Está terminando el año como empezó: covid en los cuerpos, en las conversaciones, en los parlamentos, en los hospitales… Es agotador. Demasiadas palabras y poco conocimiento. La información, sin contexto, es solo datos. El exceso de información, por todos las vías posibles, es el camino seguro hacia la ansiedad. La vacuna es administrar la dosis adecuada o dar al botón de off.

En todos los casos hace falta una actitud activa. Si algo demuestra esta pandemia es que nos necesitamos unos a otros. Y con la mejor actitud posible: con disposición para aportar lo que sabemos y podemos hacer y con humildad para escuchar de los que saben lo que ignoramos.

Pero diferenciar quién dispone de información fiable y la muestra es una tarea titánica. Las autoridades han perdido gran parte de su credibilidad. Especulan con sus intereses y prefieren la precaución inactiva ante la posibilidad de asumir unas responsabilidades que asumieron voluntariamente. Los medios hemos sacrificado el rigor por la velocidad, por citar solo uno de los problemas. Y a la sociedad le sobra, nos sobra, infantilidad e individualismo y le falta un objetivo claro para unirse.

Ni siquiera el virus, como enemigo común, lo ha conseguido. La distancia social se está convirtiendo en distancia moral. Exceso de reproches. Alguien, que no seamos nosotros, tiene que tener la culpa: el Gobierno, la oposición, los chinos, las farmacéuticas, los adolescentes, los que van a los bares, los que se juntan en Nochebuena… Y siempre, demasiado miedo, con su efecto paralizante.

Pero hay dos buenas noticias. Una: que todo esto empezó porque decidimos, como sociedad, que la gente no puede morir en su casa, desamparada, que hay que dar atención médica a todos. Y otra: que no olvidemos que esto consiste en intentar no morir de este virus. Y de momento todo indica que se extiende muy rápido pero es menos peligroso.

Feliz año nuevo.