También hay buenas noticias
Viendo una de las tantas series de televisión a la carta sobre la vida del narco Pablo Escobar, mi hijo de 19 años me preguntaba al ver imágenes reales del horror de los 80 y 90 en Colombia incluidas en la serie, ¿qué recordaba de joven de aquella época de muerte y desasosiego?
Esas imágenes eran el pan de cada día en los informativos de mañana y noche. Civiles, efectivos de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y bandidos muertos, edificios destruidos, infraestructuras públicas seriamente afectadas y gente que sin comerlo ni beberlo, en el “mejor” de los casos, perdía bienes e inmuebles fruto de muchos años de sacrificio, porque tristemente algunos vieron caer familiares
totalmente ajenos a la guerra, como cayeron miles de ciudadanos inocentes, gente que “pasaba por allí”, por lugares de viles atentados con carro bomba y otras estrategias macabras para matar y hacer daño, — la ficción se queda corta, porque la realidad fue mucho más intensa, caótica y fúnebre — , le contesté.
La muerte siempre llenará más páginas de periódicos y consumirá más minutos de radio y televisión, allá y aquí. La muerte y el morbo venden más que la cultura, la educación, la ciencia o el deporte, es un hecho irrefutable, y los medios de comunicación, salvo contadas excepciones, no han sabido o querido equilibrar la información. A veces, según quién genere las noticias, a quién beneficie o en qué momento se produzcan, las buenas nuevas para la mayoría no son tan buenas, priman los intereses de pocos.
Este 3 de agosto entró en vigor el cese al fuego bilateral, nacional y temporal acordado por el Gobierno de Colombia y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), una decisión de consenso que evitará muertes, decisión adoptada en junio pasado como conclusión del tercer ciclo de paz mantenido en Cuba entre el Ejecutivo presidido por Gustavo Petro y el grupo guerrillero. Es cierto que el cese de hostilidades es solo de seis meses, pero el país, más que la mayoría de medios de comunicación del país, espera que sea el gran paso al cese definitivo.
Rastreando los medios informativos de Colombia, la noticia apenas asomó la cabeza, y no me extraña por la campaña desestabilizadora, perversa e interesada en minimizar y sobre todo en deslegitimar los logros del Gobierno actual, que en este caso ni siquiera es un logro solo atribuible al presidente Petro y a su propuesta política de Paz Total, sino que es una conquista del pueblo que ha vivido en carne propia las consecuencias del horror del narcotráfico, de los grupos insurgentes, del paramilitarismo y de los crímenes de Estado.
Latinoamérica, que pretende avanzar hacia la consolidación como un gran bloque político, social y económico con énfasis en la planificación de acciones que contrarresten los efectos del cambio climático, ya reconocida por Europa, aplaude el acuerdo de Colombia con el ELN porque supone el cese temporal de la guerra, que será monitorizado por la ONU, y porque el acuerdo además establece mecanismos de participación ciudadana involucrando a colectivos seriamente perjudicados por el conflicto como los indígenas desplazados por la violencia y despojados de sus tierras agrícolas.
El mismo 3 de agosto fue instalado el Comité Nacional de Participación en presencia de los firmantes del entendimiento y de unas tres mil personas víctimas del conflicto armado, donde el presidente hizo un llamamiento a todas las fuerzas políticas a forjar el Acuerdo Nacional, “y volverlo realidad”, Acuerdo dirigido a paliar graves e históricos problemas sociales como la pobreza y la desigualdad. La Agencia Prensa Latina describe el Comité como una instancia transitoria conformada por ochenta delegados de movimientos sociales, pueblos étnicos, organizaciones, sectores productivos e instituciones.
Y este 7 de agosto se cumple el primer año del primer gobierno de izquierda en la historia de Colombia después de doscientos años de reparto del pastel entre liberales, conservadores, y en los últimos veinte años, entre fuerzas camufladas dizque del “cambio” afines a los intereses de los mismísimos partidos tradicionales.
Aparte de los pasos hacia la paz, este año de gobierno destaca por la aprobación de una reforma tributaria más justa, la devolución de cerca de cinco millones de hectáreas de tierra a gente de a pie afectada por la violencia, proyectos de habilitación de unos 1.800 km de red ferroviaria para reactivar la conectividad a través del tren, inversión récord extranjera en dos décadas, programa de mejora de vivienda para sectores populares, comienzo del programa preventivo de salud, subsidio mensual para madres pobres cabezas de hogar, inversión de 1,3 billones adicionales para educación, y así medio centenar de medidas sociales de calado que hacen pupa y dejan en evidencia a la clase política tradicional que no sabe cómo hacer tambalear al presidente Gustavo Petro, por supuesto, no exento de desaciertos, pero que se ha ganado el respeto internacional por su gestión y convicción.
Ojalá que en unos años las nuevas generaciones puedan ver series que den cuenta de un cambio de tal magnitud que ni los medios puedan ocultarlo. También hay buenas nuevas.
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