Ana Carrasco

Heck, heck 2

Hace unos meses escribí acerca de las cocinas y del científico alemán, padre de la ecología, Ernest Haeckel. En el artículo destacaba la estancia de Haeckel en Lanzarote y la importancia de las cocinas y cocineras.

Sí, las cocinas dejan huella en nuestras vidas, toda cocina tiene una historia. La cocina de mi niñez huele a huevos y papas fritas, pero hay una historia que marca un antes y un después. Una historia que tiene que ver con la llegada de la olla exprés y de un bebé.

Un quince de junio, al mediodía, mi abuela andaba por la casa y cuidaba de aquella olla que nunca había usado, y que entre dolores de parto mi madre había puesto al fuego. En el momento de salir corriendo hacia el hospital, mi abuela, ignorante de su funcionamiento, abrió la tapa de la olla sin esperar a que saliera el vapor. Las lentejas, libres de presión, también en su urgencia, salieron disparadas, colmando el techo de lentejuelas marrones sin brillo, quemando en tan explosiva liberación los brazos gruesos y la cara redonda de mi abuela. Recuerdo su grito, la agitación en la casa y la olla abierta. Sobre las tres de la tarde nacía la más pequeña de mis hermanos, Tristrís.

La olla exprés era una novedad y supuso una revolución para las amas de casa de los años 60, con ella ganaban algo de tiempo, ese tiempo que necesitaban para abrir sin avisar la puerta de la vecina y comentar la noticia del día o pedir prestado algo. Siempre había algo que faltaba. La necesidad crea comunidad.

Mi abuela hablaba poco y nunca había usado una olla exprés, la recuerdo delante del fuego revolviendo la comida con una paciencia infinita, revolviendo al unísono sus pensamientos, y a saber qué ocurrencias. Cocinaba a fuego lento, impregnando de olores patios, alcobas, zaguanes, y su propio ritual. Cogía cuchara, soplaba, y absorbía para testar con su exquisito paladar la falta de sal. Siempre la sal de Lanzarote...

Y de revolver va este segundo artículo. Decía en el primero, transcribiendo una frase de Mario Satz, lo siguiente: "Allí donde se cruzan semejanzas, la soledad es menos drástica. Incluso en el vacío de las distancias, cuando hay atención crece gentil la flor de las analogías". Porque hablar de Haeckel es hablar de ecología, y hablar de ecología es hablar de César Manrique, y hablar de César Manrique es hablar de Lanzarote, y hablar de Lanzarote es hablar de sus lentejas. Y porque el autor del libro de "Haeckel en Lanzarote", Marcos Sarmiento Pérez, cuando escribí "Heck, heck 1" estaba a punto de sacar del horno su último trabajo que lleva por título "Ecos del darwinismo en Canarias a través de Los enigmas del universo y el epistolario haeckeliano (1903-1938)". Y porque en dicho epistolario figuran dos cartas que Antonio María Manrique Saavedra, notario, periodista y erudito, tío abuelo de César Manrique, escribió a Haeckel muchos años después de que Heackel abandonara la isla de Lanzarote.

Antonio María Manrique, al leer la obra filosófica de Haeckel, "Los enigmas del Universo", aún sin terminarla, impresionado, escribe a Haeckel una carta para profesarle su admiración y darle la enhorabuena. A la que Haeckel responde que conoce Lanzarote, que estudió su climatología y fauna marina desde noviembre de 1866 hasta marzo de 1867. Manrique, al igual que una mayoría de la sociedad canaria, desconocía la estancia de tan respetable autoridad científica en Lanzarote 36 años atrás.

El universo es un pañuelo, podría haber dicho excitado don Antonio María Manrique en la cocina de su casa. Antonio María Manrique, nacido en Fuerteventura, tenía mundo, había viajado. Se consideraba a sí mismo un amante de la humanidad y de la verdad. En palabras de Marcos Sarmiento, era un intelectual que buscaba respuestas alternativas a lo establecido, que tenía fascinación por descifrar los enigmas históricos, geográficos y lingüísticos de Canarias. Fue un gran divulgador y tenía inquietudes por el bienestar de la sociedad, no en vano se embarcó en la lucha contra el tráfico de esclavos. Y tuvo ideas para Lanzarote que se hicieron realidad, al igual que muchos años después las tuvo su sobrino nieto César Manrique. Antonio Manrique instó a la construcción de las salinas en Lanzarote, su sobrino nieto a la construcción de un paradigma.

César Manrique marcó un antes y un después en el porvenir de Lanzarote. Su forma de intervenir ha provocado y provoca tal impacto y asombro en el turista, que muchas cocinas del mundo habrán sido testigos del entusiasmo con el que regresaron a ellas sus moradores. Y es que no hay mejor marca turística que la que cocinó el artista en el Oikos de su mente. Ahora que se habla de atraer de nuevo a los turistas con nuevos eslóganes y marcas, más vale tener en cuenta la propia, que no es otra que la Marca LANZAROTE. César Manrique junto a cientos de manos la crearon y la pusieron a fuego lento. Mejor será por el bien de la isla que la removamos con delicadeza para que no se nos queme, pasándonos la cuchara de generación en generación.

 

Feliz cumpleaños, Tristrís ❤️

Imagen: dibujo de Haeckel + foto SAT El Jable ❤️

 

P.D: El trabajo del Marcos Antonio Sarmiento Pérez "Ecos del darwinismo en Canarias a través de Los enigmas del universo y el epistolario haeckeliano (1903-1938)" aún está pendiente de imprenta. La pandemia ha retrasado la edición del libro, que se editará en la ciudad de Morelia, México. Gracias, Marcos, por permitirme leerlo y adelantarlo.

Marcos Antonio Sarmiento es licenciado en Filología Moderna por la Universidad de Salamanca y se doctoró en la ULPGC con una tesis sobre textos de viajeros y otros autores germanoparlantes sobre Canarias desde finales del s. XV hasta mediados del s. XIX.

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