3 COMENTARIOS 14/06/2014 - 10:09

En muchas culturas ha existido alguna deidad encargada de simbolizar la indeleble faceta hedonista, libertina, instintiva y promiscua del ser humano. La civilización griega clásica identificaba esas tendencias tan eternas y propias de la humanidad con Dionisios, el dios del vino y de los excesos, patrón también de las artes y de la creatividad. Un ser supremo con jerarquía en el mismísimo Olimpo porque encarnaba la libertad absoluta y la expresión más pura de la sensualidad vital.

Desafortunadamente, ese lado dionisíaco que también siguieron los romanos a través de Baco y sus bacanales, perdió el apoyo oficial con la llegada de la cultura judeocristiana, creadora del horroroso concepto del pecado eterno. Y aunque la existencia de Dionisios es tan intemporal como el mundo de la nocturnidad, muchos dejaron de creer en él. Yo también era un agnóstico hasta que una noche lo vi en el Tambo antiguo, aquel garito que había en una esquina cerca de la marina de Arrecife. Fue una noche perdida, cuando todos se habían ido y sólo quedaba el regente del local, Checha, quien secretamente hablaba con él. Escondido sigilosamente en una esquina pude averiguar que hacía años que Dionisios había nombrado a Checha representante honorario y plenipotenciario de sus creencias, encargándole regentar lugares donde se promovieran sus desinhibidas y desprejuiciadas prácticas.

No tardé mucho tiempo en darme cuenta de que Dionisios había escogido a su delegado en la Isla con mucho criterio. Proveniente de dos ilustres estirpes (los Matallana y los Manrique), Checha engatusaba a todos con una sonrisa burlona, una incansable tendencia al jolgorio y la irresistible carencia de esa malicia insana que tanto predomina entre los isleños. Como los ratones con el flautista de Hamelín, sus bares (el Bar Rocko en los ochenta, y las dos versiones del Tambo desde los noventa) eran polos de atracción para todos los que querían dar vía libre a sus humanas apetencias de conversación, baile, cortejo…, o simplemente una copa acompañada de buena música y algo de cariño y compadreo de barra de bar.

Cumbiambero juguetón y dueño de un inagotable repertorio de gracias, Checha ejerció durante décadas de maestro de ceremonias en unos locales donde los prejuicios no existían. En sus sucursales dionisíacas, el moderno se mezclaba con el salsero, el homosexual podía tentar al heterosexual reprimido, y la pija y el punki del barrio no perdían la oportunidad de intercambiar fluidos.

Además, Checha ha hecho méritos sobrados en la promoción de todas las variantes del amor y la sexualidad que patrocina Dionisios. Sus bares han dado pábulo a multitud de romances y escarceos amorosos, puede incluso, que los encuentros vividos en sus locales provocaran más casamientos que divorcios, aunque no estoy seguro del todo de esto. Poco le importará ese dato a Dionisios, enemigo acérrimo de la fidelidad cuando ésta coarta la infatigable curiosidad de la promiscuidad. Y menos mal que Checha es seguidor de estos principios, porque si hubiera apuntado todos los cuernos observados, la absurda estabilidad de la sociedad arrecifeña se derrumbaría aún más.

En cambio, Dionisios se puede regodear pensando en la gran cantidad de jóvenes lanzaroteños que han sido concebidos durante los infinitos juegos de la seducción nocturna que se dieron en estos antros regentados por Checha. Durante años una cohorte de escotes generosos, pantalones ajustados, manos largas, piropos indecentes y faldas cortas danzaron en honor a Dionisios, dando algo de aire social fresco a una ciudad que veía morir la pesca, el urbanismo o la cultura en medio de una borrachera de dinero fácil y corrupción. Un poco de autenticidad, aunque a veces fuera escasa y etílica, frente al a menudo pretencioso y vacío escaparate de isla moderna y turística.

Donde Checha realmente ha hecho cátedra es en el patrocinio de las artes y el carnaval. Tanto creadores consagrados como autores noveles (músicos, pintores, dj's, escritores…) encontraron en el Tambo no sólo un lugar donde conocerse, hablar, pasear sus egos o criticarse mutuamente como buenos artistas insulares, sino que además hubo muchos que presentaron propuestas muy interesantes e innovadoras, casi siempre mucho más cerca de la realidad que las que aclamaba la oferta cultural institucional. 

Aunque era en carnavales cuando el Tambo se convertía en un verdadero templo del deseo y el frenesí. Hordas insaciables de juerguistas y oportunistas de la carne dispuestos a vivir una catarsis colectiva a ritmos musicales imparables. No sé si fue cierto del todo o quizás producto de los estragos de ese delicioso caos de purpurina y travestismo, pero creo que en una de esas noches interminables de Carnavales volví a ver al mismísimo Dionisios. Estaba abrazado a Checha, sonriendo, parecía estar muy feliz…

Tan humana como la necesidad de desinhibirse y dar rienda suelta a la fantasía más instintiva, es la necesidad de descansar. Así que, aunque él no lo haya hecho público, yo creo que la verdadera razón del cierre del Tambo es que Dionisios ha decidido darle vacaciones a Checha. Ha hecho méritos de sobra para ello.

César Matallana Manrique

Criado en la modernidad y en el seno de una familia donde el arte es una actividad cotidiana, César Matallana Manrique es más conocido por el sobrenombre de "Checha". Como batería ha sido miembro de grupos muy conocidos como Papita Rala, Marca Acme o La Isla y participó activamente en la emergente y lúdica cultura urbana de finales de los setenta y principios de los ochenta, tanto en Lanzarote como durante sus estudios en La Laguna. Sus locales (Bar Rocko y Tambo) se distinguieron por organizar centenares de exposiciones, conciertos y actividades culturales.

Comentarios

Muy merecido el artículo.
Ha sido un anfitrión, mas que un barman, discreto y atento, de acuerdo a mi experiencia personal. La noche arrecifeña ha perdido uno de sus personajes más relevantes.
Es un hombre noble, de sonrisa ancha y amigo de los amigos. Me basta que no cambie, evolucionar siempre es interesante. Seguro que nos sorprenderá en algún rincón.

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