Irma Ferrer

El emérito

Su entusiasmo se transforma en una sonrisa que nos dura horas. A veces pienso que mantenemos el teléfono fijo para disfrutar de los amigos con los que no podemos compartir tantas sobremesas como quisiéramos. El molesto aparato como instrumento al servicio del don de la amistad.

Están todos bien por ahí, estamos todos bien por aquí. El tono jovial y divertido que percibo tras el primer saludo me apacigua inmediatamente. Me dispongo a disfrutar del privilegio de la conversación. Soy consciente del lujo que supone tener cerca a personas que alimentan y dan valor a la vida. El magistrado emérito es parte de nuestra riqueza.

“Te voy a enviar una cosa para conocer tu opinión”. Ya sé de qué se trata, llevamos tiempo comentando con entusiasmo el asunto en cuestión. Es evidente que un magistrado emérito no necesita la opinión de una abogada de trinchera, pero sus palabras me hacen sentir importante, importante para él. Reímos como niños, no se trata de mi opinión, se trata de celebrar nuestra complicidad.

Me cuenta los detalles y la hoja de ruta con la fuerza y la solidez propia del que tiene educada la voluntad para cumplir sus propósitos. Su voz trasmite la alegría de una vida libre, la incansable curiosidad del que mantiene intacta la capacidad crítica y la humildad del que comparte su trabajo sin miedo al escrutinio. Su espíritu incansable nos recuerda que rendirse es un privilegio que no nos podemos permitir. Mi sonrisa se torna más amplia, reímos a carcajadas mientras presto atención a sus anécdotas. No se trata de la cantidad de conocimiento que atesora, que también, sino de la coherencia que emana su trayectoria. Su vida es historia, sus anécdotas son el relato de una persona que vive plenamente una vida que merece la pena ser vivida.

No hay un solo atisbo de derrota cuando me dice que no saben el camino que tendrá. Sé que él sí sabe el camino que tendrá. Conoce perfectamente la casa desde dentro, ha iluminado cada rincón oscuro de la Corte. Su fortaleza me enseña una nueva lección de vida, no pierdas tiempo en lamerte las heridas porque te perderás la intensidad que emana de la lucidez. No te pares absorta en la oscuridad, te perderás el brillo de la luz que entra a raudales. Es la dignidad del que sabe lo que tiene que hacer y lo hace. Sin cálculos de rédito alguno ni burdas maniobras tácticas.

Sabe que ser emérito es no dejar de ser ejemplo. No se cansen en concederle medallas, hay muchas que no quiere y otras tantas que no necesita. Solo puedes honrarlo esforzándote en superar tus límites hasta rozar la excelencia, siempre con el gozo de la búsqueda. Es una característica propia de aquellos que disfrutan de la vida y del conocimiento más allá del deber cumplido.

Me rejuvenece hablar con él, me contagia el entusiasmo y la ilusión propia del que camina de la mano de la razón. Cuando la magia se produce, debes aprovecharla en toda su intensidad. Vivimos tiempos donde prima la estulticia frente a la inteligencia. Parece sencilla la receta, sin embargo, es una fórmula difícil de encontrar en tiempos donde se promociona la indigencia intelectual. Aquí está lo que quiero tener cerca, humanidad frente a barbarie.

No busquen otro propósito en el hecho de presentar una querella contra Juan Carlos de Borbón y Borbón, salvo el de seguir haciendo lo que se debe hacer y estando donde se debe estar. No cabe el desánimo ni las cuentas de pérdidas o ganancias cuando se trata de seguir siendo fiel a quién eres. Opta siempre por la utopía para no legitimar la distopía. Las doce personas que firman la querella son ejemplo. Ejemplo de solidez y coherencia, ejemplo de resistencia.

Un espejo donde mirarse.

Yo quisiera ser tan joven como José Antonio Martín Pallín.

Salud y República.

 

Comentarios

Vayan a por él.
Y a por todos los responsables públicos que delinquen y a los de la fiscalía que se mueve en el delicado límite de la legalidad y de los principios.
Tanta historia para ser inadmitida. Poner a Martin Pallín como ejemplo de algo relacionado con el derecho no es pecar de entusiasmo infantil, es otra cosa.
¿Necesitas tantas palabras para revelar lo patético que eres?
Precioso, Irma. Pallín es un lujo de persona, tan sorprendente y valiente como tú.

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