Desde hace año y medio reside en su autocaravana en el parking de la playa de Las Cucharas, en Costa Teguise, con su pareja, que trabaja en Arrecife. Él está ahora mismo de baja, pero ha sido autónomo buena parte de su vida laboral. Son padres de dos hijos, la mayor de 27 años y el menor en edad estudiantil, que deseaba continuar con su formación realizando estudios universitarios. Ante esta situación, y con los alquileres en Lanzarote cada vez más inaccesibles, tuvieron que elegir entre ofrecer la oportunidad a su hijo de contar con una carrera universitaria para que pudiera disponer de mayores alternativas laborales o seguir pagando por una vivienda. “O pago el alquiler o los estudios de mi hijo”, se dijo.

Como ya disponían de su propia autocaravana lo vieron claro, aunque la decisión no fue fácil. Ahora, el matrimonio convive en los escasos ocho metros cuadrados de un vehículo, que nació para ofrecer un servicio a los amantes del turismo itinerante y que se ha convertido en un modo de vida para su familia y para muchos otros trabajadores.

En el aparcamiento público se conocen casi todos los caravanistas. La mayoría son trabajadores de la zona, cada uno con su propia historia, pero todos tienen en común que están ahí por obligación. Cuidan los unos de los otros y la Policía Local no suele ser muy insistente cuando cada cierto tiempo les advierten de que no pueden estar estacionados en la misma zona más de 72 horas.

La opción más sencilla es cambiar de plaza ocupada en el mismo parking. Pero siempre alrededor de la tomatera que ha sembrado para convertir la zona ajardinada en una especie de huerto urbano. Y, de paso, hacer del lugar un hogar para él y su pareja. No quiere decir su nombre ni que se le reconozca en alguna de las imágenes, porque teme las repercusiones. Es bastante crítico con la situación que atraviesa el mercado laboral y la emergencia habitacional a la que se enfrenta la Isla.  

“Cada persona en este parking es un mundo”, explica. Hay trabajadores, jubilados y algunos separados, residentes locales o extranjeros. En lo que respecta a su propia historia dice que antes de que empezara su calvario por una lesión de menisco y la negativa de la mutua a proporcionarle la asistencia que requería, que a lo mejor se hubiera solucionado con una operación que le negó, “ganaba bien”. “No me podía quejar, pero mi trabajo dependía en gran parte de las comisiones”, añade.

En aquella época laboral la familia residía en su hogar de Tahíche. Cuando se vio abocado a dejar la vivienda y trasladarse con su mujer a vivir en la autocaravana estuvo probando en varias zonas. Primero en otro aparcamiento, pero compartían plaza con los aficionados al surf, que dice que no les dejaban descansar. Hasta que descubrieron que estaban más tranquilos en la zona de Las Cucharas.

En el aparcamiento público se conocen casi todos los caravanistas. La mayoría son trabajadores de la zona, cada uno con su propia historia

Tras asentarse plantó la tomatera. Le compensa saber que su hijo es buen estudiante. Cuando regresa a la Isla se queda en casa de los abuelos aunque pasa las jornadas diarias de visita con sus padres. Habla con orgullo también de su hija mayor. Es enfermera, y ya independizada sabe las dificultades a las que se enfrenta en la Isla, tanto por las limitaciones laborales como por el inaccesible precio de la vivienda para los trabajadores. Ha optado por irse a trabajar a Noruega, un país con mayor calidad de vida y servicios para la ciudadanía y un salario muy por encima del que podría cobrar en España. “Me explicó que la vida allí era cara, pero a cambio le facilitaban una vivienda con luz y agua incluida, transporte gratuito... No se lo tuvo que pensar mucho y se puso a aprender el idioma”. La alternativa era pasarse al menos treinta años pagando una casa por el salario mínimo.

Sin camping

Asegura que de disponer de un camping acondicionado con luz y agua y todos los servicios en la Isla no dudaría en asentarse en el mismo. Pero el hecho es que el único habilitado es el de Papagayo, que ni siquiera está abierto todo el año y está bastante lejos para que su mujer pueda ir y volver a diario al trabajo en la capital. “Parecemos unos perseguidos. La gente cree que nosotros no pagamos nada. Pago lo mismo o más y además contribuyo a la economía local, compro todos los días en el supermercado de la zona”.

Antes de acabar en Costa Teguise preguntó si podía instalarse en el aparcamiento para caravanas de Tahíche que sí cuenta con distintos servicios habilitados, pero no se permite pernoctar, es tan solo para depositar el vehículo para aquellas personas que no lo van a usar durante un tiempo.

Este hombre es de los caravanistas concienciados con el medio ambiente. Preparó la autocaravana para disponer de dos tanques de agua limpia y dos baños químicos, lo que le permite realizar el vaciado y llenado cada 15 días en la gasolinera. Perteneció también durante un tiempo a la asociación Acral (Asociación Cultural Recreativa de Autocaravanas por Lanzarote), pero en la sede donde también se ofrecen estos servicios a los socios cuentan con un espacio muy limitado para el estacionamiento de los vehículos.

La ventaja de esta forma de vida es que siendo cuidadosos con la normativa pueden disponer de espacio de estacionamiento sin problemas con la autoridad: “Para que se considere que estás acampado en el parking tienes que tener las ventanas abatidas y las puertas abiertas que ocupen el espacio de la vía. Legalmente nosotros no estamos acampados, como mucho nos pueden decir que no podemos estar más de dos días en el mismo sitio. Pues nos mudamos a la plaza de atrás, pero suele ser en época electoral, cuando a los partidos políticos les protestan porque estamos aparcados y no hacen nada”.