LA HUELLA CONEJERA

Una cuestión de honestidad

El lanzaroteño Roberto Perdomo fue “el cura del Polvorín” antes de abandonar el sacerdocio y llegar a ser director general de Proyecto Hombre en Gran Canaria y Tenerife y formar su propia familia

Gregorio Cabrera 0 COMENTARIOS 02/07/2018 - 07:31

Una pareja de turistas avanza contra el viento por el paseo que conduce a la zona natural protegida de El Confital, en Las Palmas de Gran Canaria. Llevan una interrogación escrita en el rostro. Se detienen y lanzan una pregunta al hombre que está sentado en el banco: “¿Eso es un volcán?”. Y Roberto Perdomo, que algo sabe de cráteres y ríos de lava porque nació en Lanzarote hace cincuenta años, les dice que sí, que la Montaña de Guía, anclada en el noroeste de la Isla, también es una hija del fuego.

Roberto, de padre de Tinajo y madre de Tiagua, estudió para cura y ejerció el sacerdocio, pero en un momento dado tuvo que abandonar el Ministerio y ‘desordenarse para ordenarse’, por decirlo de algún modo. De chiquillo nadó y bebió de las aguas del vivero de fe y valores de la parroquia de La Vega de Arrecife. “Ahí se me despertaron sensibilidades relacionadas con el compromiso con la gente y mucha fe”, recuerda. Además, participó en el grupo lanzaroteño de la Juventud Obrera Cristiana. “En la JOC eduqué la conciencia obrera, la militancia cristiana, social y política y la idea que uno tiene de cura, que tiene mucho que ver con la centralidad en la persona”, explica en un lugar al soco del alisio que sopla con fuerza desde los volcanes de La Isleta, con la insistencia de aquellas convicciones.

Los aires soplaron del este, hasta situar a Roberto con 18 años en Gran Canaria, concretamente en Maspalomas -el incesante sur- y de la mano del párroco Salvador Santana. Allí completó los estudios necesarios para ingresar en el seminario y “tomar decisiones más claras sobre el sacerdocio”. Finalmente, completó Teología en Las Palmas de Gran Canaria y realizó los dos últimos años de formación en la parroquia de San Antonio de Padua del barrio de El Polvorín, zona que ha cambiado a mejor de manera notable tras la reposición urbanística pero que permanece en el imaginario colectivo insular como una de las áreas más conflictivas de Canarias.

Roberto se ordenó en El Polvorín, donde permaneció una década. Hasta que un volcán interno dio síntomas de entrar en erupción. “Empezó una etapa de crisis personal. Quizás pequé de estar en exceso con y por la gente y eso me rompió. Te vas dando cuenta de que hay algo de fondo a lo que no le ponías rostro y ves que la vida te pide más. Y en mi caso se trataba sobre todo del referente de la familia. Pero, claro, esto era absolutamente incompatible con las normas de la Iglesia y con lo que yo me había comprometido”, señala.

“No eran las creencias lo que estaba en duda”, subraya Roberto. “No estaba en juego mi fe, sino mi coherencia. Yo no quería faltar el respeto a nadie, ni a mí, ni a la comunidad cristiana, porque además me considero una persona agraciada de haber vivido lo que he vivido como cura. Yo pensaba que Dios no me pide que haga algo que no quiero hacer, pero sí ser coherente con lo que hago”, comenta.

Roberto comenzó por entrevistarse con el entonces obispo, Ramón Echarren, y solicitarle un tiempo de reflexión personal, aunque al poco “ya lo tenía decidido”. Regresó a Lanzarote para “tomar distancia” antes de regresar a la capital grancanaria para vivir en casa de unos amigos en Lomo Los Frailes. Trabajó en Mercalaspalmas, media jornada, madrugando para empezar a las cinco de la mañana. Descargó furgones e hizo labores de reciclaje químico.

Muchos y muchas de quienes le veían todavía decían: “Mira, el cura del Polvorín”. Roberto apunta que un amigo solía decirle que “uno no puede renacer hasta que muera lo antiguo”. En su caso, “el cura del Polvorín” comenzó a desaparecer bajo la capa de polvo y cemento que le cubría cada día cuando comenzó a trabajar en la construcción: “Tenía la sensación de estar en dos aguas y este trabajo supuso un ‘clic’ porque empecé a entrar en contacto con gente diferente”.

En la actualidad es técnico de prevención de drogodependencias y trabaja codo con codo con tutores de los institutos, cargos intermedios de empresas o educadores en ámbitos socioeducativos

Sin embargo, fueron las raíces de su pasado como párroco las que le permitieron ramificarse hacia el futuro. Y su presente. Un chico con el que había colaborado en El Polvorín hizo de puente para trabajar en Proyecto Hombre. Su carrera en el seno de esta organización ha sido intensa. Empezó de terapeuta y llegó a asumir la dirección general de los programas en Gran Canaria y Tenerife hasta 2013. En la actualidad es técnico de prevención de drogodependencias y trabaja codo con codo con tutores de los institutos, cargos intermedios de empresas o educadores en ámbitos socioeducativos.

En realidad, Roberto Perdomo es otro volcán, aunque el fuego interior, de algún modo, sigue siendo el mismo, porque sigue trabajando para los demás y la mejora social. Ahora tiene una mujer que no es creyente pero con la que comparte valores y dos hijos nacidos en 2005 y 2009. Viven en Vecindario, a la ‘solaja’, y acude regularmente a la parroquia de Los Llanos. “Todos perseguimos lo mismo. Una sociedad justa, que no exista la opresión... Yo he encontrado esa riqueza en Jesús de Nazaret”, certifica Roberto Perdomo, el “apasionado de la gente y las culturas” y el hombre que ha hecho de su vida una cuestión de honestidad y coherencia. Tras él, extendida sobre el istmo, bulle la ciudad ungida por el Atlántico.

Añadir nuevo comentario