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Los héroes del jable

Gustavo Rodríguez y otros agricultores de la cooperativa ecológica SAT El Jable están recuperando las tierras abandonadas de estos cultivos tradicionales de secano

Finca de jable en Hoya Mulato (Soo). Fotos: Manolo de la Hoz.
Lourdes Bermejo 4 COMENTARIOS 13/08/2019 - 05:06

Gustavo Rodríguez dice tener la sensación de que el Jable es “la hermana pobre” de la agricultura tradicional lanzaroteña, eclipsado por La Geria, con su trascendencia paisajística y económica. La mayoría de las fincas del jable están abandonadas y, por no haber, el sector ni siquiera cuenta con una desaladora de uso agrícola exclusivo, que es una demanda largamente pedida.

“Hace una década que se habla de una partida de entre seis y diez millones de euros para hacer una desaladora en La Santa, que abarcaría la zona de Tinajo, la costa de El Cuchillo, La Vegueta y Tiagua, pero a día de hoy no se ha movido una piedra. Es lo de siempre, llega el dinero, unos a otros se echan las culpas y, al final, la casa sin barrer”, se lamenta Gustavo.

Los cultivos propios del Jable, una franja de territorio de unos tres o cuatro kilómetros de ancho y 21 de largo que cruza la Isla de norte a sur, de Famara a Playa Honda, son batata, calabaza, sandía, melón, tomate, trigo, cebada y legumbres.

En tiempos más boyantes de la agricultura, durante la década de los 80, Lanzarote tenía 1.300 hectáreas cultivadas de cebollinos, una magnitud muy superior a las escasas 300 hectáreas actuales. Se producían 25 millones de kilos de cebolla y nueve de batata para exportar. “Y eso que entonces todo era de secano. Hoy en día, con riego disponible, tractores y todos los medios que tenemos no somos capaces de hacerlo”, explica el agricultor.

Al abandono de fincas por la llegada del turismo se unió la mala gestión de la cosecha de cebolla del 91, con el entonces llamado Complejo agroindustrial de Teguise de reciente creación. “Allí se llevaba íntegra la producción de la Isla, pero aquel año toda la producción de cebollas acabó en el vertedero, por lo que mucha no se cobró. Ahí siguen los vales sin fondos para recordarlo. Tampoco se cobró la leche. Eso hizo que la gente comenzara a abrir un poco los ojos”, indica Gustavo.

Junto a otros 40 profesionales de varias ramas, este joven agricultor integra la Sociedad agraria de transformación (SAT) El Jable, una cooperativa ecológica creada en 2014, que está recuperando poco a poco el buen nombre de estas figuras jurídicas que “siempre han tenido mala prensa en la Isla”, dice.

La peculiaridad del jable es que funciona “como una esponja, dejando pasar el agua de lluvia a la parte dura (la arcilla) y manteniendo esta humedad durante un año”

“Las últimas fueron hace treinta años, pero se fueron a pique. Aquellos follones quedaron en el subconsciente de la gente y por eso nadie se quiere reunir. La verdad es que somos un sector bastante individualista. No entendemos que la unión es la única forma de proteger tu producto, fijar un precio mínimo, llevando la cosecha a un punto común y negociando en bloque”, explica.

Rodríguez sabe bien de lo que habla porque desde pequeño ha trabajado en el campo, en Soo, de donde es su familia. “Y, siempre, nuestros padres nos animaban a estudiar para que no nos engañaran, ‘ya ven que esto es miseria’, nos decían. Y es que estabas a expensas del intermediario, que fijaba el precio. Tú no pintabas nada como agricultor, eras poco menos que un esclavo, ni siquiera sabías si ibas a cobrar o no. Recuerdo, incluso, años en los que no te lo pagaban porque a ellos no les había salido bien el negocio”, cuenta.

Así que Gustavo y sus hermanos estudiaron, en su caso, Relaciones Laborales y Ciencias del Trabajo y no una carrera relacionada con el campo, quizá para distraer su mente de los años de infancia que pasaron yendo del colegio a la tierra, “en burro, caminando o si nos llevaba algún vecino”.

Sin embargo, SAT El Jable ha supuesto no solo el reencuentro con sus raíces, sino un medio de vida, aunque duro, muy gratificante: “No todos los socios se dedican a la agricultura, unos trabajamos el campo y otros han entrado porque quieren aportar sus conocimientos en otros ámbitos. Hay un biólogo, un perito agrícola, incluso un abogado. Todos colaboran”.

Gustavo cultiva varias fincas en Soo, tanto en jable como en arenado de diferentes tamaños, entre 5.000 metros cuadrados y dos hectáreas: “Muchas son de mis tíos que estaban abandonadas y ahora las trabajo yo”.

La labor de la cooperativa ha ayudado en parte a recuperar estas tierras de cultivo y, en total, los socios (algunos agricultores a tiempo parcial) contabilizan unas cien hectáreas de terrenos en producción.

Rodríguez explica su modelo de negocio, “si es que se puede usar ese término”, bromea, aunque la producción es abundante, 10.000 kilos de batatas en una cosecha buena y entre 2.000 y 5.000 de cebollas.

“En jable planto principalmente calabazas, tomate y batata. También planto batata en los arenados, que permiten cultivar más veces al año. Y me dedico al grano: chícharos, garbanzos, lentejas, judías... Este año hice algo con cereales, como la cebada, pero no para la venta, porque el trabajo que lleva el cereal no compensa, sino para hacer mi propio gofio”, detalla.

“El sector siempre ha estado a expensas del intermediario, que fijaba el precio. Tú no pintabas nada como agricultor, eras poco menos que un esclavo, ni siquiera sabías si ibas a cobrar o no”

Aunque existen cultivos asimilados históricamente al jable, son los mismos que se cultivan en arenados. “En realidad, en jable se plantaba de todo, legumbres, cereales... Pero se distribuía en función de la profundidad de jable de la tierra, si era un morrito con poquita profundidad, entonces se dejaba para las legumbres.

También se plantaban millo, sandía o melones, estas dos más cerca de la costa para aprovechar el rocío de la marea, que siempre mantenía la humedad, no haciendo necesario aporte de agua”, cuenta.

La peculiaridad del jable es que funciona “como una esponja, dejando pasar el agua de lluvia a la parte dura (la arcilla) y manteniendo esta humedad durante un año”, explica Gustavo, que señala que la labor del agricultor de secano es “gestionar esa humedad”.

Eso sí, el terreno de jable requiere estar un año en barbecho: “Limpias la tierra, siempre la vuelves a dejar otra vez como estaba, y al siguiente año plantas de nuevo. En los arenados, por ejemplo, si tienes agua, puedes permitirte el lujo de cultivar de forma seguida. Lo ideal es ir rotando los cultivos para no agotar los nutrientes de la tierra, aunque es muchísimo más trabajo, evidentemente”, cuenta Gustavo que reparte, así, los cultivos en jable y arenado, dependiendo de si son de secano o se les aporta riego.

Agua de uso agrícola

“En Lanzarote, el agua no nos sobra y no es de calidad”, sentencia, insistiendo en la necesidad de contar con agua específica para uso agrícola. “Aunque la que se usa es potable, está sometida a tratamientos no adecuados para la agricultura, por eso es fundamental contar con una desaladora exclusivamente para uso agrícola”.

Este extremo es especialmente controvertido, ya que, aunque la cooperativa utiliza solo agua de consumo humano para el riego, en la Isla se está tendiendo cada vez más al riego con agua depurada.

“No sé por qué se intenta competir con lo que viene de fuera, a base de meterle al producto lo que nosotros llamamos el agua de la mierda, cuando el territorio que nosotros tenemos para cultivar es el que es y es con el que tenemos que defendernos”, dice.

Uno de los factores que pueden estar influyendo en esta tendencia al uso de agua depurada es su menor coste, unos 20 céntimos de euro por tonelada, frente a los 1,12 euros, sin subvenciones, del agua potable. No obstante, la diferencia en la calidad del agua es considerable, si se piensa en el riesgo de contaminación por bacterias, como ha ocurrido recientemente con una marca de ensaladas producidas en Canarias donde se detectó Escherichia coli.

La cooperativa es uno de los impulsores de la Comunidad de regantes de Lanzarote, iniciativa que busca recuperar la centenaria cultura del agua y aprovechar las oportunidades que suponen las infraestructuras repartidas por la Isla y que, de nuevo, están abandonadas. “Si se habilitaran, podríamos recurrir a las maretas de Guaticea y Montaña Blanca, que dice el Cabildo que le pertenecen”, indica Gustavo.

También se ha propuesto, de momento infructuosamente, un proyecto de desaladora en Mala, “que bombeara el agua hasta un depósito en Las Nieves y regara por gravedad toda la Isla, a poder ser abasteciéndose de energía eólica, con la creación de un parque, pero se nos dice que no es un proyecto viable y que hay otras prioridades de gasto, así que no tenemos demasiadas esperanzas”, se queja.

Otras peticiones desatendidas por los responsables públicos del área son una trilladora industrial o tractores nuevos para la Granja agrícola del Cabildo, “que llevan prometiendo cuatro años”. “El problema es la histórica falta de visión. Nunca ha habido en el Cabildo un consejero del área que propusiera una política agraria”, sentencia Gustavo Rodríguez.

Al margen de estos problemas, la Sociedad agraria de transformación está demostrando que el cultivo tradicional puede ser rentable y, de hecho, la producción, que se vende en otras islas, ha llegado a Francia, donde un distribuidor “vende nuestras batatas por internet”, un salto histórico para este producto, auténtico símbolo de la agricultura lanzaroteña.

Sabiduría tradicional

El taller Caminando el Jable, organizado en julio por el colectivo de profesionales n’UNDO, que se centra en la búsqueda de una arquitectura más sostenible, y el arquitecto Luis Díaz Feria, incluyó, dentro de su programación, un encuentro con los sabios de la agricultura tradicional lanzaroteña.

El biólogo y profesor de Turismo y desarrollo sostenible de la Escuela Universitaria de Turismo de Lanzarote, Domingo Concepción, uno de los ponentes del taller, propuso este encuentro con los veteranos del agro isleño y moderó la actividad, realizada en la Casa Ajey de San Bartolomé.

Además de Gustavo Rodríguez, que explicó a los participantes las ventajas del jable, el conjunto de restos marinos depositados en el fondo del mar y que, desde la orilla, transportan los vientos alisios hacia el interior, cubriendo la tierra, participaron en el acto los ya casi nonagenarios Manuel Medina, de 89 años y Asunción Ortega, de 87, historia viva del campo lanzaroteño en la época anterior al turismo.

Manuel nació en Las Breñas y desde que tuvo uso de razón pastoreó las cabras en esta zona sureña “hasta que, a los diez años, me llevaron al Cortijo de La Punta”, contó en su disertación. El hecho de separar a niños de corta edad de sus familias para que fueran a trabajar a fincas grandes fue un hecho habitual en la Isla en épocas menos prósperas. Manuel estuvo ocho años en aquel cortijo.

Ya de casado, se embarcó en un pesquero italiano de arrastre y estuvo dos años en la mar, aunque su vida profesional ha sido de lo más variada y agitada. Recuerda los siete años que estuvo atendiendo la ganadería de Santiago Hernández (cuya familia fundó la quesería El Faro) “sin faltar un solo día al ordeño, que era a las seis de la mañana”.

Trabajó tanto que sus manos encallecieron por el roce con las ubres “y no se cortaban con un cuchillo”, aseguró durante la charla. Manuel es también un experto mecedor de leche, como demostró en la conferencia, reproduciendo los movimientos que se hacían con el zurrón que contenía la leche. El ingenio de los isleños se fijó en los andares del dromedario, “siempre acompasados y constantes”, lo que lo convertía en una mecedora perfecta, por lo que se le colgaba el zurrón en sus bajos para aprovechar la motricidad.

El esfuerzo y la vida sacrificada parecen ser la tónica general del campo isleño hasta la llegada del turismo, en los años 60. A sus 87 años, Asunción Ortega destila optimismo y vitalidad, a pesar de haber llevado una durísima vida, que incluye alguna tragedia familiar que prefiere no recordar.

Habló de su infancia “feliz”, lo que desde la perspectiva actual parece difícil por las enormes dificultades que vivió en su casa, “con mi padre cojo y manco, mi madre siempre embarazada y casi sin agua para atender a tantos niños. Con la del sancocho hacíamos tres comidas”, rememoró, ante la admiración de los participantes del taller.

Habla de sus progenitores con enorme cariño, aunque recuerda el “respeto” que le producía a ella y sus hermanos su padre, al que no se les ocurría siquiera preguntar “si los niños venían al mundo igual que los cabritos” por temor a recibir una paliza. Procedente de San Bartolomé, Asunción asegura que el pueblo era, en su juventud, “maravilloso, cantábamos coplas, estábamos muy unidos, aunque teníamos tantas carencias y tanto trabajo”.

Su esposo y ella comenzaron “con cinco cabras cada uno” su vida matrimonial en plena posguerra, pero parece que la labor del campo nunca la asustó, aunque llegara a casa por la noche “y no pudiera levantar los brazos del dolor”.

Historias como la suya estaban a la orden del día. Su propia suegra, con ocho hijos y su marido en Cuba, sacaba cien fanegas de cebada de sus tierras en Nazaret.

“Parece que ha pasado una eternidad de aquello”, reflexiona Asunción, que dice estar encantada en la actual sociedad del bienestar. “Sin embargo, ahora no apreciamos nada, abres el grifo y sale agua, comemos cuando queremos”, subraya. Aunque está en plena forma, sus hijos prefieren que no trabaje y mucho menos al ritmo de antes. Ya tiene diez bisnietos. “Cuando me dejan, les preparo un puchero o un cabrito”, cuenta esta sabia lanzaroreña.

Comentarios

La agricultura, además de ser una fuente de alimento, es escultora y cuidadora del territorio. Una actividad menospreciada por la sociedad que,afortunadamente cuenta ahora con gente joven con ideas de retomarla y renovarla. Enhorabuena por el reportaje,
Muy interesante, puro arte. Gracias por la entrega, la lucha contra los elementos, incluso los no naturales como de la clase política que aún no se ha enterado que el sector primario es fundamental y máxime en un mundo que no cuida su naturaleza, donde el turismo es volátil.
Si, muy buen reportaje. Pero lo que he pensado y he dicho siempre, el agua de lluvia es escasa y se tenía que aprovechar y utilizar maretas, aljibes, pequeños embalses, diques que contengan el agua y no valla a parar al mar y esta se pierda, el agua de lluvia es una bendición para la tierra.
Mucha fuerza y ánimo Gustavo y compañía.parece mentira que una actividad tan básica resulte como algo de visionarios. Ésto es lo que quedará cuando falle el turismo. Buen reportaje.

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