Samuel C. Figueras

Recuperarlo o empezar de nuevo. El parque viejo o un nuevo parque

Digo parque viejo, porque la memoria me conduce a un momento de la vida de la capital en que se construye un parque nuevo, de ahí a que el pueblo opte por lo sencillo para identificarlos, el viejo y el nuevo. Existía el parque municipal, hoy denominado como “Ramírez Cerdá” en memoria de un destacado alcalde y presidente del Cabildo. El parque recién construido adoptó el nombre de “Islas Canarias”, y si en el primero Manrique tuvo una tímida presencia en algunas partes, en el nuevo cobró todo el protagonismo. El vandalismo y el abandono institucional acabaron con aquel singular espacio para convertirlo en una azotea abandonada sobre un aparcamiento regalado a la empresa privada, apropiándose, además, de uno de los viales públicos.

Del parque viejo, cuando el actual alcalde plantea devolverle el esplendor, yo mostraría alguna discrepancia, porque la riqueza, la nobleza o la gloria nunca fueron términos muy ajustados para aquel lugar de ocio urbano, el primero de la capital si omitimos que el anterior era una calle que discurría a lo largo de La Marina de la ciudad, que era la zona de paseo. Era el primer parque, era el único parque, y, quizás por eso, porque no había otra cosa, podemos cubrirlo de todo tipo de honrosos apelativos. No se podía comparar con nada en la propia isla, aunque ya eramos mayores de edad como para buscar hacerlo con espacios similares en Gran Canaria o en Tenerife.

Lo que me sale del parque es constatar que de haber disfrutado de algún esplendor, nunca estuvo en el diseño, sino en los parterres ajardinados en el momento en que la arboleda alcanzó su óptimo desarrollo. Nunca antes la isla pudo soñar con que contaría con un testimonio ajardinado de esta naturaleza en tan pequeña superficie. Era ese el gran valor, y bajo las frondosas copas, en todo el perímetro de los parterres, se obtenía la mayor bondad de los árboles, donde se resumía el por qué de la necesidad de contar con ellos en las calles de la ciudad: sombra, frescor, espacio para la vida y recreo visual. A pesar de aquel aprendizaje, Arrecife nunca ambicionó con repetir esa experiencia a nivel de acera. Lo hace, ahora, tímidamente, aunque en muchos casos con especies inadecuadas y con acciones desafortunadas de poda, aspecto muy recurrente en los árboles de toda la ciudad y que viene protagonizando escenas lamentables. Los árboles son recortados de manera que sus copas quedan a enorme altura, con lo cual es imposible que proyecten la sombra en las aceras ni que bajen unos grados la temperatura bajo ellos. Los plantan, pero les hurtan sus funciones benefactoras.

La realidad del parque viejo es compleja, pues ha venido disfrutando de una medida de protección, lo cual, no siendo malo, impide aspirar a mejorar las condiciones actuales. Constatamos que no conserva ni uno solo de los elementos originales, si exceptuamos algunos aspectos de la obra de Manrique, pues se ha cambiado íntegramente el pavimento, que ni tan siquiera reproduce la decoración original, los bancos se han sustituido por otros modelos, las pérgolas y la iluminación son otras, los macetones dispuestos en las esquinas de los parterres fueron eliminados y torpemente reproducidos, el parterre circular central con el surtidor desapareció… Las grandes especies vegetales se dejaron morir por la deficiente actuación municipal ante la presencia de la ingente colonia de garzas bueyeras que hizo suyo el espacio y cuyas deyecciones envenenaron las copas y el suelo.

Por lo dicho, lo que ha sido objeto de protección es un espejismo, una réplica realizada en el mismo lugar, sin más valor que el poco esforzado intento de simular el original. La reflexión pasa por saber si estamos protegiendo la imagen del parque perdido o la copia, y ninguna de las dos opciones parece sensata. Realmente, es una parcela con vocación de espacio público, y, de ahí, la oportunidad que supone pensar en proyectar un nuevo espacio en el que se recojan los valores que sabemos que funcionan y que se haga en toda la superficie, quizás por medio de una gran sombrilla verde que propicie sombra y bienestar. Muchas ciudades en todo el país cuentan con parques con profusa arboleda y son espacios de alta calidad ambiental a la par que pequeños jardines botánicos. Sería el mejor homenaje a la memoria de Ramírez Cerdá y de Manrique Cabrera, basada en la idea de que esta sociedad ha sido capaz de mejorar con el aprendizaje de ambos. Hoy día, en una jornada normal, sólo vemos a los deportistas atravesarlo a la carrera. Los ancianos ya no se sientan como antes lo hacían a la sombra, aunque ya haya pocos ancianos porque los mandan a las residencias en el campo. No hay niños que jueguen porque ya no juegan en la calle. Allí, realmente, no pasa nada, más allá de ser un recinto para actividades festivas puntuales.

La realidad impide abrir debates. En la isla no parece posible casi ningún debate, y desde las propias instituciones parecen incapaces de elevar propuestas semejantes, enredados en procedimientos, pulsos de poder, ejercicios de competencias y, por qué no decirlo, de falta de ideas.

Hay una última cuestión que no es baladí: puede que no interese un espacio con otras características, incluso aunque fuera mucho mejor que este, porque ello supondría perder superficie útil para que durante catorce días al año se celebren determinados eventos que tantos votos parecen generar. Le pasa a este parque lo mismo que a la plaza junto al Almacén, que ambos están reservados para el carnaval y otras fiestas. Los restantes días de cada año, unos trescientos cincuenta, son trozos de ciudad inhóspitos, tristes, absolutamente abandonados por la ciudadanía porque no hay razones ni condiciones para parar en ellos.

Ahora que el catálogo del PIOT, en el que se encuentra este parque, ha decaído porque nunca se publicó en boletín alguno, podríamos interpretar este hecho en clave de oportunidad, una magnífica oportunidad para mostrar algo de inteligencia.

Comentarios

Cada vez más, las fiestas en Arrecife me recuerdan a la fiesta de Eva Braun cuando las tropas rusas ya estaban en Berlín, en la película Der Untergang: https://youtu.be/vXPsTpXXzX4?si=rmAshBnPj4K5_V3R Ahora no es un ejército lo que se ignora, sino una catástrofe climática, un collapso demográfico, una crisis hídrica, una desigualdad insostenible, una realidad geopolítica al borde del precipicio de la tercera guerra mundial. La capacidad del humano para conocer la gravedad de la situación pero aun así seguir con la fiesta es ilimitada. Nadie planta un árbol durante una fiesta porque plantar un árbol significa mirar al futuro y todos sabemos que no hay porvenir. Sabemos que ese parque estará bajo el mar antes de final de siglo. Como la pandemia, parecía imposible incluso cuando estabamos de lleno en la catástrofe. Muchos la negaron incluso con el palacio de hielo lleno de ataúdes. Somos incapaces de aceptar lo que sabemos.
La nuevas generaciones tienen valores dificilmente compatibles con la estetica. Hoy Manrique seria un personaje arrinconado, un pesado, un incomprendido, cuyas ideas y propuestas no serian aceptadas por la clase politica ni por la mayoria social. Hoy la gente esta en otra cosa: subsistir en la mediocridad.
Un parque nuevo? Con los espacios públicos que se construyen en la isla y los criterios de calidad que se manejan? Estamos locos? Un parque moderno impersonal, banal y frío? Vaya desbarre. Lo primero de todo es ubicarse en el contexto.. . Y este dice: Ay, madrecita, mejor déjame como estoy. Que restauren el parque actual siguiendo el patrón original con los cambios de vegetación pertinentes. Mejor, aquí nada, por desgracia. Seamos sensatos, MHB
Escepticón te has acostumbrado a que lo que nos rodea sea mediocre y crees que nadie va a dar una buena respuesta. Hay talento más allá de esta isla y puede que también haya algo por aquí.

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