3 COMENTARIOS 10/09/2014 - 08:51

No voy a hablar de historia en este texto. O por lo menos, no lo haré desde una óptica académica clásica o de investigación. Me interesa comentar, sin embargo, algo un poco menos preciso pero quizás más relevante socialmente: el manejo de las huellas que deja el paso del tiempo en las mentalidades colectivas.

Las épocas también tienen sus propios sentimientos y sensibilidades reinantes, y casi siempre cometemos el error de mirar hacia atrás bajo una visión muy sesgada por la realidad de nuestro día a día. De forma inconsciente aunque casi inapelable, el presente marca la mirada hacia el pasado y también proyecta sus sombras sobre el futuro. Con España viviendo la larguísima resaca de los años de la "burbuja" y con Canarias como zona cero del empantanamiento europeo, son muchas las razones para ejercer un análisis crítico sobre la mediocridad política-empresarial y la complicidad social que hicieron posible la crisis actual. Pero tan poco productivo es intentar ocultar la corrupción reciente, como no plantear alternativas de salida. El triunfalismo ciego de la bonanza y la ceguera de la queja implacable por la crisis son dos caras de la misma moneda.

Una medida para romper el bloqueo total que puede producir una visión exclusivamente regresiva, consiste en estudiar etapas de cambios anteriores. Pero sin confundirse. Lo que planteamos no es una reconfortante píldora de nostalgia edulcorante que nos idealice el pasado, sino el análisis de transformaciones históricas anteriores. Si a usted le apetece este ejercicio, Lanzarote tiene dos ejemplos muy destacados que ahora cumplen el 50 aniversario de su puesta en marcha. Por un lado, la creación de la primera potabilizadora de Europa: un maravilloso ejemplo de salto socioeconómico a través de la innovación tecnológica y empresarial. Dejaremos ese caso para otro día, para centrarnos en otro no menos asombroso, el del origen de los CACT.

En los sesenta, la España franquista abrazó al turismo como imprescindible motor de modernización para un país sumido en la quiebra financiera y humana. La apuesta comenzó en pocas zonas, para ir ampliándose tanto geográfica como temporalmente, hasta la actualidad. Sin embargo, y a pesar de las décadas transcurridas, pocos son los destinos turísticos que han ideado un modelo turístico singular y socialmente rentable, recurriendo casi siempre a esquemas urbanísticos estandarizados, que no aportan novedades culturales. Por esa razón, llama tanto la atención que en un lugar ultra marginal como era Lanzarote en los sesenta, se creara un proyecto público tan vanguardista: arte, naturaleza y cultura al servicio de una nueva industria y con vocación de poner a la población local como principal beneficiaria.

Las lecturas sobre el origen de los CACT son tan amplias como sugerentes: el papel del arte contemporáneo; la apuesta por la naturaleza y la educación; la participación y puesta al día de las tradiciones culturales locales en las intervenciones en el paisaje… Incluso con sus contradicciones y riesgos, el paso del tiempo no ha hecho sino dar más vigencia a los conceptos y los debates con que nacieron los centros, convirtiéndolos en uno de los experimentos culturales más significativos de la época en España.

De las múltiples vertientes, me interesa destacar hoy dos especialmente olvidadas: la social y la política. A pesar de su falta de teorización previa, el rediseño socioeconómico, por parte del Cabildo, hacia una oferta turística de naturaleza y cultura no fue fruto de una gloriosa casualidad, sino de una voluntad clara, que también recibió sus críticas y ataques iniciales. En todo cambio social y de mentalidad profundo, la política es un actor principal insoslayable.

En la parte social, los CACT no solo aportaron beneficios económicos (marca turística impagable, millones de entradas, centenares de puestos de trabajo…) sino sobre todo pedagógicos y educativos, con una rica combinación de reconocimiento por la idiosincrasia local y mensaje humanista universal. Los CACT actuaron como catapulta en el cambio ideológico de una sociedad atrasada y acomplejada, hacia una mentalidad de vanguardia y alta autoestima. En la metamorfosis histórica de Lanzarote, los Centros actuaron de crisálida. De repente, el paisaje que antes era sinónimo de devastación y pobreza, se convertía ahora en fuente de riqueza y admiración.

Ya que estamos en terrenos artísticos, no está de más recordar la célebre frase de Picasso: "ser original, es volver al origen". ¿Necesidad de transformarse para buscar un nuevo futuro? Reinventarse sobre uno mismo, se llama metamorfosis y los desencadenantes que la provocan suelen provenir de crisis internas...

* Fotografía del Mirador en los años 70 cedida por la familia Arteta

Comentarios

Que gran reflexión Mario. Además de la parte económica que supuso, tienes razón que produjo un fuerte cambio social. Junto a la figura de César, ya bastante bien reivindicada, habría que homenajear a la clase política de entonces y a los trabajadores que hicieron posible la construcción y el mantenimiento de los CACT en sus inicios. Los Centros eran (y hablo en pasado) de todos y para todos.
Buenísimo. Ojalá lo lean los 4 que tienen los CACTS como su tesoro, y que no están abiertos a ninguna evolución.... no hablemos ya de cambio profundo. Una pena.
Señor Ferrer, volver al pasado no reportara nada a los CATS y menos a la sociedad lanzaroteña. Los centros , y en eso si comparto su opinión, cumplieron una labor fundamental en el desarrollo y modernización de esta isla, pero los tiempos han cambiado y la imagen que se necesita exportar ya no es la de los CATS. La politización de los centros es una loza que difícilmente interesa levantar y ahí nace el verdadero problema.

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