Las plantas de Lanzarote y sus usos: “Lo árido tiene sus sorpresas”
Jaime Gil y Marta Peña imparten un taller en la Fundación César Manrique sobre etnobotánica en una isla que es desértica pero que ofrece una gran variedad de especies y de usos tradicionales
En los años cuarenta había un equipo en la Vuelta ciclista a España con maillot blanco y verde patrocinado por Chicles Tabay, una empresa de Barcelona que elaboraba chicles a partir de la tabaiba que se recogía, entre otros sitios en Lanzarote. Otras plantas que se encuentran en la Isla no sólo se mascaban, sino que sirvieron para alimentar a la población en épocas de hambrunas, como el gofio de cosco, la chinipilla, la chabusquera, los frutos del moralillo, el jaramago o el jediondo. Y otras tenían uso medicinal, como la yerba clin “para las puntadas de pulmonía” o la brotona para los catarros. Otras servían para los animales y otras tenían usos rituales…
¿Y cómo se sabe esto? Pues preguntando. Eso lo que hicieron durante años los ingenieros agrícolas Jaime Gil y Marta Peña, que comenzaron a recoger el conocimiento popular sobre las plantas silvestres de Lanzarote y plasmaron sus conocimientos en dos libros: Los cultivos tradicionales de la isla de Lanzarote y Usos culturales de las yerbas en los campos de Lanzarote, que se puede descargar en Internet de forma gratuita. Este mes de febrero impartieron en la Fundación César Manrique el taller Lanzarote, ilusión botánica. Etnoflora de una isla desértica.
Es una ilusión porque Lanzarote no es una isla tan desértica como parece. “Lo árido tiene sus sorpresas”, señaló el director del curso, Jaime Gil. Para muestra un botón: La Palma, paradigma de la frondosidad, alberga 850 especies botánicas diferentes. La árida Lanzarote, 720.
En Lanzarote se cuentan como endemismos doce especies, cinco subespecies y cinco variedades, aunque no son las que tienen mayor uso etnobotánico. Algunos de estos endemismos, como la gymnosporia, de la que sólo se encuentran seis ejemplares en la Isla, están en peligro de extinción.
Pero, ¿qué es la etnobotánica? Es la disciplina que estudia la relación de las plantas con el ser humano y está “a caballo entre las ciencias naturales y las humanas”. En Canarias, esta disciplina está en manos de etnógrafos, principalmente, y en el pasado se dedicaron a ella maestros de escuela. “Es una cultura amplísima que abarca todos los aspectos de la vida”, señaló Gil.
Lo que hicieron Gil y Peña para recopilar toda esa información fue entrevistar a personas mayores, cuanto mayores mejor, para que les contaran todos esos usos de las plantas, las que usaban en el campo en su infancia. Para las entrevistas, primero recogían muestras de yerbas cercanas y se las mostraban. Después salían al campo con esas personas y luego venía la fase de herborización, con recogida de muestras, lo que les permite vincular los nombres vernáculos con los científicos, porque es “muy importante una correcta determinación botánica”.
Durante el taller, Gil también abordó el origen de los nombres populares de las plantas, que son “de una riqueza extremada”. Distinguió entre nombre vernáculo, que es de los antepasados y nombre común, que puede ser reciente. Por ejemplo, se ha popularizado el aloe frente a su denominación como sábila, o la amapola por la majapola. En Lanzarote hay una gran presencia de nombres con sonoridad aborigen y también hay nombres distintos en cada isla para la misma especie. La rilla en Lanzarote es la collejera en Fuerteventura o el jarrabuey en El Hierro. Los nombres populares nacían por varios motivos: están los que se ponen porque su forma, principalmente la del fruto, se parece a algún objeto, los que se parecen a formas de animales, los que aluden a alguna cualidad o característica de la planta, a sus propiedades sanadoras, a su sabor... “Siempre son nombres prácticos”, señaló.
La segunda jornada del taller se centró en los usos de las plantas. Primero en los usos alimenticios, que están asociados a épocas de hambruna. En Canarias se consumen unas cien especies, aunque no todas con la misma importancia en la dieta. Es común, por vergüenza, que las personas admitan que comían esas plantas, pero siempre señalan que lo hacían otros. Una de las más importantes es el cosco, con cuyas diminutas semillas se hacía gofio, y que provocó algún enfrentamiento porque no sólo era una planta de supervivencia sino que también se exportaba para fabricar piedra barrilla. Otras semillas comestibles de uso común eran las del cardo de burro y la majapola de corneta. De menor importancia, “tipo snack”, eran las que se nombraron al principio del texto: la chinipilla, la chabusquera, los frutos del moralillo, del espino o la vinagrera, las hojas de las cerrajas, del jaramago o del jediondo, muy parecido a la rúcula, y las papas crías.
Después de trabajar en todas las islas, Gil y Peña han podido comprobar que el conocimiento popular sobre las plantas en las islas orientales, que no tienen árboles, es mayor que en las otras islas que son más verdes
Como gran parte de la población no tenía acceso a médicos, buscaban un uso medicinal en las plantas. Peña advirtió que “las plantas no son inocuas” y que “el umbral entre el beneficio y el daño es muy pequeño”. Una característica que se repite en el Archipiélago es que, tanto las mezclas de varias yerbas, como las dosis, siempre son números impares: tres, cinco o siete.
Entre las plantas más usadas estaba el tajosé, que puede tener propiedades abortivas. Otras para el aparato reproductor, alivio de dolores menstruales o expulsión de la placenta, son el amuley, la servilleta o la alhucema. Para el aparato respiratorio se usaban la yerba clin, “para las puntadas de pulmonía”, la brotona, para catarros, la borraja, ya desaparecida de Lanzarote o la doradilla. Para la fiebre se usaba la estrella de mar o la sanguinaria. La cerraja, para los golpes y aliviar el dolor de muelas y el bobo, cuyas hojas son muy tóxicas, para cataplasmas y para curar bultos. Para las infecciones de orina se usaba la malva o el marrubio, y las majapolas para afecciones nerviosas.
Las plantas también servían para los animales. El uso veterinario lo han transmitido los pastores, que hacían “encañaos” para las fracturas de las patas de las cabras con palos de jiguerilla y usaban muchas otras plantas similares a las que se aplicaban a las personas. Y también sabían las que eran malas. La triguera es peligrosa para burros y caballos, otras provocan hemorragias porque acumulan nitrógeno, como el agonal o el cenizo, y otras, como el romerillo, son buenas en seco pero en verde “son un veneno”.
Gil señaló que entre las plantas forrajeras, las más apreciadas por los ganaderos son las que tienen sonoridad aborigen, y probablemente ya las usaban los mahos. Después de trabajar en todas las islas, Gil y Peña han podido comprobar que el conocimiento popular sobre las plantas en las islas orientales, que no tienen árboles, es mayor que en las otras islas que son más verdes. Gil señaló, al finalizar el taller, que uno de sus objetivos era que los asistentes, más de setenta personas, salieran más sensibles de lo que entraron. Y otro, dignificar estos conocimientos populares.
Comentarios
1 María Inés Vie, 30/03/2018 - 16:27
2 nyj Vie, 30/03/2018 - 19:49
3 Manuel Mateos Ruiz Vie, 30/03/2018 - 20:17
4 msc Sáb, 31/03/2018 - 10:43
5 msc Sáb, 31/03/2018 - 12:14
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