PERFIL

Caridad Cejas: vitalidad en estado puro

La vecina de La Asomada, ejemplo de fortaleza de la mujer rural lanzaroteña

Foto: Rafael Fuentes.
María José Lahora 0 COMENTARIOS 02/12/2019 - 07:43

A sus 82 años, Caridad Cejas continúa siendo la mujer fuerte y valiente que ha demostrado a lo largo de su vida. Proviene de una familia longeva, su madre y abuela fallecieron ya cumplido el centenar de años, y mantiene una vitalidad inusual a su edad, a pesar de dedicarse a trabajar la tierra desde los 14 años y de haber contribuido a la construcción de su hogar en La Asomada acarreando ella misma los cantos para levantar su casa.

Dice orgullosa que pasó por tres escuelas, pero que en la adolescencia tuvo que aportar su granito de arena a la economía familiar con sus propias manos en los terrenos familiares. A los 19 años contrajo matrimonio con Ramón Robayna con quien tuvo siete hijos y para los que siguió trabajando. Una temporada incluso como limpiadora en Puerto Calero, etapa que se alargó durante 15 años, “recorriendo calle por calle” con su carro de limpieza. “Trabajaba como una negra”, dice, por lo que no duda en asegurar que prefería dedicarse al campo, a pesar de lo duro que le resultaba cuidar de las parras en La Geria. “Era un sacrificio porque había que abrir el hoyo, enguanarlas y volverlas a enterrar” en una extensión que alcanzaba las 14 fanegas.

Sigue cultivando las viñas que posee la familia entre La Geria y Masdache. No en vano, ha sido imagen de más de una representación de la vendimia de Lanzarote, como en las fotografías tomadas por Peio Arruabarrena. En sus tierras de La Asomada cultiva también tomates, papas o millo aunque lamenta en ocasiones que, con la falta de lluvias, tenga que ir a comprar los frutos que el campo no le da. Asegura que era la única que contaba con su propia cebada para hacer gofio y que ahora podrá volver a llevar el grano tostado a la molina de José María Gil, “la única que queda”, señala con nostalgia cuando recuerda otra época en la que podía contar con las de Juan Armas, Rafael García o la de Rafael Ferrer.

No fue hasta el cuarto hijo que pudo trasladarse a su propia casa. Hasta entonces, la familia residía en la vivienda materna. Su marido estuvo durante tres años en Cabo Blanco trabajando y todo lo que ambos ganaban en esa época lo destinaban a su nuevo hogar de La Asomada. “Cargué los cantos con mi cogote y contaba sólo 19 añitos”, relata sobre cómo comenzaron la fabricación de la vivienda familiar. 

En la actualidad cuida de ocho reses y algunas gallinas, animales con los que dice que se entretiene, más que nada. Aún así, Caridad no da abasto a relatar todas las cosas que es capaz de hacer a lo largo del día “desde que sale el sereno, arriba y abajo”, dice, para cuidar de su hijo, su casa y su ganado, además de labrar la tierra que alimenta aún a la familia. “Camino como una loca todo el día”, asegura entre risas. Orgullosa señala que sigue conduciendo a su edad y que la última vez le renovaron el permiso “por cinco años”.

Recuerda una anécdota de su abuelo materno, del que dice que “era riquísimo”, pero que emigró a Cuba para dejar a su mujer al cargo de sus cinco hijos. Hasta la isla del Caribe fueron a buscarlo uno de sus tíos y un cuñado y “en lugar de traer al padre y al suegro, lo que hicieron fue coger el poder para acabar derrochando toda la herencia. Después le pidieron a mi padre una burra hermosa para cargar en sus alforjas el dinero de mi abuelo que sacaron del banco de La Villa. Se lo llevaron todo”, relata Caridad, dejando sin herencia a su abuela y a su madre, aunque esta última pudo hacerse con un islote repleto de higueras que ahora se encuentra en una zona de difícil acceso tras quedar cercado por la finca que lo rodea. “Mi abuela y mi madre iban en burro por la vereda del volcán. Eso era precioso”, recuerda Caridad.

Caridad no da abasto a relatar todas las cosas que es capaz de hacer a lo largo del día desde que sale el sol. “Camino como una loca todo el día”, asegura entre risas

Para paliar la escasez de agua iban en burro a buscar el suministro a la fuente de los Figueroa, que era de manantial, y tras lavar la ropa, regresaban a casa con la colada “que salía blanquita, blanquita” a cuestas y dejando por el camino un agradable aroma. El problema de la escasez de agua llega hasta nuestros días. No en vano, tiene que seguir cargando el coche de garrafas para regar sus cultivos.

Evoca otra anécdota de cuando su marido era sólo un pretendiente que deseaba marcharse a Venezuela y cuyo sueño quedó frustrado al carecer de la documentación necesaria. Sin embargo, en el pueblo todos los hacían ya mar adentro. Cuál fue su sorpresa cuando un día, montada en su camello para dirigirse a arrancar arvejas a las tierras de la familia de Pepita Calero, a lo que ahora son Los Lirios, en un momento del trayecto le comenta a su amiga: “Si Ramón Robayna es vivo, pasó ahora mismo caminando por mi lado”. A lo que Pepita le contestó: “Jesús, Caridad. No digas eso”.

Al regreso de la jornada en el campo, todavía con la mosca en la oreja, quedaron en pasar por casa de la que más tarde sería su suegra, señá Valeriana, que ya se encontraba en el aljibe contando a todo el pueblo que su hijo había regresado. “Pepita, ¿lo conocí o no lo conocí?”, le espetó a su amiga. Sólo tiene palabras de elogio para el que fuera su marido y padre de sus hijos y con el que contrajo matrimonio en la ermita del Sagrado Corazón de Jesús en Tegoyo, donde llegaron los novios e invitados caminando para después celebrar el enlace en la casa familiar, donde también se desposó. “No había coches ni hoteles en aquella época”, dice. Aunque su vestido era negro, recuerda lo “precioso” que le resultó vestir esas galas. Evoca ahora otra anécdota familiar.

Tras casarse y siendo ella quien administraba el dinero de la casa, su padre le reprochaba que no le diera algo a su marido para gastar. Por lo que al final tuvo que ser el suegro quien le concediera un dinero para que Ramón pudiera salir por La Asomada, no sin antes ser recriminado por Caridad, quien le dijo a su progenitor: “Usted se lo da, pero como venga borracho va a acostarse al lado suyo”, relata entre carcajadas.

También comenta la fortaleza de su padre, un hombre capaz de cargar con una cuarterola repleta de mosto. “Mi padre trabajó mucho”, dice orgullosa. Lamenta, sin embargo, la transformación que ha vivido su pueblo, La Asomada. “Antes se podía vivir aquí, pero ahora todo el mundo ha fabricado. Se ha llenado todo, y de extranjeros más”. Burlona dice que va a poner un cartel para que los coches dejen de parar ante su puerta para preguntarle por los números de las viviendas, sobre todo los extranjeros. “Y yo no aprendí inglés”, ríe. Quizá una de las pocas cosas que no ha llegado a hacer a lo largo de su vida.

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