4 COMENTARIOS 13/06/2017 - 08:22

En una isla tan sahariana como Lanzarote se han ideado multitud de soluciones con las que paliar la sed, algunas brillantes, otras disparatadas. Como muchos otros cronistas, el célebre ilustrado canario Viera y Clavijo se sorprendió con la consideración del agua en Lanzarote: “No hablan ni de oro ni de plata, ni de joyas ni de los demás bienes de convención dependientes del capricho o del deslumbramiento del juicio, sino de las lluvias a tiempo, de la sementeras, de los pastos abundantes”.

Al igual que otros pueblos oriundos del desierto, el agua marcó históricamente casi todos los estamentos del ciclo de la vida en la sociedad de Lanzarote, desde las grandes coyunturas económicas o la emigración, hasta las rutinas más domésticas y parte de la propia identidad cultural. En este contexto, la búsqueda de soluciones al escaso abastecimiento de agua ha sido constante, empezando por los mismos aborígenes, que idearon soluciones para retener hasta la última gota de lluvia. La arquitectura tradicional desarrollada tras la conquista europea también ofrece un amplio muestrario de estructuras ideadas para capturar las precipitaciones: aljibes, alcogidas, pozos, maretas, etc.

El miedo a la sed también se infiltró en muchas otras capas de las mentalidades colectivas, como se aprecia en la literatura oral popular, en las costumbres religiosas (eran constantes las peticiones a santos y vírgenes invocando lluvias), o en la misma configuración de los paisajes agrícolas. Pocas pruebas más convincentes de la relevancia del agua que las zonas de cultivo de jable o La Geria; miles de hectáreas transformadas a mano, con la sola ayuda del camello, por generaciones y generaciones de campesinos que hicieron ese esfuerzo titánico porque era la única manera de intentar asegurar mejores cultivos. Aun así, las sequías se cobraban su alta factura habitual, convirtiendo a Lanzarote en secular cuna de emigrantes y en escenario de situaciones dramáticas cuando se prolongaba la falta de lluvia.

Los periódicos históricos de Lanzarote ofrecen decenas de recetas para solucionar el abastecimiento del agua. Ya Cronista de Lanzarote (1861-1863), el primero impreso, apostaba en sus editoriales por aprovechar las aguas subterráneas de Haría y del valle de Temisa para crear un gran depósito en la zona de Naos. Con una idea parecida nació la gran  infraestructura pública de principios del siglo XX: las maretas del Estado. Para su puesta de largo aquí se contó con la presencia, por primera vez, de un rey de España en Lanzarote. La visita de Alfonso XIII se grabó en el panteón de hitos de la Isla, pero estas grandes maretas no solucionaron mucho.

Otra fórmula por la que se apostó insistentemente a principios del siglo XX, desde influyentes círculos políticos y periodísticos, fue la del arbolado, es decir, por la plantación masiva de árboles como medida infalible para aumentar las precipitaciones. También se insistió en la creación de pozos o de sociedades de explotación de aguas, pero nada dio los frutos deseados y los periódicos se seguían llenando de noticias trágicas y editoriales dramáticos sobre la falta de agua: “Nuestro problema, nuestro único problema, por encima de todos los idealismos y doctrinas es el ¡Agua! (…) Sin lirismo; hay que buscarla, cueste lo que cueste, o renunciar a vivir”, rezaba en grandes letras la portada de Lanzarote en 1926.

La desesperación dio cancha a proyectos sin fundamento técnico como los sistemas del abate Bouly y la Sociedad de Irrigaciones Canarias; los gigantescos planes de industrialización de Chamorro, o los experimentos del abogado Pons Cano para potabilizar agua con la energía geotérmica de Timanfaya. Entremedias de tanto plan utópico, el Cabildo se decidió a abrir todas las galerías que fueran posibles en el Risco de Famara, una medida que no impedía que los años de sequía la llegada de buques cisterna fuera el único remedio paliativo. Todavía en 1957, en los albores del primer despegue turístico de la España del desarrollismo, el Delegado del Gobierno de Lanzarote publicó un bando en el que racionaba el agua a cinco litros por persona y día. El equivalente a una garrafa de agua diaria para beber, cocinar, asearse, limpiar la casa, abrevar a los animales, regar las plantas…

Paradójicamente, el promotor de lo que a la postre se revelaría como la gran solución –la desalinización- tuvo que luchar contra multitud de trabas porque fueron pocos los que creyeron en la viabilidad técnica de su propuesta. El caso de Manuel Díaz Rijo, fallecido el año pasado casi sin reconocimiento social, es un ejemplo paradigmático de cómo la apuesta personal por la tecnología, la ciencia y la educación puede cambiar el devenir colectivo de una comunidad entera.

* Foto: Experimentos de Pons Cano en Timanfaya. Autor: Javier Reyes Acuña.

Comentarios

Gracias por tus palabras.
Y lo que le queda de desidia a esta isla y sus moradores. La pérdida de la cultura del agua en esta isla ha sido abismal, podría ser un referente en gestión y producción de agua y muy a pesar se ha convertido, por fines egoistas, en un hazme reir (caso de Inalsa) y en un, espera que te regalo mi bien mas preciado que yo no lo se gestionar (caso Canal Gestión) y mientras queda un pueblo con sed y sin saber ni lo que está pasando......
El agua en Lanzarote, siempre ha valido más que el oro. A pesar de ello. No hace mucho nos olvidamos y quitamos el nombre de la calle Fernández Ladreda ( José María Fernández Ladreda ), quien ocupando un cargo ministerial, fue el gran impulsor en los años 50 de traer el agua desde Famara a Arrecife . Pero así somos en nuestra isla, y ahora dicho trayecto callejero se llama Amadou Ndoye. ¿ Que relación tiene con la isla ?.
Tenemos lo que merecemos..viene una empresa de Madrid, para gestionar nuestro bien por la incompetencia política de los nuestros.Y ya veremos que pasa de ahora en adelante

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