una matrona, “amañadas, las llamaban, porque sin ser matronas, se dedicaban a ayudar en los partos”, puntualiza. Se embarcó camino a casa con tres días, en la que sería la primera singladura de las miles que han hilvanado su vida, para salvar el Río entre los bordes de piedra de las islas hermanas.
Y la existencia comenzó su andar en aquel pedazo de basalto en medio del océano, donde la niñez transcurría dichosa pese a las necesidades, que apenas tomaban cuerpo en su consciencia durante las visitas a una tía que casó en Las Palmas, y que tampoco alteraraban el ritmo tranquilo de la cotidianeidad.
“Recuerdo una infancia muy feliz. Se pasaban apuros pero yo, la verdad, gracias a Dios, hambre nunca pasé. Iba al colegio, ayudaba a mis padres y a mis tías, que tenían sus niños pequeños y yo era la mayorcita de la familia. Y jugábamos en la calle. También acompañaba a mis abuelos cuando iban a las tierras. Aquí tenía las amigas, tenía la vida aquí y nunca me llamó salir fuera”, asegura.
La juventud en La Graciosa, inimaginable para la mayor parte de adolescentes de hoy, hiperconectados, consumistas y poco imaginativos, también forma parte de la memoria luminosa de la isleña, que estudió hasta los 13 años en la escuela, sacó el certificado de estudios primarios y continuó su formación por sus propios medios, a través de Radio ECCA y con exámenes por libre.
La actividad pesquera vinculaba a la población de la Isla desde bien pronto. Carmelina se ve a sí misma con siete años, como si fuera ayer, ayudando a las familias de los marineros que se dedicaban a la sardina, “que no se oreaba sobre la red y ya está, como ahora, sino que se colocaba en los tenderos de conchas de burgados a secar y luego había que recogerla una a una. Cuando acabábamos, nos decían: sujeta la faldita del vestido, la levantábamos un poco y nos echaban un puñito de sardinas secas; y tan contentas volvíamos para casa”.
Finalizado el periplo de la niñez, según los criterios de aquel tiempo, la chica pasó a engrosar las filas de las mujeres trabajadoras a tiempo completo, volcadas en contribuir al sustento familiar hasta crear un hogar propio. Hija de marino, supo siempre que durante las largas faenas pesqueras en África, que llegaban a prolongarse hasta nueve meses, había que arrimar el hombro. “Las más mayorcitas ayudábamos a las madres a cuidar de los hermanos para que ellas salieran a mariscar y a hacer el resto de las tareas. También llegué a plantar con mis abuelos y con mi madre, y cuando llegaba el momento, ayudábamos a coger el grano antes del trillado en la era. Se plantaba grano, se plantaban garbanzos, se plantaban millos, se plantaban habas, chícharos, cebada para los animales... Luego se dejó porque vinieron unos años de sequía tan fuerte que se secó todo”.
La juventud
La risa le salpica la cara cuando repasa los detalles de su noviazgo con quien sería esposo y padre de su extensa prole: “Mi marido era de aquí, de La Graciosa. Nos conocíamos de vista, pero no éramos del mismo grupo. Antes se usaba así, en los bailes: nosotras estábamos sentadas y ellos venían a sacarnos a bailar. Y a él siempre le decía que no porque era muy alto, y yo muy bajita. Pero cuando se fue al cuartel me escribió y me pidió ser su novia. Y Gregorio fue mi único novio y con el que me casé”.
“Mi premio es de todas las mujeres, de las que están y de las que ya no están”
También pescador, como la gran mayoría de hombres de la Isla, repitió para Carmen lo vivido en su propio hogar, una serie de largas ausencias que las mujeres vivían en constante espera, “sin salir a ningún sitio porque eso estaba mal mirado. Si había un baile, tampoco íbamos, aunque tampoco apetecía ir, porque como no estaba tu novio, pues tú no ibas a ir, claro”.
Pero agita las manos y espanta las imágenes lorquianas de un plumazo, al asegurar que las relaciones eran muy bonitas “porque tenías mucha ilusión, como digo yo; antes las cosas eran como las palpabas, hasta en el mismo ambiente notabas cuándo había fiesta, no como ahora, que ya no le damos importancia a nada. Antes esperabas a que llegara el día de fiesta para estrenar un vestidito, un zapatito o algo. Ahora, si hay dinero en la cartera, me gustó aquella blusa, pues para mí, me gustaron aquellas playeras, pues me las compro”.
Aunque no salieran a faenar, las mujeres han estado siempre vinculadas al quehacer pesquero en múltiples y agotadoras tareas, irreemplazables y necesarias para el oficio, como el manipulado de las capturas, las salidas nocturnas a por la carnada, o actividades complementarias como el marisqueo y la comercialización. Y Carmen Toledo, como el resto de hijas, esposas y madres, acumula en su experiencia tan extenso catálogo. Sin duda, el relato del trabajo extenuante da para muchos homenajes y aflora en su justa medida la contribución femenina a la posibilidad de vida en aquel territorio.
“Cuando el pescado llegaba a la casa, las mujeres nos encargábamos de jarearlo. Nos levantábamos de madrugada, hubiera frío o calor, para lavarlo, prepararlo y ponerlo en el tendero, para que se secara, y a media mañana tenías que darle vuelta. También íbamos a mariscar burgado y lapa. Eso era tremendo porque no había coches, no había carreteras duritas como ahora sino que era todo arena blanda, como la de la playa, que te llegaba por encima del tobillo. Íbamos por debajo de Montaña Amarilla, y luego venías con el cesto en la cabeza, corriéndote el agua salada por la espalda. Llegabas de noche, guisabas el marisco y te ponías con un farol a quitar las conchas para dejarlo listo para embotellar y llevar a las tiendas. Con aquellas ventas, las mujeres íbamos escapando hasta que los maridos regresaran”, explica.
Momento de la entrega del premio Mujeres Referentes 2025.
Ser comunidad
Ser parte de la comunidad graciosera en el pasado siglo era sinónimo y ejemplo de un trabajo colaborativo que no se calificaba con la épica de la solidaridad, la resiliencia, la sororidad o el esfuerzo colectivo sino que respondía a la mera supervivencia.
Lo recuerda bien Carmelina pues los afanes de la maternidad no se olvidan nunca: “Cuando tuve a mi primer hijo, ya estaban aquí las monjitas, que eran el referente, pero si el niño se ponía medio malito, había que ir a Lanzarote. Y aunque ya estaba el primer barco, que iba de forma puntual a Órzola, si se te ofrecía algo a otra hora, ibas a casa de un vecino y le decías: mira, ¿tú me alcanzas, que tengo que ir a tal sitio? y el vecino con disponibilidad te llevaba. Y también conocíamos a quien tenía coche en Lanzarote, le tocabas a la puerta y aunque fuera de noche, salía de la cama para lo que hiciera falta”.
“La casa de mi abuela en Arrecife parecía una pensión, iba todo el mundo”
Una red que extendía su protección por todo el territorio insular y daba cobertura a quien la requiriera: “Mi abuela tenía casa en Arrecife y la gente de La Graciosa le decía: Señora Juana, que tengo el niño mal, ¿usted me deja arrimar para aquí? Y ella, siempre, contestaba que sí. La casa de mi abuela parecía una pensión de esa de las oenegés, allí todo el mundo iba”, relata con humor.
Los 20 o 30 camellos que se usaban como ayuda para el trabajo agrícola también se atendían por turnos, al modo de los bienes comunales de antaño; cada familia tenía su día para llevarlos al pasto, un turno que se respetaba como una ley no escrita y que de nuevo correspondía a las mujeres, como ir a por leña “porque a ver cómo ibas a cocinar”.
Y entre otros, un nombre propio inscrito con letras violeta en la memoria colectiva de la Octava Isla es el de María Luisa, una tía de Carmelina que sabía leer. “Su padre, sus hermanos mayores y los vecinos iban por la noche a casa de mi abuela, y mi tía, a la luz del farol, leía en voz alta novelas de vaqueros, románticas, lo que había... No se oía ni un suspiro, todo el mundo escuchando atento, atento. Creo que eso desarrollaba más la imaginación”, dice.
La Graciosa, ayer y hoy
“¿Tú sabes lo que es no tener ni agua, ni luz, ni con qué cocinar? Como yo les digo a mis nueras: ¿Estresadas? Estresada estaba yo cuando no había pañales de usar y tirar, muchacha, que los tenías que lavar, y encima no tenías agua. En todas las casas había aljibes pero cuando no llovía, la Dictadura te daba 20 litros de agua si eras solo, y 40 si tenías familia, sin mirar si había dos hijos o cuatro. Y si faltaba, tenías que ir mendigando, a ver quién te daba una lata, que hasta la leche la teníamos que hacer con agua. Yo ahora me digo ¿y cómo bañábamos a esos bebés, por la noche, con ese quinqué que ni veíamos? ¿Cómo quedarían esos niños bañados?”, Carmen abre mucho los ojos mientras se ríe a carcajadas.
Arrancar a La Graciosa de las garras del pasado siglo ha sido una prioridad para algunos habitantes de la Isla que, como ella misma, se han involucrado en la reclamación colectiva y se han puesto manos a la obra. Fundadora del AMPA y socia durante más de 20 años, muchos de los logros para la comunidad educativa son parte de su legado. Como su asistencia militante a los Consejos de Ciudadanía y a cuanta reunión se convoque para tratar de los asuntos que afectan al territorio y recordar a los políticos sus constantes promesas. “Cuando empezó el turismo en Lanzarote, muchas familias se fueron, pero otras nos quedamos, convencidas de que este es el mejor lugar del mundo, por poco caso que nos hagan”, defiende.
Cuando echa la mirada atrás, considera que en la actualidad la vida es más cómoda: “Ahora vivimos como las princesas. Sí, mi niña, abro el chorrito y me sale el agua, y pongo la lavadora; no como entonces, que tenía que estar lavando cargas de pañales, de ropa, de todo”.
Sin embargo, asegura con perplejidad que antes “había más tiempo para dedicarlo a la familia, a los vecinos, a hablar, a charlar y a contarnos nuestras cosas; a reír cuando había que reír y a llorar cuando había que llorar... Si se caía un botón o había un descosido, nos sentábamos las mujeres en las aceras de las casas y unas hacían rosetas, otras cosíamos. Pero hoy, que vamos tan deprisa, yo le digo a mi marido: ¿en qué momento nos convertimos en lo que somos?, que ahora no tenemos tiempo para nada. Y siempre nos estamos quejando”.
Su reflexión apunta a las pantallas, a los móviles, a la televisión que devora las horas sin sentir. “Imagina: la tele vino primero que la luz a La Graciosa. Era con una batería y había un señor que tenía un motorcito y las cargaba, pero decíamos: eso no lo está cargando bien. La poníamos por la noche para ver una película, y cuando ibas por la mitad se agotaba, nunca veíamos el final”. Se ríe y continúa el rocambolesco relato: “Ya tenía tres hijos y no había ni agua ni luz. Yo siempre digo: si a mí me toca una lotería, lo primero que hacía era una presa para que todo el mundo tuviera agua. Yo me río ahora, pero digo: aquello era para vivirlo. Y tan felices que éramos”.
Comentarios
1 Mariano Lun, 28/04/2025 - 07:58
2 Pepe Dom, 04/05/2025 - 23:04
3 Lagunero Dom, 11/05/2025 - 00:07
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