Ana Carrasco

Tiene nombre de mujer, se llama Elinor

"Un objetivo central de las políticas públicas debería ser facilitar el desarrollo de instituciones que sacan lo mejor de los seres humanos"

Elinor Ostrom

 

"Dios tiene nombre de mujer y se llama Pretrunya" es el título de una película dirigida por la macedonia Teona Strugar en la que la protagonista, una licenciada en paro, se atreve a participar en una ceremonia ortodoxa. Un sacerdote arroja al río una cruz de madera, quien la coja disfrutará de un año de suerte. Es Pretrunya quien la atrapa y lo hace ante un clérigo desconcertado y decenas de varones competidores que, indignados, la insultan y no dudan en emplear la violencia para arrebatársela. Pero ella consigue huir con la cruz, sabiendo que está condenada. Cómo se atreve una mujer a participar en un acto que es exclusivamente para hombres.

A lo largo de la historia siempre ha habido mujeres que fueron las primeras en lanzarse al agua por una cruz a pesar de las corrientes, el frío o el escarnio social. Da igual que esa cruz fuera la microbiología, el derecho, la química... Lo importante es que esas mujeres tuvieron el arrojo de sumergirse en un mundo masculino, abriendo espacios y oportunidades para sus contemporáneas y sucesoras. Como bien apunta Irene Vallejo, "Los logros que hoy disfrutamos son fruto de una larga cadena de esfuerzos y riesgos".

La estadounidense Elinor Ostrom (1933-2012) también se lanzó, también se esforzó. Quería ser matemática, y por ser mujer, le aconsejaron que no. Más adelante, al no ser admitida en el doctorado en Economía, solicitó su inclusión en el doctorado en Ciencias Políticas, y una vez más, su universidad, la UCLA, puso reparos. Pero Elinor, que desde pequeña nadaba y participaba en competiciones para pagar sus estudios, se tiró al agua de cabeza para coger la cruz. Fue admitida en ese doctorado y defendió su tesis acerca de los grupos de acción colectiva en el año 1965.

Sus líneas de investigación se centraron en la gestión de los ríos, bosques, sistemas de riego, o zonas de pasto, llegando a la conclusión de que, si los individuos colaboran, se autoorganizan en la resolución de problemas y en el gobierno de los bienes comunes, es posible una gestión eficiente de estos. Una idea que chocaba frontalmente con la forma de pensar de los economistas neoclásicos, creyentes de que la propiedad común, cuando es gestionada por colectivos o grupos, acaba mal administrada. Es lo que se conoce como "tragedia de los comunes".

Ostrom propugnaba que nos puede ir bien creando instituciones estables de autogestión, "si se resuelven ciertos problemas de provisión, credibilidad y supervisión". Sus investigaciones y publicaciones alcanzaron mayor trascendencia tras recibir el Premio Nobel de Economía en 2009, un año después de la crisis de Lehman Brothers, convirtiéndose en la primera mujer en la historia en obtenerlo.

Si para muchos, la gestión de los bienes comunes requiere la intervención del interés privado o del Estado, para Elinor "complejidad no es lo mismo que caos", y para argumentar sus ideas buceó durante 50 años en sociedades que desarrollaron formas eficaces de autoorganización colectiva, que preservaron los recursos comunes. Sociedades que asumieron su condición de "buenos antepasados", pensando y actuando a largo plazo.

Hoy observamos atónitos cómo nuestros bosques se están quemando, los mares se saquean, los ríos se contaminan, la atmósfera se calienta, los suelos se empobrecen, la Amazonia se tala y la biodiversidad desaparece. Esa es nuestra mayor tragedia de los comunes. Ni las administraciones públicas, ni las empresas privadas, ensartadas en el sistema económico en el que nos columpiamos, han conseguido mantener un uso a largo plazo de los llamados "recursos naturales". En honor al progreso hemos colonizado el futuro de las nuevas generaciones.

Habrá alguno o alguna que piense que Elinor Ostrom fue una ilusa, que recibió el premio Nobel en Economía por una entelequia, pero sinceramente pienso que, como sociedad, una de las fórmulas posibles y más sensatas de afrontar nuestro presente y futuro es aplicando sus enseñanzas, mediante la cooperación, el diálogo y el rechazo a la visión cortoplacista.

Leí a Ostrom hace unos días mientras viajaba en barco a la península acompañada de dos libros más, uno de Yayo Herrero y otro de Roman Krznaric. Pienso en Lanzarote, en lo que sucedió cuando su Cabildo intentó privatizar la Red de Centros de Arte, Cultura y Turismo (2003) y se creó, en contraposición a ello y en defensa de lo público, un activo y eficiente Comité Sindical denominado "Intercentros". Todo un ejemplo de autoorganización.

Pienso en Lanzarote y en su gran tragedia de lo común: un 61% del agua producida por Canal Gestión Lanzarote se pierde o no se factura en su recorrido por la red de distribución. Se hace urgente tirarnos al agua con cabeza, en ella se halla nuestra suerte. No subestimemos el poder de la metáfora.

 

Foto: Elinor Ostrom, internet

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